Opinión
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Infancia y sociedad

Santa Claus, un peligro para México (cuento navideño)

T

uve un sueño: El susto por la denuncia en su contra, en la CPI de La Haya, provocaba en Felipe Calderón un desdoblamiento de personalidad y, por unas horas, ejercía autocrítica y sentía vergüenza del dolor que ha causado a México. Entonces, para atenuar su malestar pedía a Carstens que dejara el cargo.

Le ordenaba después vestirse de Santa Claus y que se diera a la tarea de recolectar, en un gran saco, cartas de toda la alta burocracia (de directores generales para arriba, además de legisladores y jueces, empezando por los ministros de la SCJN). En cartas individuales, cada funcionario tenía que escribir una autocrítica a su desempeño, en forma amplia y honesta, además de firmar el acuerdo de no cobrar sueldo en diciembre y enero, ni aguinaldo, los cuales se aplicarían a mejores causas, para reparar algo del daño causado por su ineptitud.

Se juntaba mucho dinero, pues sólo los aguinaldos de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación alcanzarían para obsequiar una computadora portátil a cientos de jóvenes estudiosos.

Finalmente, Calderón decidía que con esos recursos y el vano presupuesto del IFE para 2012, se iniciaría la creación de la Universidad Nacional de Capacitación Técnica, destinada a los ilustres ninis. También ordenaba a los altos mandos que el Ejército volviera a sus cuarteles y que el presupuesto de guerra se utilizara en programas de prevención, rehabilitación y reforestación.

Después, Calderón se iba a la Villa de Guadalupe y, de rodillas, pedía perdón a las 50 mil víctimas de su delirio bélico: a los niños, a los jóvenes, a las mujeres, a… Un soldado lo interrumpía para avisarle que Carlos Salinas y Elba Esther Gordillo estaban huyendo del país en aviones particulares. “No importa –decía–, mejor así”. Y empezaba a dar instrucciones de a montón. Ordenaba que los maestros construyeran un nuevo sindicato; que se acabaran los aumentos a la gasolina; “que la prima de mi esposa –decía con voz quebrada– y sus socios financien y construyan, en el lugar de los hechos, un monumento en memoria de los niños que se quemaron en la guardería ABC”; que renunciaran Karam y García Luna, y que la Vázquez Mota se fuera a Argentina a estudiar, y que… De pronto, un duende, que se parecía mucho a Augusto Monterroso, pasaba tocando muy fuerte unas campanas de colores, y cuando yo me desperté: ...el dinosaurio todavía estaba ahí. (Contigo, Nepomuceno.)