arece que ya se está haciendo realidad un afortunado hecho que auguramos hace varios años: la recuperación de las viejas colonias y barrios de la ciudad. Su ubicación céntrica, servicios públicos, buena urbanización y arquitectura de calidad, aunque esté deteriorada, ofrecen una atractiva posibilidad de vida.
Hoy vamos a hablar de la colonia San Rafael que, aunque tímidamente, ya comienza su renacimiento. Muy oportuno resulta en estos momentos el libro de la arquitecta Margarita Martínez, titulado La colonia de los Arquitectos a través del tiempo, San Rafael. Nos cuenta que dicha colonia era un pequeño barrio que rodeaba a lo que ahora es el Monumento a la Revolución y fue la primera que se formó en 1857. La diseñó el ingeniero Fernando Somera para que ahí vivieran los arquitectos de la Academia de San Carlos. Unos años más tarde los terrenos aledaños, pertenecientes al rancho San Rafael, también conocido como del Cebollón, fueron adquiridos por los señores Tron, Signoret y García para establecer la colonia San Rafael, integrándose a ella la de los Arquitectos.
Nos enteramos que al surgir los nuevos fraccionamientos, el ayuntamiento, con el fin de racionalizar la nomenclatura y acabar con el desorden, adoptó un método consistente en dividir la ciudad en dos ejes: el oriente-poniente y el norte- sur, en cuatro porciones. A las vías que corrían de norte a sur se les denominó calles, y las de oriente a poniente avenida. Esto no fue bien aceptado por lo que el gobierno optó por establecer una nomenclatura nominal, que es la que siempre caracterizó la ciudad de México. La San Rafael recibió nombres de personajes de la corriente positivista basada en el pensamiento filosófico de Augusto Comte, que introdujo en México Gabino Barreda.
La colonia tuvo éxito desde sus inicios, conjuntando un rico tejido social, ya que adquirieron lotes lo mismo familias acaudaladas que personas de la clase media. Esto le dio una particular fisonomía arquitectónica, que combina mansiones fabulosas y buenas residencias con encantadoras privadas de todos tamaños y elegancias y las clásicas vecindades. Las privadas fueron muy características de la San Rafael, que todavía conserva varias. Este concepto habitacional nació en 1900 como resultado de la especulación inmobiliaria y la explotación ilimitada de los fraccionadores; consistían en casitas o departamentos, a los lados de una callecita privada, con un acceso restringido, generalmente protegido por una reja de hierro.
El libro nos cuenta la historia de la colonia, desde su nacimiento hasta nuestros días, ya que la autora vivió en ella su infancia y años juveniles, por lo que al rigor histórico se unen los recuerdos y testimonios que le dan un gran encanto a la obra. Nos llamó la atención enterarnos de que ahí estuvieron el hospital francés y el americano, este último tuvo su panteón junto al británico. Que hubo un asilo de mendigos y un hospicio y que aquí se estableció la primera funeraria por el señor Gayosso, que padeció un calvario para enterrar a su mamá.
Como tenía que ser, dada la profesión de la autora, una parte de gran interés es la relativa a la arquitectura de la colonia. Con imágenes tomadas por ella misma nos explica los distintos estilos. No falta la vida cotidiana, el comercio, el mercado, las iglesias, teatros, cines y demás.
Aprovecho para invitarlos a la presentación del libro que se va a llevar a cabo el primero de septiembre a las 17.30 horas, en la hermosa casona que ocupa la Universidad del Valle de México, situada en Sadi Carnot 57. Participan la autora, la arquitecta Estefanía Chávez y quien esto escribe.
Antes iremos a inspirarnos con una buena birria y un tequila en la cantina La Polar, que desde hace 75 años deleita a los habitantes de la San Rafael con ese manjar jalisciense, que se dice es el mejor de la ciudad. Se encuentra en Guillermo Prieto 129, esquina Anillo Interior