l diputado del PRI José Ricardo López Pescador se cubrió de gloria en la sesión del Congreso el 28 de septiembre pasado, cuando para argumentar contra la relección legislativa inmediata preguntó: ¿Quién recuerda una propuesta inteligente de Edward Kennedy?
(Reforma, 29/09/2011). Según él, estaba citando un ejemplo de legislador inútil. En realidad, lo que hizo López Pescador fue mostrar su extraordinaria ignorancia en relación con la muy distinguida carrera legislativa del más joven de los Kennedy, quien es recordado como el león del Congreso por la fiereza de su defensa de las causas progresistas en su país, por su carisma y su capacidad oratoria. En 47 años de desempeño el senador Kennedy presentó más de 300 iniciativas que fueron votadas ley en temas como migración, derechos civiles, educación, apartheid, investigación de cáncer y educación, entre otros. Fue relegido siete veces, y cada vez los votantes expresaban su satisfacción y su apoyo a un político excepcional. Al pronunciarse contra la relección legislativa inmediata, el diputado López Pescador nos niega la oportunidad de sancionar su arrogancia de pacotilla, y darle una lección poniendo fin a sus pretensiones de legislador.
La dizque denuncia de López Pescador es una muestra del PRI que viene, uno de cuyos muchos problemas son los candados cognitivos
como el que representa la no relección legislativa. El candado cognitivo es una idea que se convirtió en un principio y en una disposición inamovible, y está tan arraigada en el priísmo que es muy difícil modificarla. Esto significa que las transformaciones del contexto resultan irrelevantes, y que lo que quizá sirvió en el pasado, debe seguir sirviendo en el presente. Así que hoy, los priístas justifican la permanencia de la no relección con un argumento típicamente conservador: está ahí desde siempre, ¿para qué lo cambiamos?
Es cierto que han intentado desarrollar otros argumentos para defender su oposición a una reforma que obligaría a los legisladores a cuidar lo que dicen, a preparar sus intervenciones, para no decir barbaridades. De manera que de someterse de nuevo al juicio de sus electores, éstos tendrían más elementos para votar que la foto en las banderolas de plástico con que los partidos promueven a sus candidatos. Por ejemplo, Enrique Peña Nieto, a la pregunta respecto a la relección legislativa responde que se opone porque en ese escenario los poderes económicos podrían hacerse de una mayor ascendencia sobre los diputados
(Enfoque, 2/10/2011). Pero esta repuesta es un non sequitur porque la relación causal entre relección y venalidad no está claramente establecida. Legisladores deshonestos los hay, con y sin relección. De existir ésta podríamos sancionarlos; en cambio, tal y como están las cosas, simplemente se retiran con sus dietas y todo lo demás.
Los argumentos en contra de la relección legislativa son pobres porque el candado cognitivo es un freno a la creatividad y a la imaginación. Yo diría que, además, es una salida fácil para los más perezosos, que antes de reflexionar sobre los cambios del contexto que exigen al PRI una revisión de los muchos candados que lo mantienen emparedado en el pasado, prefieren echarse en la tradición como si fuera una hamaca, desde la que aspiran a recuperar el paraíso de las mayorías absolutas que les entregaba la maquinaria del partido cuando ellos mandaban. No hay más que pensar en la desafortunada propuesta de la cláusula de gobernabilidad que han presentado para responder a la relativa fragmentación del voto que propicia el pluralismo partidista, y que añadiría a la representación de un partido obtenida en las urnas el número de curules necesario para alcanzar 51 por ciento del total. Como han señalado otros priístas, entre ellos el principal adversario de Peña Nieto, Manlio Fabio Beltrones, esta propuesta equivale a formar mayorías artificiales que generan una situación esencialmente inestable. En este caso el candado cognitivo se formó hace décadas a partir de la idea que sostiene todo régimen de origen revolucionario, de que sólo se puede gobernar con mayorías absolutas. Sus objetivos son tan ambiciosos que no admiten discusión, ni disidencias, ni crítica alguna. Este candado cerró por largos años la puerta a las oposiciones en el Congreso mexicano, era una práctica común que parecía imposible de modificar hasta que Jesús Reyes Heroles lanzó la reforma política de 1977.
La terca insistencia del PRI en nombrar a dos de los tres consejeros del IFE puede ser producto de otro más de los candados en los que se sostuvo la hegemonía de ese partido, y la parálisis que detuvo nuestro desarrollo democrático desde los años 60 hasta la reforma reyesheroliana. El partido de las mayorías
tiene derecho a controlar todas las instancias del proceso político. Su dirigencia debe creer que, como en estos momentos las encuestas lo favorecen con un amplio margen, entonces desde ahora puede sentar sus reales en las instituciones que han sido de nuestra democracia, pero que ellos han decidido convertir en el soporte de su restaurada hegemonía.
Ninguno de estos candados cognitivos promete una mejoría de nuestro vapuleado sistema político. En realidad lo único que nos dicen es que el PRI que viene son las ruinas del naufragio del PRI que nunca se fue.