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LHF95
V

a, de carambola, la explicación de mi título de hoy. En 2008, con motivo de su trigésimo aniversario, la Sinfónica de Minería encargó a Luis Herrera de la Fuente, compositor, la creación de una obra conmemorativa. La respuesta de Herrera de la Fuente al encargo fue una obra sinfónica titulada M30. ¿Queda claro?

El fin de semana pasado, la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM) ofreció a Herrera de la Fuente (1916) un homenaje por su extensa y productiva trayectoria. Muy de acuerdo con los deseos del propio músico, la OFCM lo celebró en su doble función de compositor (la que él prefiere como su vocación principal) y director de orquesta.

En la Sala Silvestre Revueltas del Conjunto Cultural Ollin Yoliztli, LHF dirigió a la OFCM en el estreno absoluto de tres obras suyas, creadas recientemente para este homenaje.

Inna Nassidze fue la solista en el Concertante para violoncello y orquesta, obra que inicia con la cadenza por delante, encabezando el discurso musical. Obra austera, vigorosa y transparente a pesar de su entramado orquestal complejo. Durante su desarrollo, surge naturalmente la pregunta: puesto que no se trata de un concierto como tal, ¿la designación de concertante apunta quizá al hecho de que el violoncello cumple funciones que más parecen de un obbligato que de un solista? Hay al centro de la obra un muy bien logrado episodio para el violoncello, un contrabajo, timbales y tuba, de sonoridad ciertamente atractiva. Herrera de la Fuente propone en general un discurso atonal austero, sin los guiños posmodernos que tan de moda están, y sin referencias a nada extra-musical. Música difícil, sin duda, pero no tan hermética como suena a primer oído.

El Concierto para piano y orquesta, que tuvo a Guadalupe Parrondo como solista, se mueve en el mismo ámbito sonoro y expresivo que el Concertante y, también, inicia con un episodio a manera de cadenza para el piano solista. Igualmente abstracto que aquella obra, es formalmente más estructurado, y ofrece en sus últimas páginas un tramo de buen impulso motor, lleno de energía interna.

Finalmente, Luis Herrera de la Fuente dirigió la primera audición de su Sinfonía No. 2, en tres movimientos contrastantes. Obra poderosa, rítmicamente insistente (sobre todo en su movimiento inicial), de una parca orquestación monocromática. En el segundo movimiento, lo mejor de la sesión: una textura sonora de una decantada expresividad y algunos destellos de color orquestal (muy bien logrados, por cierto), que están ausentes en el resto de la música. En el movimiento conclusivo, un espíritu análogo al del primero, pero de perfiles más ásperos y angulares y con una sección central enrarecida y sutil. No me asombró ver a LHF dirigir de memoria el estreno de su Sinfonía No. 2, como no me asombró hace un cuarto de siglo verlo dirigir de memoria la compleja Sinfonía Leningrado de Shostakovich, con su famosa y envidiable memoria. En aquella ocasión, sin embargo, sí me dejó atónito el observarlo dirigir sin partitura los ensayos de la Leningrado.

Para el concierto del sábado, una entrada apenas regular en la sala de conciertos, muy menor a lo que la ocasión y el personaje merecían. Esto solo viene a comprobar que de lengua nos comemos platos bien grandes y bien servidos, y que decimos adorar y admirar y respetar mucho a Herrera de la Fuente… siempre y cuando dirija el Huapango de Moncayo, el Segundo concierto de Rajmaninov y los Cuadros de una exposición. Porque, la verdad, con esta música tan rara, pues nomás no. Así de veleidoso es nuestro público.

Me dicen que el domingo la asistencia fue un poco mejor, pero no mucho. Casi a la vuelta de un siglo de vida, LHF afirma que, como ya no dirige tanto, ahora sí se va a dedicar a componer con ahínco. Enhorabuena. Al sonar el último compás de la Sinfonía No. 2 de Herrera de la Fuente, me asaltó de inmediato una duda: ¿qué músicos, y cuándo, retomarán estas obras para programarlas y tocarlas en un concierto de temporada regular, ya sin el homenaje y la celebración? Buena pregunta, creo.