Vacunar contra la violencia
i queremos vacunar a las nuevas generaciones contra la violencia, primero hay que entender su génesis y su dinámica. Alguien me preguntó si puedo explicar de dónde han salido estas hordas de asesinos desalmados, perversos y poderosos que tienen al país hundido en el horror. Respondí que al menos estoy segura que son un producto 100 por ciento mexicano; que no vinieron ni de otro planeta ni fueron entrenados en otro país.
Mi hipótesis es que –más allá de lo que sean como casos individuales– en conjunto son un fenómeno producido por un sistema político que durante casi un siglo ha sido cada vez más abusivo y cruel con las clases populares, las que, a su vez, parecen capaces de aguantar todo, sin que pase nada.
Pero que nuestro pueblo carezca de la educación cívica y política para defenderse cultamente
de sus abusadores –mediante paros nacionales, organización de grupos políticamente articulados, etc.– no significa que no sufra. Creo que este pueblo pisoteado produce, involuntariamente, esta suerte de terroristas líricos, llenos de resentimiento y tan infames como el poder, la impunidad y la corrupción que los han parido. Si, en cambio, surgieran líderes revolucionarios, ¿a esos sí ya los hubiera eliminado el gobierno?... Mmm.
El asunto –de patología social– compete a médicos siquiatras, filósofos, antropólogos y no sólo a policías y abogados. Son grupos que han metabolizado de la peor manera el dolor y la rabia de millones de mexicanos y que han hecho suya la moral
de los poderosos: la ley no vale para quien tiene poder y dinero.
Dice el señor Cordero que si no fuera por el Ejército estaríamos gobernados por delincuentes, ¿pero no sabe que hace años nos gobiernan delincuentes de cuello blanco? Mientras, a plena luz del día y con la complicidad de tribunales, jueces y legisladores, se siga saqueando al país impunemente, en tanto que los grandes proyectos que se necesitan quedan archivados, no habrá ejército ni policía que pueda con la situación actual.
El que mata y tortura está descargando en su víctima su propio dolor existencial; el criminal satisface así hambres fundamentales: ser tomado en cuenta, ser visto, tener un lugar en el mundo (aunque tan miserable), ganar poder ante los poderosos.
Hay que tratar de explicar a los menores qué son la impunidad y la corrupción y cómo han enfermado a la sociedad, porque comprender es un recurso sicoafectivo de protección; buscar apoyos en el teatro y la literatura, en todo arte, y evitar la influencia de caricaturas y videojuegos donde, incluso los héroes, matan sin la más mínima señal de compasión.