l G-20 estuvo presidido por la poderosa ánima de Milton Fridman y la teoría económica mágica del Consenso de Washington.
Hubo declaraciones mínimamente positivas –gracias a Kirchner, Rousseff y Obama–, de acompañar la austeridad con la reactivación cautelosa de la demanda en los países más saneados (Alemania, Japón y China, los mencionados), y la intención de aumentar los recursos del FMI y las del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, sin decir, cómo será ello posible. La tasa Tobin –Kirchner, Sarkozy y alguno más–, para gravar las transacciones financieras, desechado. Austeridad es la palabra. Ciegos, no ven que el déficit aumenta más rápido en una economía en declive, que en una economía que lucha por recuperarse.
Predominó, por mucho: cómo hacemos para cuidar los intereses financieros, que se volvieron los principales después de la muerte en 1971 del sistema surgido de Bretton Woods; aunque también qué hacer para que las corruptas mentes financieras no continúen destrozando la economía mundial. Algunas ideas, ningún acuerdo.
La Grecia clásica descubrió que las tragedias terminan cuando los héroes sucumben a su sino inexorable. El G-20 se afana al máximo por huir de una recesión profunda de largo plazo, mientras continúa dando pasos ciegos que la conducen a esa situación.
Friedman quedó estremecido por el entusiasmo que le produjo descubrir
que el enemigo del mercado era el gobierno. Todo se reduce, dijo, a cuidar que el gobierno haga cumplir los derechos de propiedad y los contratos y es todo, los mercados operarán su magia. Así, de un tajo teórico
separó mercados y gobierno, y la incandescente luz de este descubrimiento cegó a la mayoría de los dirigentes de los países del G-20 que se alinearon a esa idea
, impidiéndoles ver la clara realidad: desde que el capitalismo ha sido, los países exitosos fueron los que organizaron economías mixtas, como es el caso de los propios países desarrollados incluidos en el G-20.
Esa ceguera creó para la finanza los mercados libérrimos jamás vistos, y el cataclismo en marcha no puede devolverles la vista y el entendimiento. Uno diría que estos dirigentes saben que los mercados demandan mecanismos institucionales, porque no se crean, regulan, estabilizan y legitiman a sí mismos (Rodrik dixit). Los gobiernos deben invertir en redes de comunicación y transportes; contrarrestar la asimetría de la información, de las externalidades, y de un poder de negociación desigual; moderar los pánicos financieros y las recesiones; proporcionar educación y salud, y dar respuesta a las demandas populares de redes de seguridad y prestaciones sociales. Salir de la crisis demanda como primer paso reconstruir todo ello.
Pero el G-20 centró su agenda en la Grecia actual. Si uno revisa los pasos dados en los últimos días por el primer ministro Giorgos Papandreou y su contexto, no parece que hubiéramos estado frente al torpe gobernante que quisieron ver una buena parte de la prensa de la UE.
Grecia tiene un gobierno parlamentario de 300 escaños en que el partido Movimiento Socialista Panhelénico (de orientación socialdemócrata) posee 152 escaños; su líder, Giorgos Papandreou. Le sigue el conservador Nueva Democracia, con 85 escaños, cuyo líder Antonis Samarás es un economista egresado de Harvard y furibundo opositor de Papandreou, que en el marco de la debacle económica griega había venido demandado la dimisión del premier. Al mismo tiempo Nueva Democracia se oponía al plan de rescate que demandaba la troika. De otra parte, algunos analistas griegos opinaban que una simple dimisión provocaría un caos político en Grecia. Pero esto le importaba un cacahuate al resto de la UE. Grecia representa menos de 0.5 por ciento del PIB de la UE. Merkel fue descarnada: nos interesa salvar el euro no a Grecia. En realidad quería decir, salvar a los bancos alemanes y franceses en primer lugar.
El parlamento griego sabía que el gobierno venía operado un rescate
anterior que implicaba recibir de la troika 8 mil 500 millones este mes, para enfrentar sus vencimientos. Papandreou ideó un movimiento para dar salida al estrangulamiento político y económico que vivía Grecia: el referendo. Papandreou –es mi hipótesis– midió los efectos de su propuesta: toda la UE pondría el grito en el cielo, y la troika declararía que no entregaría la plata mencionada. Eso fue lo que ocurrió, pero en Grecia se operó un cambio político real o simulado, cuando en el G-20 se ratificó que ni habría la plata de noviembre, ni habría un nuevo rescate de 130 mil millones de euros que estaba propuesto. Ni presto ni perezoso, Samarás estuvo dispuesto a aceptar las condiciones de la UE, aunque con posterioridad, se operó otro cambio: sí al gobierno de coalición propuesto por Papandreou, pero a cambio de su dimisión. ¿Qué ocurrirá ahora con las decisiones de la troika?
Pero, al final del G-20 casi todos concelebraron alegremente. Las bolsas subieron. Aunque esa reunión no resolvió nada de fondo, para nadie. Ahora no se sabe si Grecia aceptará el nuevo rescate
, entre otras cosas porque no está en condiciones de crecer para pagar deudas astronómicas con intereses draconianos.
Grecia quizá se preparará para caminar hacia la puerta de salida de la UE y del euro. Y la UE aún no sabe cómo saldrá del batido que ella misma ha creado.