El ventajismo pundonoroso
Reconocimientos sin reciprocidad
Pepe Alameda, olvidado
n la reciente apoteosis de almanaque del 5 de febrero o corrida de aniversario, en que no pocos extrañaron la estética narcisista de Enrique Ponce, experimenté algo más inquietante aún que la emoción colectiva y el delirio de los bonitontos asistentes anuales al rito anticelebratorio de la bravura, con escogidos encierros mansos para las figuras importadas consentidas de la empresa y los nacionales que logran colarse.
Una perturbadora sensación me obligó a decirme: tú estás mal, este público está bien; o ellos son positivos, usted es un amargado; o revisa tus valores taurinos y acepta que han sido rebasados. Lo veía, pero no lo creía. ¿Qué fue lo que sucedió en el ruedo y en el público que provocó este involuntario deslizamiento por la metafísica taurina de traspatio?, ¿qué alturas alcanzaron los duendes de la tauromaquia para que aflorara la magia negra de la lidia?
El arrimón demagógico a cargo del poderoso maestro, que no artista, Julián López El Juli –68 corridas toreadas el año pasado en España–, ante dos descastados, mansos y deslucidos toros de la ganadería de Xajay, cotizada entre las figuras antes que prestigiada entre los aficionados. Pero si su primero le desgarró la taleguilla y a punto estuvo de darle la cornada
, me decía alguno. Pues sí, le dije, pero recuerda que la gran cornada te la puedes llevar saliendo de la regadera o incluso mientras duermes. Lo que le da sentido a la tauromaquia no es el riesgo, sino éste a partir de la bravura exhibida por el toro en ese encuentro sacrificial entre dos individuos.
De ahí los alardes de pundonor del diestro madrileño y su trasfondo: si a México viene en las condiciones más cómodas en lo que respecta al ganado, fechas y alternantes –¿cuánto le pagarán por tarde las dependientes empresas?–, y si los encierros que escogen sus veedores no dan el juego esperado, pues entonces a medio disimular tanta ventaja. ¿Toreando y sometiendo la bravura? No, puesto que no la hay, sino embistiéndole el torero a los remedos de bravos que tiene enfrente, luego de la guerra en serio que en su país le exige el medio taurino.
Con esa actitud El Juli refrendó su rango de figura del toreo, observó un crítico. Pues sí, porque el hombre de algún modo tiene que cuidar su imagen ante la crítica española, que la de México no tiene remedio. Pero si exige y enfrenta reses sin acometividad ni emoción, en el pecado de la comodidad lleva la penitencia del pugilato. Y si a esas licencias ético-taurinas añadimos un juez de plaza pueblerino, haberse llevado cuatro orejas por lidiar
mesas con cuernos y matarlas como fuera no añadirá gloria a su historial. Son algunos de los daños colaterales de ser un país taurino dependiente y con una fiesta sin figuras.
Por ello en México están tan agradecidos con el joven empresario de Madrid, Manuel Martínez Erice (San Sebastián, 13 de mayo de 1964) por haber incluido el año pasado a seis mexicanos en la Plaza de Las Ventas –el excelente novillero Sergio Flores, Diego Silveti antes de tomar la alternativa, Arturo Saldívar, Joselito Adame, Ignacio Garibay y Fermín Spínola–, y ya van dos reconocimientos de que es objeto, uno por parte de la Asociación de Matadores y otro del programa televisivo México Bravo.
Pero si esa obligada cuanto tardía apertura de la empresa madrileña en su premura por internacionalizar la fiesta ha merecido el reconocimiento de ciertos sectores, muchos aquí se preguntan cuándo España otorgará reconocimientos a las legiones de alegres empresarios, gerentes y operadores latinoamericanos que anualmente importan diestros españoles buenos, regulares y malos, no por malinchistas, qué va, sino por su incapacidad o falta de voluntad para sacar figuras nacionales con estándares internacionales. Digo, si vamos a practicar la reciprocidad los promotores de acá merecen hartos reconocimientos.
Dime cuántos mencionan un autor y te diré cuántos no lo han leído o si lo hicieron han analizado sus ideas. Este año es el centenario del inteligente crítico taurino Pepe Alameda (Madrid, 1912-México, DF 1990), que tanta influencia ejerció en los derroteros de la fiesta brava del país la segunda mitad del siglo pasado. Algunas voces empiezan a proponer homenajes. Aquí reitero lo que propuse hace 20 años: instituir unas Jornadas Taurinas Alamedanas en las que la reflexión, el debate y las ideas de altura acerca de su inteligente obra sirvan para darle vigencia y sentido a una tradición hoy secuestrada.