oco es un pueblo antiguo; cuando Cortés se avecindó en Coyoacán, a la caída de la Gran Tenochtitlán, el caserío muy seguramente ya estaba ahí, al margen de dos ríos que corrían por el valle. Hace un par de generaciones, testimonio de mi amigo que en paz descanse, Ing. Emilio Seguro Muñoz, aún se hablaba náhuatl y de él oí alguna vez la conseja de que en una casa del pueblo había restos de un adoratorio prehispánico y supe de huesos y armas de soldados yanquis, encontrados en una zanja, recuerdos de septiembre de 1847, conocí también un acueducto de piedra, usado como parte de la barda de una casa.
Hace unos 80 años todavía corrían acequias entre las casas y huertos del pueblo, que regaban hileras de lechugas y rábanos que los habitantes de Xoco vendían en el cercano mercado de Mixcoac.
Pero la ciudad, la gran ciudad, crece destruyéndose a sí misma cuando no se planea bien y se valora debidamente lo que ya existe. Xoco ha tenido mala suerte; quién sabe cuándo y cómo, el general Juan Andrew Almazán se hizo de una gran extensión de terreno al poniente del risueño poblado, construyó algunas casas y un minarete musulmán y conservó el resto para la especulación inmobiliaria. Como los terrenos del general quedaron entre el riachuelo del poniente y el caserío, pronto se impidió que el agua corriera hacia el pueblo y las acequias se secaron.
Entre todos, con nuestros impuestos pagamos las obras urbanas alrededor de la gran propiedad de Almazán y ya en manos de sus causahabientes vimos como el valor de éstos subió como la espuma, limitados por el sur por Río Churubusco y por el poniente con avenida Universidad.
Los nuevos dueños vendieron gran parte de la propiedad al Banco de Comercio y esta institución construyó ahí sus oficinas centrales y más recientemente, en 2009, sobre lo que fueron inmensos estacionamientos, para colmo de males y desgracia de Xoco, se autorizó un gran conjunto de edificios, uno de ellos de 60 niveles, sótanos de estacionamiento, plazas comerciales, habitaciones y oficinas y hasta un hospital, ciertamente casi una ciudad denominada no sin ironía de la mercadotecnia, Ciudad Progresiva
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Con esta obra Xoco aumentó sus problemas; la iglesia de San Sebastián y muchas casas en las calles de Mayorazgo, Puente Xoco, San Felipe y otras, están cuarteándose y desnivelándose, primero por las profundas excavaciones de los cimientos y después por el peso de las primeras construcciones. ¿Qué podrán esperar los habitantes cuando se terminen las obras?; por supuesto, menos agua, menos luz, menos espacio, hacinamiento, congestionamientos de tránsito y muy probablemente desplazamiento a la periferia.
En otras grandes urbes el crecimiento es en las afueras, no en el centro de núcleos poblados con anterioridad, con fisonomía propia y características irrepetibles; en el caso de Xoco y Ciudad Progresiva
no está siendo así. Se permiten edificios enormes en lugares cuyo uso de suelo estaba autorizado para tres niveles como máximo y lo clasificado de habitacional se convirtió en oficinas y comercios. Con ello Xoco, su caserío, la iglesia de San Sebastián, el pequeño cementerio, serán pronto si no se detiene el abuso, ruinas y recuerdos.
Mala suerte porque se topó en su historia reciente con un general revolucionario que colaboró con Victoriano Huerta y con un gran banco mexicano que a la larga quedó en manos de extranjeros; mala suerte por la miopía de quienes han dado el visto bueno para que en un lugar tan inadecuado se construya algo que dañará a los que ya están y muy probablemente a los que lleguen convencidos por hábiles vendedores.
Estamos ante otro caso de vecinos que se enfrentan a dos grandes poderes coludidos, empresarios inmobiliarios y autoridades insensibles; el hecho me recuerda la estupenda novela de Chesterton El Napoleón de Notting Hill, en la que el peculiar Adan Wayne defiende ferozmente su barrio londinense por puro amor a sus casas, sus patios y sus árboles.