Percusiones telúricas, cuerdas en stacatto, alientos-madera en constante ebullición. Y por encima de este denso y bello paisaje sinfónico, la voz de Melanie Gabriel y la de su padre, Peter Gabriel, rinden una lectura refrescante de Downside up, ese clásico ahora revisitado (como lo es también Don’t give up, con la cantante Ane Brun) en una colección exquisita de piezas emblemáticas, todas ellas, 14 en número, que integran el nuevo álbum de la dinastía Gabriel.

New Blood se titula esta grabación, cuya salida a luz mantiene al maestro, a sus 61 años de edad, en gira mundial, uno de cuyas estaciones se fincó en la ciudad de México hace apenas unos días.

Entre las muchas novedades que brinda este nuevo documento está su sangre nueva, escanciada en un sistema de vasos comunicantes que irradian la renovación/revitalización consabida que toda transfusión, válgase la metáfora, implica.

Sin duda, el héroe aquí se llama John Metcalfe, joven compositor, notable violista, quien infunde savia, leucocitos, glóbulos blancos y rojos a la biblioteca lírica del gran maestro inglés, quien a su tiempo ha reunido sabiduría en su caminar senderos dramatúrgicos a lo largo de su luenga, sólida carrera.

El maestro Metcalfe es el autor de todas las adaptaciones sinfónicas que disfrutamos en este disco apasionante. Lo que había logrado en colaboraciones anteriores con Joy Division, Kraftwerk, Blur y la mismísima Michael Nyman Band, lo supera con creces en su alianza ahora con Peter Gabriel.

Méritos se desgranan en la cascada de colores orquestales, nuances, el inteligente e inspirado andamiaje orquestal que diseñó Metcalfe y que hace sonar con energía, destreza y entrega absoluta la fabulosa New Blood Orchestra, conformada por 46 atrilistas con la ausencia de guitarras y batería, elementos diríase imprescindibles en la cultura rock, sambenito que desfasa y desface entuerto entero este gran orquestador, que hace rock aquí precisamente sin riffs de guitarras ni solos de bataca.

Equipo de ensueño, el que forman John Metcalfe y Peter Gabriel. El umbral lo construyeron el año pasado, con esa exquisitez de disco titulado, con el sabroso sentido del humor gabrieliano: Ráscame la espalda (Scratch my back), donde Saint Peter Gabriel toma obras ajenas para hacerlas propias, entre ellas (y en opinión del Disquero, la mejor lograda) la obra maestra de Paul Simon titulada The boy in the bubble, además de piezas magistrales de Lou Reed, David Bowie y los Talking Heads.

The Rhythm of the Heat, la pieza inicial del flamante New Blood, atrapa, enciende, arropa, fascina y ese encanto se escanciará y dilatará en el disco entero. La belleza de poemas sonoros como el track 7, Mercy Street, o los encandilamientos dinamogénicos que desencadenan obras como Digging in the Dirt (track 11), encuentran una verosimilitud dramatúrgica de muy elevadas condiciones artísticas.

Sabemos que Peter Gabriel es un extraordinario contador de historias. Tales relatos, en su voz tan peculiar, privilegiada, ahora adquieren un grado de dificultad encantador que resulta agraciadamente superado: contar historias con sonidos. Y si a esos sonidos le añadimos poesía, tenemos como resultado un disco imprescindible, un nuevo capítulo espléndido en la obra de Peter Gabriel.

Al escuchar esta nueva aventura, uno se remite de manera automática a dos títulos piedra-de-toque: los álbumes conceptuales, auténticas sagas de ópera en rock: Selling England by the pound y The lamb lies down on Broadway, dos obras maestras sin cuya existencia no se entendería el genio absoluto de su hacedor, precisamente el joven Peter Gabriel, quien fundó el grupo Genesis en 1967 y creó enseguida, a partir de 1986, con su álbum solista inicial, So, un hermoso jardín de senderos que se bifurcan.

New Blood florece en ese espléndido jardín.

[email protected]