60’s, 70’s, Segovia
onfieso que alguna vez fui pacifista. Confieso que, pero eso creo haberlo descubierto con el tiempo, lo más probable es que fuese pacifista porque no sabía defenderme. Confieso que confieso que fui pacifista siendo que me gustaría serlo todavía ahora, pero –sin en modo alguno ser guerrero– la verdad no tengo cara.
Fui pacifista cuando de moda estaba serlo (no en mi barrio, desde luego, alta, altísimamente pendenciero, barrio al extremo oriente en la Guadalajara de aquel entonces), cuando los hippies y todo eso. Y vaya golpizas –pero definitivamente una, dos, no olvidaré– que me tocaron cuando pacifista fui.
En la que mejor recuerdo por poco y dejo de ser pacifista. Por lo menos luego de resistir que tres llamémosle camaradas me hicieran a patadas, lo sabría al día siguiente, al menos doce heridas sólo en la cabeza, algo en mí se reveló, apoyado en películas que había visto, me defendí como pude y, mejor dicho (era pasada la una de la mañana, en una muy ancha calle de tierra, en algunas de las casas empezaron a prender luces) me decidí a huir. Huyeron también mis atacantes. Al centro del arroyo quedaban una quebrada pluma atómica
Mac Gregor y un libro: Anagnórisis, de Tomás Segovia.
Me hice la ilusión de que me estaba rabiosísimamente preguntando si los perseguiría o no. Estaba furioso, o eso creí, no por los golpes, la alevosía, la ventaja, sino porque habían roto una pluma y habían ensuciado de tierra no a quien esto escribe, sino un libro de poesía por mí muy apreciado.
No ignoro que algo de teatral, casi de adolescente (y ya andaba yo en los 19, 20 años), tiene o tuvo lo que cuento, pero así fue. Dos o tres veces crucé algunas palabras con el trasterrado: nunca se me ocurrió decírselo. Ni tampoco que en agradecimiento a que por su generosa gestión –y antes la de un poeta que mucho me ayudó, Mario del Valle– conseguí trabajo en el Instituto Nacional de Antropología, le llevé un paquete de Delicados, su marca de cigarros según sabía, a El Colegio de México que, sin recado de por medio (su cubículo estaba vacío al yo llegar), deposité en alguno de los estantes de su librero, y partí.
No tengo espacio para agregar casi nada. Pondré tan sólo que en el espectáculo de danza/teatro que a partir del libro Poesía en movimiento hizo realidad Marta Verduzco, uno de los momentos más impresionantes fue el brevísimo (cito de memoria): Una blancura te inunda/ los dos pechos: eres pura./ Y sube una mancha oscura/ por tu vientre: eres profunda
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