Una diseñadora mexicana de muy altos vuelos
uizá sea por la edad pero en ocasiones, con el precolapso o semiparálisis del tráfico en la ciudad de México, de pronto detengo el coche, lo dejo como a una mala compañía y camino por las calles mirando aparadores y tiendas diversas, no tanto para comprar como para aflojar las piernas y disminuir la tensión que inevitablemente provoca conducir en una metrópoli donde aún no se concluye el segundo piso y ya la planta baja es un desastre, en esa apuesta suicida en favor del automóvil.
Antier, para refugiarme del Periférico, me desvié hacia Polanco, me paré donde pude y comencé a deambular por la avenida Masaryk, donde pareciera que el país hizo realidad el alucine salinista de volvernos primer mundo por decreto con desventajosos tratados comerciales incluidos, si no fuera por las legiones de franeleros y vienevienólogos, cuyas increíbles proezas violentan las leyes de la física y estacionan cinco vehículos donde en teoría caben dos.
Subí hasta la calle de Moliere y di vuelta a la izquierda, por la acera de la gasolinera, y precisamente en el número 58-A leí un original letrero que desde distintos ángulos parece moverse y dice simplemente Carla Fernández
. Como al interior del local, profusamente iluminado, bellas damas miraban los productos en exhibición, decidí aproximarme.
Allí me enteré que se trata de la nueva boutique de originalísima moda mexicana de la diseñadora Carla Fernández, quien entre otros reconocimientos internacionales ha obtenido el International Young Fashion Entrepreneur Award o Premio a la Joven Emprendedora Internacional de la Industria de la Moda, otorgado anualmente en Reino Unido por el Consejo Británico durante la Semana de la Moda en Londres.
Mi sorpresa fue en aumento cuando, contra mi costumbre de embelesarme con las atractivas mujeres que colmaban el local, debí poner toda mi atención en las maravillosas creaciones de Carla, prendas que inspiradas en el rebozo o en el traje de charro tradicionales son convertidas, gracias a la desbordada imaginación de la diseñadora, en sorprendentes piezas de vestir y lucir, al obtener de formas antiguas novedosos, inimaginables resultados.
Asombrosas en verdad las piezas que ella ha denominado barraganes, en honor del talentoso arquitecto tapatío Luis Barragán, un delicioso rebozo de usos múltiples, ya como chal, como bufanda o pashmina. O sus bellas blusas a base de algodón y seda con diseños inspirados en la obra del pintor Carlos Mérida. Igualmente sus imaginativos vestidos, cuyos estratégicos broches permiten convertirlos en saco o incluso en abrigo.
También cinturones-fajas con diseños indígenas que lo mismo se pueden lucir en la cintura, el cuello o la cabeza; o ropa infantil con aires chamulas, todo a muy prudente distancia del folclorismo, así como chamarras, trajes, sacos o guayaberas de lino en manga corta y larga. Mención especial merecen el refinado concepto del traje de charro con elegantes calados de gamuza y las bellas creaciones de joyería en vidrio de Valeria Florescano.
Carla me informa que es la fundadora del Taller Flora, un laboratorio móvil que recorre distintas regiones del país visitando comunidades indígenas, incluyendo las que se especializan en textiles hechos a mano. No es sólo indumentaria tradicional mexicana, añade, sino también los aportes creativos de las cooperativas con las que trabajamos.
El Taller Flora, que ha podido desarrollar un estilo único y su liderazgo obedece a un modelo de negocio con un impacto socioeconómico real, reflejo de una red comercial justa y de políticas ambientales que influyen en prácticas responsables dentro la industria de la moda, involucrando a artesanas y diseñadoras que han sabido coordinar esfuerzos.
¿Y de toros? Ah sí, de toros. Bueno, pues ya podrían aficionados elegantes, taurinos prósperos y algunos toreros innovadores darse una vuelta por la boutique de Carla Fernández y adquirir una prenda o acordar el diseño verdaderamente original de un terno o de un capote de paseo. Ya es hora de recuperar la imaginación en tan anquilosada fiesta.