La niña del bosque
o que más duele es saberse gobernados por mentes subdesarrolladas que, disfrazadas de sabios y usando la Constitución como pretexto, imponen sus prejuicios y sus miedos a mujeres jóvenes, inermes, y condenan a nacer –como dirían Nietzsche y Schopenhauer– a seres que todavía habitan la gloriosa calma del no ser
para que, contra la voluntad de sus propias madres, sean arrojados a un destino desventurado de origen.
Duele que estas personas magistradas, cuatro como mayoría sobre siete –disculpe señora Aritmética–, sean las mismas que no se atrevieron a responsabilizar a ningún funcionario por el infame crimen en la guardería ABC. Duele que Calderón se atreva a decir que este país defiende la vida, cuando su necedad y confusión tienen a México bañado en sangre. Duele que importen y se discutan derechos de los niños, mientras estén en el útero de su madre, y después esos derechos ya no importen nada.
Recuperar la dimensión ética para la vida de nuestra sociedad es tarea urgente a la que poco contribuye la costosísima SCJN, cuyos integrantes no han sido votados y a quienes desconocemos cada vez más por sus decisiones contra la vida real de la gente real. Dice Eduardo Galeano que el mundo se divide en indignos e indignados. Y yo pregunto: ¿de qué lado están, señores magistrados?
Ya escribía el poeta español Antonio Machado, en otro crudo tiempo, que es difícil no caerse cuando todo cae
. En México se necesitan magistrados, intelectuales, gobernantes, hombres y mujeres que no se doblen ni se quiebren gracias a su solidez mental y ética, para que pongan a salvo, sin demagogia, lo mejor de nuestra patria: la infancia. Porque en ella, como en ningún otro asunto, lo más importante del futuro es el presente.
Para este dolor, una cura: la poesía; un poema que su autor hizo pensando, quizá, en la propia poesía: en el riesgo de sentir pero también en el peligro mayor de no sentir
–como escribió nuestro mexicano Vicente Quirarte.
En La niña del bosque, del poeta cubano Eliseo Diego, siempre encuentro a la infancia amenazada por el abandono: sin proyectos visionarios ni programas eficaces, sin los recursos para que nazca y viva con la verdadera protección a que tiene derecho.
Caperuza del alma,
está en lo obscuro el lobo,
donde nunca sospecharías, y te mira
desde su roca de miseria,
su soledad, su enorme hambre.
Tú le preguntas:¿Por qué tienes esos ojos redondos?
Y él responde, ciego, para mirarte mejor, llorando.
Y enseguida tú vuelves: las orejas,
¿por qué tan grandes?
Y él, para escucharte, oh música del mundo,
sólo para escucharte.
Y luego
lo demás es la sombra —indescifrable.