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Ambriz se congratuló de no haber perdido, pero admitió que se echó de menos el espectáculo

Chivas logra su primer punto en el torneo; en duelo trabado empató con Pumas

La afición quiere goles, pero a veces el rival no te deja, señaló un inconforme Memo Vázquez

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El rojiblanco Patricio Araujo y el felino Martín Bravo, durante el encuentro en el que las ofensivas de ambos equipos se nulificaronFoto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Lunes 30 de enero de 2012, p. 3

Hace falta redefinir los términos en el futbol. A veces hablar de un partido intenso no significa que lo exhibido sobre la cancha sea un espectáculo. Ayer la consigna de defender los colores del equipo se cumplió a la perfección; lo que se olvidó fue el imperativo de ganar un partido sobre el que se tejieron tantas expectativas.

Pumas no permitió que vinieran a derrotarlo en Ciudad Universitaria y le arruinaran el festejo por los 50 años del ascenso a la primera división, y Chivas impidió, con los nervios crispados, que este domingo le asestaran su cuarta derrota y le dieran la peor de las bienvenidas al nuevo técnico, Ignacio Ambriz.

Ambas escuadras jugaron a lo mismo: dos equipos ante un espejo, defensivos, recelosos y funcionales, pero sin goles. Demasiada corrección sobre la cancha a veces provoca sueño.

No es que los jugadores no salieran a buscar espacios para hacer daño al rival, sino que en el ánimo de no permitir ningún avance de peligro el duelo se asentó en la media cancha, donde todos parecían tener el mismo perfil. Los atacantes defendían muy abajo, los medios se batían por cada pelota y los zagueros se movían coordinados como sobre un eje.

El centro entonces era un verdadero amotinamiento de hombres decididos a que nadie subiera hacia ningún extremo. Las áreas estaban desiertas la mayor parte del tiempo y la pelota nunca pasaba de más de tres toques entre cada bando. Lo dicho, un futbol eficiente, pero sin gota de glamur.

En esas circunstancias el trabajo de los delanteros se complicó de manera particular, porque avanzar en medio de semejante concentración de jugadores requería un esfuerzo mayúsculo para esquivar tanto obstáculo.

El auriazul Martín Bravo hizo la primera incursión a los pocos minutos del encuentro; pisó el área y recortó, pero le faltó la malicia para atreverse a tirar al arco y eligió uno de esos centros inexplicables cuando en el área no se tiene a nadie para rematar.

La opción para semejante enredo parecían los disparos de media distancia. En Pumas lo intentó Javier Cortés para obligar al guardameta Michel a meter el puño; en Chivas el Cubo Torres para hacer sudar al Alejandro Palacios. Aunque los de la UNAM intentaron mantener más tiempo la pelota pegada al pie, los rojiblancos aprovechaban mejor sus oportunidades y crearon algunas situaciones difíciles para los de casa.

Sin embargo, cada incursión ofensiva se anulaba por la precisa intervención de los zagueros o por la impericia a la hora de definir. Juan Carlos Cacho estaba en una posición que poco ayudaba, demasiado abajo para representar un verdadero peligro y muy alejado de Bravo y Cortés para orquestar alguna llegada.

En una jugada frente a la media luna, Cacho vio que estaba acompañado por Bravo, jaló la marca de los zagueros rojiblancos para habilitar al argentino, pero éste no pudo girar lo suficiente para aprovechar el pase y el disparo fue a dar a las manos de Michel.

Ambos equipos parecían apostar al error del rival para conseguir algo. La defensa de Pumas cometió una pifia, en la que Verón, Velarde y Pikolín se trabaron; permitieron la entrada de Julio Nava, quien tampoco fue capaz de aprovechar el desatino auriazul.

Lo mismo le pasó al Cubo Torres, quien entre la zaga felina recibió una pelota, pero titubeó como jamás debe hacerlo un delantero y no supo cómo rematar frente al arco.

Algo semejante ocurrió a los universitarios; luego de una jugada muy elaborada Cacho ignoró a Cortés y decidió disparar hacia la portería, pero con tan mala fortuna que el tiro terminó alejado del objetivo.

Cuando los defensas son los que crean el mayor peligro, es porque algo no anda bien con el resto del equipo. Una muy clara fue generada por el paraguayo Darío Verón, quien escapó desde su línea y se descolgó hasta el área rojiblanca, pero sin resultados por la imposibilidad de Bravo para gambetear a la defensa y porque Cabrera no pudo dar precisión al tiro en el que concluyó.

Otro zaguero felino, Pikolín Palacios, produjo tal vez las dos situaciones de mayor peligro de su equipo. La primera, con un remate de cabeza que pasó a pocos centímetros del poste derecho, y casi al final del encuentro, cuando en otro remate la pelota fue rechazada casi en la línea de gol por la pierna milagrosa de Jonny Magallón.

Siempre he dicho que hay 0-0 espectaculares y a mí me encantó éste, dijo el Pikolín, tal vez en alusión a que sus jugadas estuvieron a punto de conseguir lo que no pudieron los atacantes.

Con el mismo ánimo, el arquero Michel parecía contento. Sobre todo porque no perdimos, soltó rumbo al vestidor.

Al final del encuentro, el nuevo entrenador rojiblanco, Nacho Ambriz, resaltó la entrega de sus pupilos y sobre todo resoplaba por no haber perdido, pero al mismo tiempo admitió que se echó de menos el espectáculo que se esperaba: Tanto ellos como nosotros llegamos, pero para que un partido sea espectacular debe haber goles.

En su turno, el entrenador auriazul, Guillermo Vázquez, también destacó la intensidad con la que jugaron sus pupilos, pero, al igual que su colega, reconoció que la afición no saldría satisfecha.

Ellos quieren goles, lo entiendo perfectamente, pero a veces el rival no te deja. La intención es salir a anotar, reconoció.

Y así lo admitieron. Lo de ayer fue intenso, pero sin emoción.