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A la mitad del foro

Hambre y mal de montaña

A

quí nadie se va a morir de hambre, nadie se va a morir de sed, dijo Felipe Calderón. Y los funcionarios que atienden lo social, desde elegantes despachos donde se acumulan las estadísticas de asesorías y consultorías nativas y extranjeras, apresuraron el paso para solicitar apoyos, despensas, cobijas, maíz, frijol y algunas latas de atún para los rarámuris atrapados en la vieja miseria y por la hambruna que vino con la sequía más cruel de los últimos 70 años.

En Davos, Felipe Calderón recibió honores y el título de Estadista Global tallado en el cristal de esa distante montaña mágica. Y habló en inglés el mandatario de los millones que se suman a la pobreza creciente mexicana y se aproximan al hambre y la desolación de las tierras flacas, de la aridez de la incuria y el desdén, donde los niños que llegan a los tres años de edad no han visto llover, donde el ganado mayor y menor deja de ser semoviente para convertirse en mojoneras cadavéricas del desierto que navegan los mexicanos desde Sonora y Chihuahua hasta Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Zacatecas y San Luis Potosí. En Zongolica, Veracruz, y en las serranías poblanas de Huauchinango y Teziutlán, los pobres cuentan sus granos de maíz y ven las cumbres del Popocatépetl sin nieve, gris la blancura eterna del guardián de la región más transparente.

Durango es prueba de la prepotencia ignara de la tecnocrática mochería que sembró la falacia de los dos Méxicos: el norte criollo y próspero, el sur indio y miserable. Y Chihuahua, la Tarahumara de leyenda, de paisajes deslumbrantes y fantasías sobre la conversión de los rarámuris que corren tras el venado hasta agotarlo, en competidores de maratonistas que compiten por medallas de oro en juegos olímpicos. Hoy bajan lentamente, amargamente, huyendo de la hambruna que los alcanzó, que nos alcanzó. Miles de hombres, mujeres y niños han llegado a Chihuahua, ciudad capital, tierra de Abraham González. Miles se acercan a los poblados más o menos bien comunicados de la sierra en espera de maíz para sus tortillas, para el pinole, para sobrevivir. ¿Qué necesitan?, preguntó un reportero de la televisión. Comida, respondió una mujer con la sobria dignidad de quienes saben compartir y no quieren pedir.

En Davos, los discursos de los dueños del dinero y los estadistas a su servicio: la insistencia en la austeridad en el gasto público, la disciplina fiscal, el orden que asegure la estabilidad, así sea la del pasmo ante la recesión que llega y la fatalidad decretada por la tozudez de aplicar los mismos remedios que produjeron la más reciente y las crisis revolventes anteriores. Deslumbrantes las nieves y las luminarias de la riqueza concentrada, los generosos, preocupados, integrantes del uno por ciento al que repudian los indignados, los de la ocupación de Wall Street, los del 99 por ciento que han alzado la voz. Ahí, Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, expuso lacónicamente, certeramente, las razones para desesperar: basta escuchar lo que dicen los discursos de gobernantes y banqueros.

Aquí nadie se va a morir de hambre. La desnutrición mata y condena al que la sobrevive a padecer sus efectos destructores de por vida. Aunque lo hiciera al calor de las filantrópicas medidas que en México confunden con políticas sociales, la caridad del programa pomposa, engañosamente, llamado Oportunidades; buenas intenciones que han empedrado el camino al infierno de la pobreza que se reproduce a sí misma. Y a perpetuar la injusticia, la profunda herida de la desigualdad, el olvido de la permeabilidad social. Da lo mismo un oidor virreinal que un burócrata decimonónico o un aspirante a tecnócrata. Inflexibles las reglas. Los pobres tienen que aceptar su condición, cumplir los requisitos amorosamente diseñados a mil años luz de distancia, desde el pavimento urbano. Los funcionarios disfuncionales, en los meses de secano que anunciaba cultivos perdidos, ganado muerto, hambre en la población de la Tarahumara, excluyeron a 20 mil rarámuris del generoso programa.

Veinte mil del censo de nuestra fábrica de pobres, 20 mil que se acuestan sin cenar y no desayunan, fueron excluidos de los programas alimentarios, energéticos, de becas escolares y atención sanitaria. Además, de ser privados de 950 pesos mensuales, porque no cumplen con las reglas de operación, no han sido corresponsables, no asisten con regularidad a las consultas médicas. Las clínicas más cercanas a las rancherías de los excluidos están a 12 horas de camino, de caminata, y no acuden con regularidad, no cumplen con las reglas. Hoy, todos padecen el hambre y la desesperanza, los que cumplen y los que no cumplieron. Pero ya llegan helicópteros con despensas a los sitios de más difícil acceso. Ya habrá tiempo de volver a imponer la obediencia a las reglas.

Pero este es el momento de exigir que se cambien los programas caritativos por una política social de Estado y que los funcionarios vayan a la montaña y no exijan que los indios caminen 12, 24 horas para asistir a las consultas. Para que nadie muera de hambre hay que producir alimentos, rehacer las instituciones de atención al agro, de crédito, de sanidad, de asistencia técnica, de apoyos y servicios, desde semillas hasta bodegas para los cultivos y accesos al mercado. No es tolerable que un senador de la República, ex secretario de Agricultura y ex gobernador de Jalisco, entidad que fuera granero del país, haga declaraciones de apabullante estulticia: No faltarán alimentos, porque Estados Unidos de América nos venderá lo que necesitemos, dijo Alberto Cárdenas.

Francisco Ramírez Acuña, también ex gobernador de Jalisco, líder panista en San Lázaro, atento a la campaña presidencial en marcha, a 152 días de la elección del sucesor de Felipe Calderón Hinojosa, convoca a los suyos a combatir las falacias del PRI en las curules y en las calles. No dijo que desde el púlpito, porque hay interregno cardenalicio y en su tierra los del tricolor han postulado a Aristóteles Sandoval, joven con nombre de filósofo que puede capitalizar el fracaso que niegan todos los hombres del que despacha en Los Pinos y esgrime bastón de mariscal para aconsejar en Davos recurrir a los bazucazos antes que se humedezca la pólvora. Nada más falta que baje Zaratustra de la montaña y en lugar de Dios ha muerto anuncie los funerales del fugaz imperio ultraderechista.

A estas alturas parece inevitable el retorno del PRI a Los Pinos. Los tres precandidatos del PAN se han empeñado en combate imaginario que no entusiasma ni a sus respectivos padrinos, financieros y adherentes. Para su desgracia, los mexicanos agobiados por el desempleo son asiduos de las llamadas redes sociales y al debate sobre los debates en México, pero ajenos a los debates de los aspirantes a candidatos presidenciales del Partido Republicano del vecino del norte. A esa penosa exhibición de ignorancia, desprecio a la razón, maniqueísmo, intolerancia religiosa, racista, clasista, no los invitarían ni a tomar el té. Pero nuestra derecha es aliada del norte en la guerra de Calderón, pero fiel al hispanismo: leal a la doctrina de Aznar, aplaude el llamado de Rajoy al déficit cero.

No les queda más remedio que soñar con que el PRI decida hacer todo lo posible por perder. De la izquierda, Dios dirá. Ahí pueden reclamar primacía para insistir en que los pobres siempre estarán con nosotros.