a clarinada la dio nuestra amiga Stella Calloni en el sitio web Cubadebate. ¿A qué viene toda esta alharaca sobre el regreso a Panamá del general Manuel Noriega? Escribo general
con plena deliberación pues Noriega ha estado todos estos años en condición de prisionero de guerra de Estados Unidos y, a la vez, los actos llevados a cabo por el Estado agresor sobre el agredido carecen de legitimidad alguna según lo establecen las normas del derecho internacional.
Derecho que Washington ha persistido en atropellar en América Latina, por lo menos desde la proclamación de la Doctrina Monroe (1823), de lo cual la historia de Panamá es un muestrario interminable desde mediados del siglo 19, como de heroicas luchas contra la injerencia yanqui. De modo que de allí debe arrancar todo relato que involucre la actuación del imperio en la nación istmeña. Pero es este dato mayor el que precisamente omiten los papagayos y plumíferos que tanto presumen de equilibrio y objetividad informativa pero practican exactamente lo contrario. El enfoque que se difunde por los pulpos mediáticos sobre lo ocurrido en Panamá antes y desde el 20 de diciembre de 1989 es de una banalidad y una parcialidad inigualables. Nada menos que sobre hechos que condujeron al pisoteo más escandaloso de su integridad territorial, su soberanía y autodeterminación así como a la muerte de miles de sus hijos, que de eso se trata.
No de que fue derrocado Noriega, el sanguinario
dictador, que en fin de cuentas no era el principal problema para Estados Unidos. No. Lo primero es lo primero. Ese día Estados Unidos invadió Panamá, acción por sí sola ilegal, inmoral e ilegítima, y por ello condenado en términos muy enérgicos en la Asamblea General de la ONU. De modo que todos los actos derivados de la agresión, incluyendo el apresamiento y juicio a Noriega, son ilegales. La invasión y ocupación se realizó, además, con fuerza aplastantemente superior en medios de guerra de gran poder destructivo y de muy alta tecnología. Arrasó desde el aire todos los objetivos militares y –qué dato más revelador– gran parte de las barriadas populares de la capital de Panamá y otros puntos del país. Utilizó varios tipos de armas ultrasofisticadas, entre ellas algunas que al parecer no han podido ser identificadas. El Pentágono ha reconocido el uso en Panamá por primera vez de medios de combate de alta tecnología cuyo empleo después se generalizó en las intervenciones contra Serbia, Somalia, Irak, Afganistán y Libia, pero los testimonios de muchos sobrevivientes del Chorrillo y otros barrios humildes hablan de la muerte de seres humanos en formas que no pueden ser ocasionados por la metralla convencional y ni siquiera por el napalm. Sobre la invasión y sus antecedentes han escrito historiadores, periodistas e intelectuales reconocidos, entre ellos los panameños Jorge Turner, Olmedo Beluche, Ricaurte Soler, Roberto Méndez, Julio Yao y el irrepetible José de Jesús (Chuchú) Martínez, ayudante del general Omar Torrijos. Véase una valiosa antología en tragaluzpanama.com.
Pero, ¿cuál era el gran problema que preocupaba a Estados Unidos? La conciencia patriótica y antimperialista y el reforzamiento de la organización y el poder populares que habían adquirido las masas panameñas en la etapa final de la lucha por la soberanía de Panamá sobre el canal interoceánico, proceso encabezado brillantemente por el general Omar Torrijos. El imperio no quería que quedara piedra sobre piedra de aquel bastión de dignidad construido por generaciones de panameños y consolidado por Torrijos. Muchos miembros de las Fuerzas de Defensa de Panamá (FDP) y milicianos de los Batallones de la Dignidad (BD) murieron combatiendo a los invasores. Testigos presenciales refieren el asesinato por la soldadesca yanqui de los miembros de las FDP y los BD que ya sin municiones decidían rendirse al enemigo.
El otro gran problema para los yanquis era que los acuerdos Torrijos-Carter devolvían la soberanía de Panamá sobre el canal a partir del año 2000. La invasión de Estados Unidos se adelantaba a la fecha para asesinar a miles de patriotas y destruir a las FDP y los BD, aterrorizar a la población, inmovilizarla, para que, llegado el momento, no fueran capaces de reorganizar sus fuerzas y hacer valer los derechos conquistados sobre la estratégica y codiciada vía acuática frente a los títeres impuestos por la soldadesca yanqui. Fue un gran retroceso histórico.