ermina 2011 y con él la más desastrosa crisis económica después de la ocurrida en los albores del siglo pasado. Aún no hay señales claras de la recuperación económica del país reputado como el más poderoso del planeta. Para ser más precisos, hay pocos visos de mejoría para quienes viven de su salario o están desempleados. Ya no extraña la actitud del sector más radicalmente conservador en el Congreso de Estados Unidos, que insiste en recortar el gasto social, sacrificando rubros como salud, educación, infraestructura y el subsidio los desocupados, anteponiendo su obsesión de asegurar que las ganancias del 1%
de la población no sufran merma.
No se necesita conocer, ni mucho menos entender, a Keynes para darse cuenta de que el aumento en el gasto social e infraestructura es precisamente lo que necesita el país para reanimar la económia. Ni tampoco que es justo que quienes ganan millones de dólares, producto de la especulación y el trabajo de la mayoría, paguen más impuestos. Es elemental pero no lo quieren entender quienes en el Congreso exigieron, como condición para aprobar el presupuesto en gasto social, que se autorice la construcción de un oleoducto entre Canadá y Texas, cuyo beneficio neto sería para las compañías petroleras, cuyos directos beneficiarios son el 1%
. Nada que ver con la realidad.
Por lo visto, no parece haber la menor posibilidad de que se entienda que, cuando la embarcación naufrague, todos se irán a pique con ella. Se insiste en repetir los errores que llevaron a la situación crítica en la que hoy viven los millones de personas que conforman el 99%
.
No otro fue el reclamo de los miles que tuvieron el valor de ocupar plazas y ciudades en todo Estados Unidos para protestar por la creciente desigualdad y la paulatina destrucción de los recursos naturales del planeta. Habrá que concluir que es un síndrome incurable de este sistema social y económico, cuando ante cada propuesta para evitar los mismos tropiezos se acusa a quienes las hacen de anarquistas o socialistas.
En este contexto, no deja de ser pertinente la pregunta sobre la posibilidad de que experiencias como la ocupación de Wall Street o la Primavera Árabe se repitan en los países al sur del río Bravo, donde la desigualdad es aún más asfixiante. O es que ya han ocurrido, pero tampoco se ha querido entender su significado.
Por todo ello, cabe preguntarse si la única vía para cambiar de rumbo es dejar que se hunda el barco y construir otro con mejores materiales. El único problema es que, sin remedio, con una solución de ese tipo los primeros que se van al fondo son los mismos que una y otra vez han creído que la próxima será mejor.
Por lo pronto, sería deseable que con las cenizas de 2011 también se fuera la avaricia del 1%
. Difícil, pero cuando menos es un buen deseo que comparto con quienes tienen la paciencia de leer estas líneas. A ustedes les deseo un mejor año en 2012.