Opinión
Ver día anteriorJueves 15 de diciembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Simulaciones
L

a necesaria reforma de la educación debe suprimir las muchas simulaciones que dominan a las instituciones educativas convencionales; en no pocos casos, lo que en estas instituciones se llama excelencia no es sino el cumplimiento fiel de dichas simulaciones. Empecemos con algo que está en el centro mismo de la vida escolar cotidiana: las calificaciones.

El empeño de las instituciones educativas debe ser que los estudiantes aprendan, no que saquen buenas calificaciones. Una de las falacias de las instituciones educativas es la identificación de buenas calificaciones con buena formación académica o educación sólida. Es necesario reiterar que las calificaciones engañan desde su nombre mismo, pues un 8 o un 10 son una cuantificación, no una calificación. Además, también hay que reiterarlo, la materia principal que se trabaja y examina en la escuela, y que es objeto de las calificaciones, es el conocimiento (en su sentido más amplio), y el conocimiento no es cuantificable a menos que se reduzca a mera información. La conversión del conocimiento en puntos (insustancial unidad de medida de las calificaciones) implica muchas arbitrariedades y en general hace abstracción de lo más importante: habilidades complejas, actitudes, riqueza de criterios. Ante la obligación de convertir las evaluaciones en un número, los profesores se ven orillados a contar el número de cuartillas entregadas por el estudiante o el número de respuestas correctas a un cuestionario, sin atender al significado del acierto o el error de cada una de ellas.

Las mal llamadas calificaciones (ya sea un número o una letra) sirven para clasificar a los estudiantes, para facilitar y justificar el otorgamiento de premios y castigos, pero carecen de utilidad pedagógica o educativa. Entregar a los estudiantes un número como resultado de un examen los deja desarmados, sin saber a ciencia cierta qué es lo que deben mejorar y cómo hacerlo.

Los estudiantes de las instituciones convencionales saben muy bien de qué se trata el juego, y lo siguen. Hace unos días, escuché decir a un joven: Voy a inscribirme en esa materia, no me interesa para nada, pero es fácil y así puedo subir mi promedio. Los promedios escolares son engaño al cuadrado, pues todos sabemos que promediar sirve precisamente para olvidarnos de las diferencias y de otras muchas realidades incómodas. Las normas escolares hacen caso omiso de una obviedad: un estudiante que cursa cinco materias puede obtener 8 de promedio con cinco ochos; o con dos seises, un ocho y dos dieces, o con otras muchas combinaciones. Si un estudiante de ingeniería tiene ocho de promedio, pero con un seis en matemáticas y un seis en física (y si esos números representan algo), ese estudiante va muy mal pues esas son dos materias básicas, fundamentales, indispensables. Sumemos a esto el absurdo de sumar o restar puntos por mal o buen comportamiento, por asistencia a clases, por entregar tres cuartillas más, o por las simpatías del profesor hacia el estudiante.

Véase la denuncia que publicaron en La Jornada hace tres días varios profesores de la Preparatoria 5 José Vasconcelos de la UNAM: Algunos profesores de esta honorable institución ofrecen como estímulo académico hacia sus estudiantes asistir a ciertas obras de teatro y, con la presentación del boleto, merecen un punto adicional a su calificación. Todo estaría bien, si las obras que se sugieren, tuvieran un mínimo de calidad y dejaran en los alumnos algún mensaje y las ganas de volver al teatro. Pues no, ni así todo estaría bien, pues es evidente la arbitrariedad de la medida y la implícita desvalorización intrínseca del teatro.

El asunto adquiere un carácter más grave cuando a esas calificaciones de los estudiantes se les asocian premios y castigos, o se condicionan a ellas las posibilidades de sobrevivencia para los estudiantes (las becas). En estas circunstancias, la simulación tiende a convertirse en franca corrupción e instrumento de control, de discriminación y de la prevalencia de intereses ilegítimos. Las becas para estudiantes deben verse como la justa y necesaria satisfacción de una necesidad, no como premio o estímulo. Para una inmensa mayoría de estudiantes universitarios las becas son una necesidad, los gobiernos deben proveer los recursos para atenderla. Ante este apoyo, los estudiantes tienen que responder trabajando con empeño y compromiso, pero es una perversidad convertir las becas en instrumento de premio o castigo, o de control escolar o político.

En el proyecto de la UACM las evaluaciones tienen ante todo un valor formativo, tanto las que deben aplicar los profesores a lo largo de los cursos, como las que se deben realizar en el espacio de la Coordinación de Certificación para, bajo la responsabilidad de un cuerpo colegiado, otorgar a los estudiantes los certificados de los conocimientos demostrados; estas evaluaciones deben traducirse, en primer lugar, en una acta cualitativa que informe al estudiante cuáles son sus logros y cuáles sus deficiencias. Además, inevitablemente, porque así lo requieren el sistema educativo nacional y otras instancias, pero contrariando el ideal educativo de la UACM, esta evaluación cualitativa se traduce en una cuantificación (un número).

Imponer a los estudiantes la condición de obtener buenas calificaciones para recibir una beca quizá permitirá obtener buenos números, no necesariamente buenos aprendizajes. Todo lo contrario, al introducir en un lugar preponderante una motivación extrínseca, las motivaciones intrínsecas se debilitan. Es sabido que el conocimiento significativo y el placer por el saber se corresponden con las motivaciones intrínsecas. Este debilitamiento de la motivación intrínseca es causa determinante en el gravísimo fenómeno de abandono de los estudios. Uno de los propósitos centrales del proyecto de la UACM es lograr que los estudiantes se motiven por aprender, desarrollen una motivación intrínseca y aprendan a desear el conocimiento por sus valores de uso, no por su valor de cambio.

Debe pugnarse por eliminar de nuestro sistema educativo esta perniciosa simulación de las mal llamadas calificaciones.