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A la mitad del foro

Adiós a las armas

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Los que desfilaron el 16 de septiembre recibieron la confianza renovada, la admiración bien ganada de los mexicanos del común, de los mexicanos todosFoto Roberto García Ortiz
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ada 13 de septiembre se cimbra el país y cada mexicano escucha el eco de la historia ante el monumento a los niños héroes, nuestros niños héroes: Juan de la Barrera: ¡Murió por la patria! En defensa de la patria, combatiendo al invasor, ofrendando la vida en Chapultepec; ahí donde se erigió el monumento, en el sitio que llamamos el Altar de la Patria.

Los cadetes del Colegio Militar, los de 1847 y los que en 1911 escoltaron a Francisco I. Madero hasta Palacio Nacional, nunca fueron fuerzas invasoras, nunca fueron parte de un ejército de ocupación. Cada 16 de septiembre desfilan los soldados y marinos del Ejército de la Revolución Mexicana. Todavía. Y espero que por muchos años más. El respeto de los mexicanos, de las familias que acuden cada 16 de septiembre a aplaudir su paso y manifestar el respeto y aprecio por los ciudadanos armados, por los integrantes de una fuerza fincada en la obediencia y aprecio por las instituciones, por el mando civil, por la defensa del poder constituido. La tribuna del 13 de septiembre no ha de ser para pronunciar arengas gubernamentales; no es para las defensas retóricas de un gobierno, sino para reafirmar el valor del Estado y de la nación.

Se puede aceptar que ante el fragor de la violenta guerra contra el crimen, hubo un traspiés de quienes escribieron el discurso de este 13 de septiembre. Pero no se puede guardar silencio y aprobar tácitamente la desviación del rumbo, de la institucionalidad que tan firme como constantemente han sostenido y manifestado nuestras fuerzas armadas. Los que desfilaron el 16 de septiembre recibieron la confianza renovada, la admiración bien ganada, de los mexicanos del común, de los mexicanos todos. Ellos nos defienden, dijeron las voces infantiles ante los micrófonos del ágora electrónica. Y así es, eso transmite su presencia, a pesar del miedo, de los miles de muertos, de la violencia cotidiana.

Victoriano Huerta es todavía el chacal, el traidor que impuso la dictadura y desató la revolución constitucionalista. En México no hemos padecido cuartelazo ni golpe militar alguno desde el fallido levantamiento escobarista de 1929. Si lo han olvidado profesores y alumnos de nuestro lamentable sistema escolar, afortunadamente no lo han hecho quienes asisten a las academias militares ni los guachos, las tropas del Ejército, Armada y Fuerza Aérea. Nada justifica el belicoso tenor de los discursos políticos del presidente Calderón. Desde las alturas del Poder Ejecutivo, ese tono confunde la guerra contra el crimen organizado con el combate sin tregua a la oposición política, particularmente al PRI, al que se refieren como amenaza del retorno del autoritarismo, de la corrupción, de la dictadura del partido único.

Nadie pide que los soldados vuelvan a sus cuarteles y dejen el campo libre a los criminales. Pero involucrar a las fuerzas armadas en las disputas legislativas y, sobre todo, en el aliento intencionado de una potencial falta de garantías para instalar casillas y celebrar elecciones en tal o cual distrito o estado, equivale a jugar con fuego. Felipe Calderón no es un joven recluta, es el jefe de las fuerzas armadas de la nación. Convoca a combatir hasta la última gota de sangre de los mexicanos que confían en que sus soldados son sus defensores. El general Galván, secretario de la Defensa, es todo un soldado, tropero dirían quienes lo precedieron, cuando menos hasta que desempeñó el cargo Marcelino García Barragán, el último de los secretarios que combatió en la Revolución Mexicana. Sabe el general Galván que al concluir el sexenio habrá voces interesadas en juzgar el desempeño del Ejército en esta guerra.

Y volvió a pedir que se les proporcione el marco legal para actuar, para combatir al crimen organizado que se ha convertido, dijo, en amenaza para la seguridad nacional. En esta ocasión, el secretario de la Defensa se dirigió al Poder Legislativo; y pareció pedir que se aprobara la iniciativa del titular del Poder Ejecutivo tal como la envió al Congreso. No prosperará el llamado que en voz militar tiene, a querer o no, más de exigencia que de solicitud. Aunque lo justifique la necesidad de impedir los previsibles juicios contra sus compañeros de armas, búsqueda de chivos expiatorios, amagos de juicio político con la mácula de juicios sumarios.

De aquí en adelante todo es campaña electoral; todos en campaña para eliminar a sus adversarios en las elecciones internas y de inmediato combatir y derrotar a sus adversarios en la elección constitucional, obtener el voto de la mayoría y la Presidencia de la República. La Silla, la mano de Doña Leonor, decían los cronistas de antaño. El poder, sin olvidar que la Constitución lo define como titular del Supremo Poder Ejecutivo de la Unión. Pero por encima del adjetivo decimonónico de Supremo, está el republicano, federal, laico y democrático de mandatario; no el que manda sino el que recibe el mandato de los ciudadanos. De los que mandan, así como son los legisladores representantes en el Congreso de la Unión del pueblo en el que reside la soberanía nacional.

Muy pronto se olvidaron de la brega de eternidad, ya no digamos de la democracia que creen fin y no medio para elegir a nuestros representantes. Ante 300 líderes consagrados por las agencias publicitarias y el peso apabullante del dinero acumulado, Felipe Calderón pronunció un panegírico de las virtudes del poder ciudadano; siempre y cuando corresponda al de la oligarquía imperante: si no les gustan los diputados, los senadores, los gobernadores, conviértanse ustedes en políticos; si no les gustan los partidos, formen sus propios partidos políticos. ¿Para qué, si los que gobiernan no tienen más programa que servir a los dueños del dinero?

La soberbia ciega; ignorar los llamados a la razón, al debate de ideas y programas, lleva a la intolerancia, a las amenazas; a que un secretario de Hacienda renuncie y, el mismo día en que proclama su aspiración de obtener la candidatura del partido en el poder, amenace al dirigente de un partido de oposición con llevarlo a juicio penal por falsificar documentos de la banca y el fisco: Humberto Moreira, del PRI, es el indiciado. Ernesto Cordero es el aspirante que esgrime armas de funcionario para denunciar penalmente al ex gobernador de Coahuila.

En el PAN, según las encuestas; entre los ciudadanos, según el sentido común, el ex de Hacienda sería Cordero para el sacrificio electoral. No ganaría ni en elecciones para reinar en carnaval. Pero ha sido ya el instrumento para amenazar desde el poder y enlodar la campaña presidencial antes de iniciarse formalmente. Con razón no asistió Santiago Creel a Palacio Nacional para ver el desfile militar.

En el viejo edificio vecino Marcelo Ebrard ensaya poses y voces presidenciales, mientras Andrés Manuel López Obrador da el Grito en Salamanca y festeja que Carlos Salinas no acuda al debate que éste dice nunca convocó.

Eruviel Ávila ya es gobernador del estado de México. Enrique Peña Nieto ya no tiene poder ni territorio, dicen los ilusionados que desatienden a Manuel Gómez Morin y serán desilusionados. Manlio Fabio Beltrones adelanta parte de lo suyo al programa de gobierno que pide se anticipe a la designación de candidato a la Presidencia.

Y en Monterrey el lodo cubre al PAN y México entero se mancha. ¿A quién dijo Felipe Calderón que había que recurrir si no se estaba de acuerdo? Yo sigo creyendo que al voto de la mayoría de los mexicanos.