l problema de la basura, que hoy agobia a la capital del país, es una muestra de que el territorio del Distrito Federal ya queda chico, ya no tiene el tamaño suficiente, no cuenta con los espacios que requiere alrededor de la mancha urbana, ni dispone siquiera de lugares para procesar sus desechos. Necesita más territorio y sólo puede tenerlo como lo tuvo al nacer: tomándolo de alguno de los estados limítrofes, del estado de México por lógica, o bien de los de Hidalgo y Morelos.
Hay que recordar que el original estado de México lindaba al oriente con Puebla y Veracruz y al poniente con el océano Pacífico, esto es que formaron parte de su inmenso territorio lo que hoy son Hidalgo, Morelos y Guerrero.
La Constitución de 1824 confirió al Congreso General la facultad exclusiva de elegir el lugar que servirá de residencia a los supremos poderes de la Federación
. Nuestra actual Constitución, conserva ese principio, una de las facultades del Congreso, según el artículo 73, es la de cambiar la residencia de los supremos poderes, que hoy radican en un ya estrecho territorio.
Si en 1824 se discutió en dónde convendría que estuviera la sede de los poderes federales, el Congreso actual o el que se elija en julio próximo, bien puede plantear el problema y resolverlo decretando que el lugar elegido sea un nuevo distrito, que abarque el territorio que ahora tiene, más territorio que requiere, hacia los cuatro puntos cardinales.
Con una ampliación la capital de la República tendría los espacios vitales que necesita, no para su crecimiento demográfico, que debe detenerse, pero sí para reservas de bosques, acuíferos, tierras agrícolas, montes, pedregales y otras no urbanizables; en general, espacios que conformen a su alrededor un cinturón verde que detenga su hipertrofia.
En 1824, poco después de aprobada la Constitución, se discutió sobre el lugar de la residencia de los poderes federales y fue nada menos que fray Servando Teresa de Mier, el inquieto fray Servando
, quien argumentó en favor de que la capital siguiera en la ciudad de México, que ya lo había sido del efímero imperio y del reino de la Nueva España; el doctor Mier venció en el debate a la comisión que pretendía establecer la capital en Querétaro o más al norte.
Se determinó también entonces que el territorio del Distrito Federal fuera un gran círculo con centro en el Zócalo, denominado en el decreto Plaza Mayor y con un radio de dos leguas a la redonda; así quedó, creo que caso único en el mundo, un territorio estrictamente geométrico, un gran círculo de cuatro leguas de diámetro, esto es, un poco más de 20 kilómetros.
Al final del gobierno de Santa Anna, el DF ya abarcaba, por el norte, hasta San Cristóbal Ecatepec; al noroeste, hasta Tlalnepantla; al oeste, Los Remedios, San Bartolo Naucalpan y Santa Fe, pueblo-hospital fundado por Vasco de Quiroga; al sureste, comprendía desde Mixcoac y San Ángel hasta Huixquilucan; al sur Tlalpan, Coyoacán, Xochimilco e Iztapalapa, y al este, los dos Peñones, Viejo y Nuevo y la mitad del lago de Texcoco.
Los límites durante años, fueron más o menos imprecisos, pero en 1898, gobernando ya Porfirio Díaz, se aprobaron los convenios con los estados de México y de Morelos y la actual configuración del Distrito Federal quedó establecida.
Cuando se discutió la Constitución de 1917, el proyecto incluía para el DF, hacia el oriente, Texcoco, Chalco y Amecameca; al norte Tlalnepantla y Cuautitlán, abarcando con ello, lo que es propiamente el valle de México. Por las prisas y la falta de visión, la propuesta fue rechazada.
Es momento de reflexionar si es conveniente que el territorio del Distrito Federal se amplíe para coincidir con el valle de México, del que a la fecha sólo ocupa una fracción al sur, además de la zona montañosa que linda con Morelos. Una extensión geográfica mayor y más homogénea, permitiría planear debidamente la solución de problemas como los del agua, la seguridad, la basura y satisfacer la urgente necesidad de reservas y zonas verdes.