n otras ocasiones hemos hablado de Regina Coeli, uno de los templos más bellos de la ciudad, que fue parte de un gran convento. Se encuentra en la calle de Bolívar, antes llamada en ese tramo Estampa de Regina. Lo fundaron en 1573 diez monjas que salieron del convento de La Concepción, el más antiguo de la ciudad. A raíz de las leyes de exclaustración de los bienes religiosos, el convento se destinó a cuartel y ministerio de la defensa hasta 1886, en que la opulenta y caritativa dama de origen guanajuatense, doña Concepción Béistegui, dejó parte de su fortuna para fundar un hospital que llevó su nombre.
El inmueble fue remodelado a la moda de fines del siglo XIX y se le recubrió de ladrillo rojo. El interior conservó el patrón arquitectónico del convento, varios muros, arcos y en medio del amplio patio principal, la fuente original recubierta de azulejos. Funcionó como hospital hasta 1987 en que se transformó en casa hogar para ancianos, que sostiene una fundación que conserva el nombre de doña Concepción.
En reciente restauración se descubrieron en un pequeño patio, dos confesionarios que utilizaban las monjas de clausura. Lucen unas preciosas conchas labradas que proporcionaban belleza e intimidad. Del otro lado estaba el sacerdote en el templo, quien escuchaba las confesiones sin conocer nunca el rostro de la monja; seguramente la imaginaba por el tono de voz y sus palabras.
En otro muro está una reja cubierta con un cortinaje, atrás de la cual se encuentra la capilla Medina Picazo, dedicada a la Inmaculada Concepción, que construyó en 1733 el arquitecto Miguel Custodio Durán, por instrucciones de don Buenaventura Medina Picazo. La notable obra arquitectónica está techada con bóveda de cañón y al centro con una cúpula ochavada; agraciadas pilastras con bases profusamente decoradas sostienen el conjunto. El retablo principal, obra del escultor Juan José Vidal y del arquitecto mencionado, está estructurado a base de estípites y adornado con espléndidas pinturas de Villalobos. Consta de tres cuerpos en los que destaca en el centro una grandiosa imagen de la Inmaculada Concepción, alrededor de la cual se distribuyen pinturas con escenas de la vida de la virgen. Como era usual en la época, en uno de los cuadros aparece, dentro de un gran nicho, la figura del benefactor de la capilla.
El resto del templo no desmerece, comenzando por el altar mayor, obra sobresaliente del barroco. Su característica principal son los estípites, que son pilastras con forma de pirámide truncada, con la base menor hacia abajo. En las pechinas de la gran cúpula se encuentran imágenes de los padres de la Iglesia san Agustín, san Jerónimo, san Gregorio y san Ambrosio.
Destacan otros dos ricos retablos de estilo barroco salomónico, en los que sobresalen las mesas de altar con sus cubiertas de espejo. Ambos están recubiertos de obras de arte: un notable conjunto escultórico de la Piedad, una Dolorosa, escenas de la Pasión de Cristo y lienzos alusivos a martirios de diferentes santos.
El exterior, muy sobrio, muestra dos portadas gemelas, características de los conventos de monjas. Sobresalen su campanario de tres cuerpos y la cúpula octagonal. Esta institución religiosa contaba, antes de que se aplicaran las leyes de exclaustración, con 62 casas para su sostenimiento, que le producían jugosas rentas y ocupaba un terreno de quince mil quinientas varas cuadradas
. Por cierto, es posible utilizar el patio del antiguo hospital para una recepción: se casa en el prodigioso templo y al lado es la fiesta.
Saliendo de esta maravilla comienza la calle de Regina que ahora es un deleitoso paseo peatonal, en el que se encuentra a cada paso con un restaurancito, una fonda o un cafetín. Ahí está Peces, uno de los restaurantes de Marco Rascón, quien combina hábilmente la política con la gastronomía. Otro lugar es El Reloj, que ofrece comida corrida, abundante y económica.