La muerte ronda a diario, sobre todo a los niños; llega a cuentagotas la ayuda humanitaria
Miércoles 10 de agosto de 2011, p. 48
Mogadiscio, 9 de agosto. Calles destrozadas, edificios deshechos, marcas de disparos en todas las fachadas. Una guerra que dura ya 20 años ha llenado de cicatrices a Mogadiscio, la capital de Somalia. Esta vez no han sido los encarnizados enfrentamientos ni la caída de helicópteros lo que ha hecho resurgir el interés de la comunidad internacional por esta ciudad, sino la emergencia alimentaria que viven sus ciudadanos.
Perdimos nuestra tierra y nuestro ganado, lo poco que teníamos nos lo quitaban las milicias
, cuenta Hassán Alí, anciano campesino al que la sequía le ha cambiado la vida. No teníamos muchas más posibilidades que venir aquí
, comenta con cara de frustración. La situación fue lo bastante desesperada para hacerlo abandonar su hogar y dormir en una tienda de campaña improvisada con hierros y ramas, justo en medio de la catedral. La imagen simboliza lo que vive este país en los últimos meses: de atracción turística, ha pasado a ser una estructura en ruinas donde las piedras se mezclan con los plásticos que los más afortunados utilizan para protegerse.
No hay letrinas ni agua potable. El arenoso suelo servirá de cama para las familias que han caminado durante días bajo un intenso sol. Muchos quedaron en el camino, otros se acercan peligrosamente a la muerte. Por eso, los pocos hospitales que quedan en pie no se dan abasto.
Lul Mohamut es la directora del centro pediátrico más grande de Somalia, al que en el último mes llegaron 3 mil niños, cuando cuenta apenas con 400 camas. Cada día mueren dos o tres críos, no podemos evitarlo, no tenemos los medios
, expresa. Todos los médicos son voluntarios, no hay material quirúrgico y las medicinas escasean. Las ONG tratan de ayudar, pero no mandan lo que necesitamos, envían tratamientos incompletos y cosas que no podemos usar.
Mohamut explica que es difícil que conozcan sus necesidades porque no se atreven a llegar hasta aquí.
El gobierno somalí tampoco parece aportar mucho más. No puedo hablar con el ministro de sanidad, porque cambia cada dos semanas
, apunta con ironía una directora que debe doblar turno como profesora universitaria para salir adelante. Asegura que la ayuda humanitaria no ha llegado a esta clínica en la que cada rincón sirve para atender a los enfermos o acumular los cuerpos de los que han perdido la vida.
Hallim perdió a su hijo hace pocas horas. Todavía está en su camilla, al lado de los peores casos de malnutrición. Situaciones como ésta son normales, vemos muertes a diario y los familiares no pueden ocuparse ni del entierro
, cuenta Husen Abdiru, joven médico que se pregunta por la labor de las organizaciones humanitarias en la zona.
Médicos Sin Fronteras lleva días en Mogadiscio intentando poner en marcha un nuevo hospital que atienda los casos de emergencia que se multiplican estos días. La dificultad para tratar con la administración local los ha llevado a realizar un proyecto por separado.
Las muestras de corrupción, desvíos de fondos y acumulación de poder no se han generado en esta etapa de crisis alimentaria. Abbas Moallin prueba su nuevo sillón en el despacho que le ha cedido su hermano. Después de años de vivir en Utah, Estados Unidos, ahora será ministro de Estado. En su primer encuentro con periodistas se le ve nervioso y casi sin darse cuenta reconoce que la atención recibida por su país en los medios de comunicación está beneficiando al gobierno en su lucha contra Al Shabab. Ellos saben que ahora recibimos la ayuda de la comunidad internacional. Espero que en pocos meses este gobierno controle toda Somalia.
Desde la desaparición de la unión de tribunales islámicos que gobernó al país y lo dotó de cierta estabilidad, Mogadiscio se ha convertido en un caos. Según el analista Eduardo Molano, las presiones internacionales para acabar con cualquier gobierno islámico terminaron provocando un efecto contrario, con la aparición de grupos radicales como Al Shabab y el aumento de la violencia
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En sus barrios, lo trágico se vuelve habitual. Abdishamat Mohalim, ministro del Interior, intenta demostrar la seguridad que han conseguido llevar hasta el centro de la ciudad dando un paseo por una zona en la que una hora antes estalló un artefacto. Un chico estaba jugando con una bomba que había encontrado aquí mismo, y explotó con ella. Pero sólo fue un accidente, nada que ver con terrorismo... son cosas normales que suceden.
Esta zona es controlada ahora por la milicia Al Sunna, uno de los grupos armados que conforman el avispero militar en que se ha convertido Somalia. Junto con el ejército somalí y las tropas africanas de Naciones Unidas, han luchado durante los últimos meses para acabar con Al Shabab, que según la CIA es una célula de Al Qaeda.
Las calles de Bakara Market dan fe de esa lucha. La intensidad de las batallas en esta zona, bastión de los islámicos extremistas, provoca que pocos edificios queden en pie. Hace apenas unos días la milicia abandonó la zona y todavía son pocos los vecinos que se atreven a pasear por ella.
Al Shabab habla de un cambio de estrategia, pero militares como Mohamet Yussuf lo dudan. Conozco sus tácticas porque de una manera fui parte de ellos. Ahora no tienen fuerza; vamos a acabar con ellos pronto. Este lugar es un buen ejemplo.
Las calles cobraron fama cuando un helicóptero Black Hawk fue derribado en plena intervención de Estados Unidos, lo que provocó su veloz retirada. Para muchos, la injerencia extranjera se hace ahora con intermediarios. Uganda y Burundi ponen las tropas en el terreno y también los muertos.
Pero los fallecidos que concentran la atención estos días no los provocan las heridas de las balas, sino las del hambre. La ayuda llega a cuentagotas y los jóvenes con más suerte consiguen vivir en tiendas de campaña en precario estado y sin ninguna posibilidad de estudiar.
El paso de los días hipoteca todavía más el futuro de un país que solamente consigue la atención del mundo en las crisis humanitarias. Mientras tanto, miles de somalíes se convierten en refugiados en su propia tierra.