l fin de semana pasado me reuní con mis contrapartes del hemisferio en Valparaíso, Chile, para celebrar el décimo aniversario de la Carta Democrática Interamericana, un compromiso colectivo con la democracia sin igual en el mundo.
Hace 10 años, cuando el terrorismo asestó un golpe en Estados Unidos, los líderes del hemisferio dieron juntos un paso esperanzador e histórico al acordar una carta que declara: Los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla
. Esa obligación no empieza ni termina en la urna electoral. Todas las sociedades deben afrontar la amenaza de la violencia, la desesperación y el extremismo. Nuestra mejor respuesta, en aquel momento y ahora, es avanzar una agenda amplia y positiva de derechos, libertades, seguridad, justicia, inclusión social y progreso económico.
En las Américas, el progreso democrático ya no es la excepción sino la norma. Las instituciones democráticas fortalecidas han ampliado las oportunidades económicas, así como el espacio disponible para la expresión y participación cívica, han reducido la pobreza y han servido mejor las necesidades básicas de los ciudadanos. Sin embargo, al celebrar la adhesión de nuestro hemisferio a la democracia, también debemos renovar nuestro compromiso compartido de profundizarla y defenderla.
Todos nuestros países saben que la tarea de construir la democracia nunca se completa. Cuando dejamos de dedicarnos a perfeccionarla y protegerla, la democracia se erosiona. Sabemos que incluso los gobiernos elegidos democráticamente pueden amenazar a la democracia, si no respetan sus salvaguardias, sus instituciones, sus normas y sus valores.
Cuando los líderes de la oposición se enfrentan a enjuiciamientos politizados y los periódicos sufren la intimidación para silenciarlos, se socava la democracia antes de que siquiera se deposite un solo voto. Cuando los activistas de derechos humanos son amenazados, ningún ciudadano puede sentirse seguro. Cuando se debilitan las instituciones independientes como el Poder Judicial, se les están negando a los ciudadanos los beneficios plenos de los gobiernos que ellos mismos han escogido. Y cuando no se controla la desigualdad económica, la corrupción y la violencia delictiva, se erosiona día tras día la fe de los ciudadanos en que la democracia pueda proporcionarles resultados.
Las amenazas a los principios democráticos en cualquier lugar son un desafío para las democracias en todas partes. Todos debemos alzar nuestras voces, mantenernos firmes y actuar con la claridad de nuestras convicciones en defensa de los principios democráticos.
Cuando el presidente elegido por el pueblo de Honduras fue depuesto en un golpe de Estado en 2009, los países de las Américas rehusamos aceptar el retroceso de la democracia en su seno y la OEA se pronunció con una firme y única voz, un resultado que hace una generación habría sido inconcebible. Como dijo la secretaria Clinton en la Asamblea General de la OEA el año pasado, creemos que es posible construir una OEA más fuerte, más dinámica, más eficaz, que sirva los intereses de los países miembros y que tenga la capacidad y voluntad de abordar los desafíos regionales y prevenir las crisis antes de que surjan
.
Los ciudadanos de las Américas no están solos en sus esfuerzos para mejorar la democracia. Más y más ciudadanos en el norte de África y en el Medio Oriente están reaccionando contra el estancamiento económico y la opresión política. Exigen sus derechos universales y los instrumentos para tener éxito en un mundo integrado. La transformación de las Américas y el modelo que la Carta Interamericana representa ofrecen poderosos ejemplos para aquellos que se esfuerzan en dejar atrás el autoritarismo y la desigualdad y para construir sociedades modernas inclusivas y exitosas.
Sabemos que cada país seguirá su propio sendero. Promovemos la democracia, como dice la carta, dentro del respeto del principio de no intervención
. Todos los países –incluyendo el mío– tienen imperfecciones y todos, sin excepción, podemos aprender de los otros.
Al reflexionar sobre los trágicos eventos del 11 de septiembre de 2001, reforcemos el valiente paso que nuestro hemisferio emprendió aquel día para fortalecer la democracia, y apoyemos los esfuerzos de nuestros conciudadanos en todo el mundo para que se unan y mejoren la comunidad de democracias. Como acordamos hace una década en Lima y como el presidente Obama reiteró en Santiago, no existe sustituto para la democracia
.
*Subsecretario de Estado de Estados Unidos Exclusivo en México para La Jornada