a gravedad de la situación económica en Estados Unidos está fuera de duda. ¿Qué aspectos de la economía vecina debiéramos tomar en consideración para reconocerlo? Muchos. Sin duda. El producto, la inversión, el empleo, el salario, la productividad, la balanza comercial, la balanza de pagos, la deuda gubernamental, la deuda de los hogares y las empresas, el crédito. Y muchos más.
Desde hace varios años que me permito comentar en La Jornada la marcha de la economía estadunidense he tratado de considerar de manera especial la evolución del empleo, acaso uno de los más delicados y sensibles indicadores de la realidad económica y social vecina. Incluso política. Hace una semana se dieron a conocer las cifras oficiales más recientes sobre la ocupación en Estados Unidos, las correspondientes al mes de septiembre de este difícil 2011. La situación continúa siendo dramática, muy dramática. ¡Y no se ve cómo pueda mejorar en el corto plazo! Incluso, en medios académicos, empresariales y oficiales, se teme que pudiera ser aún más delicada.
Desde hace casi nueve meses –es decir, en lo que va de 2011– el número de personas sin empleo ronda los 14 millones. La cifra oficial de septiembre es de 13 millones 992 mil estadunidenses que buscan empleo sin encontrarlo. La tasa oficial es de 9.8 por ciento, siempre medida respecto de la llamada fuerza laboral civil, en estos meses ligeramente superior a los 154 millones de personas. Para el caso de los jóvenes menores de 25 años se trata de un volumen ligeramente superior a los 3 millones. ¡Qué gran drama! Para las personas de color del 16 por ciento, que representa cerca de 3 millones. ¡Otro gran drama! Pues bien, si en el caso general sumamos a las oficialmente desempleadas, aquellas que pese a estar empleadas buscan otro trabajo –entre otras cosas por la precariedad del que tienen– la cifra pudiera alcanzar los 24 millones de personas. Es cierto, nuestros vecinos ya no están en la excesivamente dramática situación de octubre de 2009, cuando el desempleo alcanzó a 15 millones 628 mil personas, luego de que tres años antes –en octubre de 2006– el número de personas sin empleo había llegado a sólo
6 millones 727 mil. En buenas cuentas esto significa que en sólo tres años, fueron lanzados a la calle
cerca de 9 millones de estadunidenses.
Para cualquier defensor del sueño americano
esto representa un violentísimo golpe. Y para quienes sufrieron y sufren esta situación se trata –¡qué duda cabe!– de un golpe mortal. Y no sólo porque dejaron de percibir un ingreso seguro. También porque la mayoría de estos expulsados
de la vida laboral activa está endeudada, profundamente endeudada. Y este tremendo déficit de empleo –mucho más grave que cualquier otro tipo de déficit, sea fiscal, sea comercial– conduce a una inevitable dinámica de suspensión de pagos que en el caso estadunidense –en realidad de todos los casos del mundo– también ha resultado mortal para el sistema bancario y financiero.
¡Ya sabemos del rescate impulsado por el gobierno estadunidense! Similar, por no decir que igual, al que se impulsó en México en el sexenio de Ernesto Zedillo y que aún sufrimos. Pues bien, ese rescate ya obliga a destinar buena parte
Un indicador más muestra nítidamente la dificultad y el drama laborales en el vecino país. Me refiero al tiempo medio que tarda un desempleado estadunidense en volver a trabajar. En septiembre de este año se llegó al máximo de la historia económica de Estados Unidos: 40.5 semanas, es decir, casi 284 días. ¡Nunca antes fue tan prolongado el tiempo promedio en que un estadunidense estaba sin trabajo! ¡Nunca! Y no hay señales que muestren que va a disminuir. En el mejor de los casos –aseguran algunos estudiosos del vecino país– la situación se podría detener. Pero no bajar. Al menos próximamente. Incluso se habla de la enorme probabilidad de que se alcance hasta 45 o más semanas –incluso un año– como tiempo promedio para regresar a laborar sin garantizar –por cierto– que el nuevo empleo sea mejor que el anterior. En todos los sentidos. Por eso no dejo de recordar la invitación que permanentemente nos hacía una de las mejores estudiosas del empleo y la ocupación que hemos tenido en México, la profesora Teresa Rendón Gan, a quien hemos extrañado y seguiremos extrañando siempre en nuestra Facultad de Economía de la UNAM. “Sí –decía Tere antes de morir– hay que ver con cuidado no sólo cuántos empleos hay o no hay, sino de qué tipo son, en qué tipo de establecimiento se ofrecen, con qué salario, con qué grado de explotación se realizan y –para sólo señalar un aspecto fundamental más– con qué orientación de edad y de género se presentan”.
En mis revisiones de la dramática y terrible situación estadunidense, no dejo de recordar sus enseñanzas y de tratar de seguir su rigor en el estudio de la ocupación y el empleo. Siempre. Sin duda y en honor a ella, que se nos fue antes de tiempo. Mucho antes. Sin duda.