urban es la tercera ciudad en importancia de Sudáfrica. El mundo supo de ella por el pasado campeonato mundial de futbol y por albergar una gran reunión contra el racismo en 2009. Es también el mayor puerto de África. La habita población negra mayoritariamente zulú, mezclada con la de origen hindú que llegó en el siglo XIX, blancos anglófonos y una creciente población árabe. La ciudad es igualmente atractivo turístico por sus playas, variada comida, museos, su jardín botánico y un parque acuático que reúne la fauna marina de la región austral.
Ahora Durban vuelve a ocupar espacio en los medios, pues del 28 de noviembre al 9 de diciembre próximo se celebrará allí la Conferencia de Naciones Unidas contra el cambio climático, la COP 17. Se espera que asistan 20 mil delegados oficiales y 50 mil activistas. Generará 15 mil toneladas de CO2, además de otros contaminantes, fruto de la forma de celebrar las grandes conferencias, consumidoras en extremo de electricidad, agua, gas y productoras de basura y ruido. Para contrarrestar el daño que ocasionarán esas 15 mil toneladas de CO2, las autoridades de Durban venderán bonos de emisiones entre los asistentes a la cumbre y con lo que recauden reforestarán un área cerca de la ciudad. Una hectárea arbolada absorbe entre 3 y 15 toneladas de dióxido de carbono.
Previa a esta cumbre, en octubre pasado hubo en Panamá una conferencia técnica a fin de fincar las bases de un compromiso global que permita, especialmente, la renovación del Protocolo de Kyoto, acuerdo vinculante firmado en 1997 por 188 países. Su vigencia termina el año próximo y en él se exige a los países industrializados reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Es el único acuerdo mundial vinculante para la reducción de tales emisiones. La prórroga y mejoría de lo suscrito en Kyoto quedó fuera de la cumbre celebrada en Cancún hace casi un año.
Ahora, mientras los países que integran la Unión Europea proponen renovar los compromisos de Kyoto, otros grandes generadores de CO2 (Japón, Canadá, Rusia, Estados Unidos) no son partidarios de mejorarlo y prorrogarlo y exigen que las llamadas economías emergentes
adquieran obligaciones que ahora no tienen. Es una alusión a China, el emisor más importante de gases de efecto invernadero. Por los obstáculos que pueden presentarse en Durban, no pocos apuntan a que de allí saldrían las bases para establecer en 2015 un nuevo tratado vinculante.
Muy distinto piensan las agrupaciones ecologistas y defensoras del medio ambiente, que ven como un paso atrás dejar sin efecto acuerdos que costaron tanto, desaprovechar la experiencia adquirida a fin de mejorarlos con mayores compromisos. Pero, además de prorrogar dicho protocolo, buscar la firma de un acuerdo a fin de reducir para 2050, las emisiones globales en 80 por ciento con respecto a 1990; igualmente, mecanismos que permitan medir y verificar la reducción de las emisiones; gravar el transporte marítimo internacional y que los recursos que se logren sirvan para la lucha contra el cambio climático, sin olvidar los compromisos financieros a que se obligarían especialmente los grandes países contaminantes.
A unos días del encuentro en Durban, todo apunta a que las potencias que deciden la suerte de este tipo de reuniones no darán el paso que tanto se necesita para reducir significativamente la emisión de gases de efecto invernadero. A los aspectos políticos se suman hoy los económicos, la crisis que hace estragos por doquier. Con el agravante de que el aliento que en principio inyectó la administración de Barack Obama al campo ambiental desapareció por la oposición republicana y los intereses que representa. El ambiente poco optimista que privó en la reunión de Panamá puede ser adelanto de lo que va a pasar en Sudáfrica. Aquí, al menos, se espera saber cuánto se ha cumplido de lo acordado en la Cumbre de Cancún (como el fondo de financiamiento, el cuidado de los bosques, la transferencia de tecnología), que el mundo oficial allí presente y los organismos internacionales calificaron de gran logro. Mientras otros piensan fue una manera elegante de ocultar el fracaso.