Sandra Flores Rizo, de 37 años de edad, nunca esperó un reconocimiento público y menos un estímulo económico por cumplir con su deber como médico. El 24 de julio de 2010, cuando se dirigía a su trabajo, los gritos de una embarazada atrajeron su atención y provocaron que no abordara el tren en la estación Auditorio, de la línea 7, pues se quedó a ayudar en el nacimiento de una niña.

Lo único que llevaba conmigo era mi bata. Un hombre que me auxiliaba colocó su chamarra para proteger del frío al bebé. Los niños salen, no hay mayor problema, pero tenía que sujetar y cortar el cordón umbilical, así que pedí hilos y tijeras a las mujeres que pasaban, quienes de inmediato me los proporcionaron, recordó.

“El alumbramiento tardó alrededor de 25 minutos y, una vez que verifiqué que estuviera bien, me retiré, pues arribaban los servicios de emergencia para trasladar a madre e hija a un hospital, y tenía que ir a mi trabajo. Después, por los medios de comunicación, me enteré de que estaban bien.

No pensé que hubiera una medalla y menos contar con un apoyo económico, dijo.