rribaron a México las reliquias de Juan Pablo II. Desde el 25 agosto hasta el 15 de diciembre recorrerán el país: una ampolla de sangre, un solideo, unos zapatos y vestimentas.
Más que una oportunidad de profundizar su legado
–como se promociona este acto–, la presencia de estos objetos se perfila como una vuelta a la feria papal
y una herramienta del oscurantismo (práctica de prevenir que hechos o detalles de algún asunto se den a conocer) de la Iglesia católica, que pretende blanquear la imagen de este Papa y ennegrecer todos los intentos de discusión seria acerca de su pontificado.
Ya durante su funeral se veía esta doble manipulación en la manera en que se trató el cuerpo de Juan Pablo II como una suerte de tótem: un símbolo incuestionable y una imagen intercambiable.
Solo faltaba partirlo.
Desde el principio en Polonia se demandaba que su corazón fuese llevado a la patria. Este rito, asociado más con el Estado que con la Iglesia, aplicado a poetas, compositores o líderes de la nación que murieron en el extranjero, finalmente fue descartado (de hecho el mismo Papa estuvo en contra).
Pero en la mira de su pronta beatificación –llevada a cabo por fast track el primero de mayo de este año–, la aparición de las reliquias del primer grado
(partes del cuerpo) era sólo cuestión del tiempo.
En febrero el cardenal Stanislaw Dziwisz –ex secretario personal– sacó una ampolla con sangre de Karol Wojtyla, tomada antes de una operación en 2005, muestra que el Vaticano decidió preservar; en un canal televisivo, haciendo un show mediático en vivo, le obsequió la primera prueba de estas reliquias –un medallón con una gota de sangre y fragmento de una sotana– a un piloto polaco de Fórmula 1 que sufrió un grave accidente.
Las prácticas del siglo XI, con los mecanismos del mercado del siglo XXI.
De igual manera que la política actual ha sido dominada por el orden de las cosas, también la política de la Iglesia y hasta la religión misma han sido acaparadas por él, reducidas a un nivel denigrante de las reliquias arcaicas con un toque moderno, cosas libres de cualquier contenido teológico, destinadas a consumo.
Como subrayan algunos filósofos y teólogos, Karol Wojtyla (él mismo filósofo y teólogo) no entendía la modernidad, y veía en la modernización occidental “una civilización de la muerte’.
Sin embargo, la modernidad lo entendió a él: modificando su imagen e incorporándolo a la cultura de espectáculo.
Los esquís del Santo Padre, su suéter o kremówki –dulces favoritos, vendidos luego a granel en pastelerías polacas–: todas estas cosas fueron convertidas en objetos de deseo, parte de la cultura de consumo enriquecida
por un discreto encanto de magia portátil de las reliquias de diferente grado, por ser objetos cercanos al personaje en cuestión.
De hecho, el mismo Dziwisz, que abrió y domina el mercado de los objetos papales (siendo el secretario ha podido acumular una mayor cantidad de ellos –¡todavía tiene guardado un diente de Wojtyla!–, funciona en calidad de reliquia viva
: su nombramiento de cardenal y responsable de la catedral metropolitana de Cracovia se debía solamente a esta cercanía.
El triunfo de las reliquias en buena parte del imaginario popular refleja una hegemonía de la Iglesia conservadora, por encima de la Iglesia abierta
, más escéptica ante este tipo de prácticas.
En Polonia las disputas teológicas parecen haber sido sustituidas por la lucha por ellas: la exhumación y extracción de huesos de Jerzy Popieluszko, un capellán del sindicato Solidaridad, asesinado en 1984 por los servicios secretos, se debía en parte a esto (la otra fracción de la Iglesia, contraria a Dziwisz, también quiso poseer reliquias atractivas).
Eduardo Galeano, en uno de los textos contenidos en el tomo Ser como ellos, apuntaba que la muerte de Popieluszko oscureció la suma de muertes de 100 sacerdotes asesinados por el terror de Estado en América Latina.
De la misma manera se pretende que un par de reliquias de Juan Pablo II oscurezca todos los intentos de discutir la suma de sus logros y abandonos (anticomunismo irreflexivo, promoción de Opus Dei, actitud frente a la pedofilia o la teología de la liberación), o, por ejemplo, acerca de las limitaciones de su teología.
Todo esto sirve también para eludir la discusión sobre el Estado y el porvenir de la Iglesia de hoy, sumergida en una crisis de autoridad. No hay diálogo con los teólogos disidentes u otros sectores de la sociedad (¡las mujeres!).
En un doble movimiento de las reliquias
, los bienes de consumo tapan las relaciones sociales –de acuerdo con la fórmula del fetichismo de la mercancía–, y el orden de las cosas oscurece el juicio de los hombres.
Juan Pablo II y su legado –sea como fuere– quedan confinados a lo más hondo del reino de las cosas, o al tráiler de un “reliquia-show”.
*Periodista polaco