Sábado 4 de junio de 2011, p. a16
El otorgamiento, hace tres días, del Premio Príncipe de Asturias de las Letras al poeta, novelista y músico canadiense Leonard Cohen pone de nuevo sobre la mesa la reflexión: ¿cómo escuchamos?, ¿qué significa la música en nuestras vidas?
En su edición del jueves pasado, La Jornada dio voz a distintos escritores mexicanos que celebraron la noticia con júbilo no solamente por su empatía con la obra del galardonado, sino por su significación en la apertura de caminos.
Hilvanó el jurado de ese premio nuevo acierto, pues al distinguir antes a Bob Dylan (continuo candidato al Nobel de Literatura), puso el sendero para la lógica de reconocer a un semejante de Robert Zimmerman: Leonard Cohen.
La industria de la música ha sometido a mayorías domesticadas en el consumo indiscriminado de productos
. De lado queda el disfrute del arte. Lo importante pareciera ser declararse fan
de un ídolo
y aceptarlo o rechazarlo a modo, a moda. Dejar de ser individuo, persona, ser fan, y dejar por lo tanto de ser escucha, espectador, degustador, analista del sonido.
Otro yerro: el motor esnob (dícese de aquella afectación por todo aquello que está de moda) intenta parcelizar y parcializar los públicos: el mismísimo jurado español habló de una cuestión generacional, como si apreciar y disfrutar la música de Radiohead implique ser adolescente o la de los Doors un honorable sesentón.
La obra de Leonard Cohen ya pertenece a la categoría de lo clásico en el sentido de lo atemporal. Cierto, al igual que la de Dylan y toda la contracultura, refleja y atiende a su momento histórico y, por tanto, afecta a varias generaciones, pero la obra queda mientras el tiempo huye. O qué, ¿la música de Mozart ya no se entiende porque su
tiempo ya pasó?
La más reciente grabación de Leonard Cohen, Songs from the road, es un patrimonio cultural que pertenece a todos. Es más, cada vez resulta más evidente que los jóvenes de hoy poseen mejor oído musical que el de sus padres, tíos, abuelos. Inclusive, muchos jóvenes conocen los libros de Leonard Cohen antes de conocer sus discos.
El monje budista Leonard Cohen (hizo vida monacal en un monasterio budista durante siete años) es autor de libros maravillosos. Y sus canciones son poemas, que suele decir con voz de río que arrastra rocas en su caminar. Un sistema de vasos comunicantes lo espejea con el ya referido Bob Dylan, pero también con Lou Reed, Tom Waits. Poetas malditos bendecidos por su visión abierta, su claridad de exposición, su condición de cronistas sociales.
Songs from the road es un álbum doble, el uno es un cd, el segundo devedé. Recoge canciones del camino, de ahí su nombre: distintos momentos de los conciertos, multitudinarios todos, que ofreció en 2008 y 2009 por distintas ciudades del mundo.
El filme se inicia con una reverencia budista y así termina. Enmedio esplende una docena de obras maestras, piezas conocidas pero que, al igual que Dylan, nunca canta ni dice ni enuncia igual el maestro Cohen.
Además, lo novedoso también es un dechado de instrumentación, un discurso instrumental de antología que complementa el canto ronco del maestro sabio. El director musical, Roscoe Beck, infunde atmósferas sonoras inéditas. Además de él, que articula el bajo eléctrico, resplandece la maestría del resto de la banda: el cuerdista Javier Mas (guitarra, laúd, archilaúd, guitarra de 12 cuerdas), el alientista Dino Soldo y las voces de ángel de Sharon Robinson y las hermanas Webb.
Versiones nuevas entonces, de obras clásicas, que cortan el aliento y erizan la epidermis, como la poesía de Famous Blue Raincoat, la inicial Lover lover lover (que Leonard Cohen canta como un mantra budista: ojos cerrados, en estado de atención consciente), la proverbial Suzanne y más poesía: Bird on the wire.
Felicidades, maestro Leonard Cohen. Namaste.