unque había algunas alusiones previas, la introducción del término bioética se debe a Van Renselaer Potter (1911-2001), un bioquímico con preocupaciones humanistas. En 1970 publicó un artículo titulado Bioethics: the science of survival
(Bioética: la ciencia de la supervivencia
). Un año después, amplía y profundiza sus conceptos en el libro, Bioethics: bridge to the future (Bioética: puente hacia el futuro
). Este año se cumplen cuarenta años del nacimiento formal
de la bioética: ¿celebrar o lamentar? Debe celebrarse el deseo por difundir la bioética y la ética médica; debe lamentarse, inter alia, la endeble situación del globo terráqueo, el mal trato a los animales, el divorcio entre sabiduría y conocimiento y la escasa difusión de la ética médica.
Hace cuarenta años Potter escribió: “La humanidad necesita urgentemente una nueva sabiduría que le proporcione el ‘conocimiento de cómo usar el conocimiento’ para la supervivencia del hombre y la mejoría de su calidad de vida. Este concepto de la sabiduría como guía para actuar –el conocimiento de cómo usar el conocimiento para el bien social– podría llamarse ‘la ciencia de la supervivencia’, y sería un prerrequisito para mejorar la calidad de vida. Yo postulo que la ciencia de la supervivencia debe cimentarse en la biología, ampliada más allá de sus límites tradicionales para incluir los elementos más esenciales de las ciencias sociales y humanidades, con énfasis en la filosofía en sentido estricto, o sea, en el amor a la sabiduría. La ciencia de la supervivencia debe ser más que una ciencia, y para ello propongo el término de bioética con objeto de subrayar los dos ingredientes más importantes para alcanzar la nueva sabiduría que necesitamos tan desesperadamente: el conocimiento biológico y los valores humanos”.
Cité íntegramente la idea de Potter para compartir sus preocupaciones: la supervivencia de nuestra especie depende del uso adecuado de la sabiduría y del equilibrio entre biología, ciencia y filosofía. Para Potter, para los que lo antecedieron, y para quienes hoy poblamos la Tierra, la supervivencia del ser humano, de la sociedad y de nuestro planeta es meollo y embrollo: de la vida humana a la destrucción de la casa por los mismos seres humanos.
Regresar al ideario de Potter es necesario. Los 13 capítulos que constituyen el libro son ahora más vigentes que hace 40 años. La supervivencia como meta de la sabiduría, las obligaciones del ser humano en la sociedad, el conocimiento peligroso y los dilemas de la sociedad moderna, ciencia y sociedad, el concepto del progreso humano, medio ambiente, religión y el crecimiento de la población son, entre otros, el esqueleto de Bioethics: bridge to the future.
El libro estudia el divorcio entre la sabiduría humana y sus acciones, expone los malos usos del conocimiento, y aboga por la imperiosa necesidad de acoplar los principios éticos con el entorno biológico. Para Potter, las acciones que disminuyan las posibilidades de supervivencia de la humanidad son inmorales. Propone, por esa razón, que el conocimiento, bajo la égida de científicos y humanistas, fije como meta lo que él denomina parámetros de supervivencia
.
Salvo para los creacionistas, y los seguidores de la dinastía Bush, es evidente que la Tierra se encuentra cada vez más enferma y deteriorada. El fracaso de las cumbres sobre el medio ambiente, la inadecuada explotación de las tierras de cultivo en África, la contaminación de mares y ríos, el continuo movimiento de la población acostumbrada a ejercer actividades agrícolas hacia las ciudades, el incremento de la población mundial, la contumacia de China –es nuestro turno de contaminar, Occidente lo hizo anteriormente
– y el aumento de la temperatura del globo terráqueo son, entre otras, admoniciones brutales.
Potter dedica el libro a Aldo Leopold (1888-1948), quien en la década de 1940 publicó algunos ensayos sobre la conservación de la Tierra. Leopold era un ambientalista y ecólogo estadunidense; fue promotor de la ética ambiental y de la ética de la tierra, ideas que dieron origen a la instauración del Día de la Tierra. En sus textos explica, con sobrada visión e inteligencia, que La primera ética se ocupaba de las relaciones entre los individuos; el Decálogo de Moisés era un ejemplo. Posteriormente, la ética se ocupó de las relaciones entre los individuos y la sociedad. La regla de oro procura, explica Leopold, integrar al individuo a la sociedad, mientras la democracia busca integrar la organización social al individuo
–la regla de oro se refiere a la ética de la reciprocidad, es decir, tratar a tus congéneres igual que quisieras ser tratado
. Y agrega: No existe una ética que se ocupe de la relación del hombre con la Tierra y con los animales y las plantas que ahí crecen
–sin acuñar el término, habló de bioética.
Los legados de Potter y Leopold son inconmensurables. El primero se preocupaba por la supervivencia del ser humano. El segundo sostenía que el ser humano es el cáncer de la Tierra. Ambos tienen razón. Mientras sigamos sin escuchar las advertencias del planeta y priorizando el conocimiento en vez de la sabiduría, nuestros males engullirán primero a la Tierra y después a la humanidad. A 40 años de distancia nada sigue igual, todo ha empeorado.