Opinión
Ver día anteriorJueves 26 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Gotas de agua sobre piedras calientes
Foto
Ricardo Polanco (Franz) e Inés de Tavira (Anna) en una escena de la obra que dirige Martín Acosta, escrita por el cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder cuando tenía 19 años de edadFoto Carlos Cisneros
C

onocida sobre todo por la película que dirigió François Ozon, esta obra que R.W. Fassbinder –también más famoso por sus filmes que por su producción teatral– escribió a los 19 años, muestra muchos rasgos autobiográficos y la desolada visión del mundo que llevó al autor a todos los excesos que devinieron en su temprana muerte a los 44 años, tras una intensa trayectoria creativa en cine, teatro y televisión. El productor Aldo Lazcano se prendó de Gotas de agua sobre piedras calientes cuando la vio en Munich y luchó por llevarla a la escena mexicana hasta que su proyecto se concretó gracias a la Coordinación de Teatro del INBA, convirtiéndose en uno de los escasos –si no ya el único– productor privado que elige una obra difícil que le interesa particularmente sin prestar atención a la taquilla. Por ello lo destaco.

Fassbinder propone la imposibilidad de las relaciones humanas y ve éstas como una lucha por el poder, al mismo tiempo que refleja en la bisexualidad de Leopold la suya propia, quizás incipiente en la temprana edad en que escribió esta obra pero que lo acompañó toda su vida. Los dos hombres, Leopold y Franz, establecen una relación de dependencia sadomasoquista mientras que las mujeres, Anna y Vera, son pretexto para que el afán de dominio de Leopold se manifieste conservando a Vera y seduciendo a Anna. Esta última seducción es excesivamente rápida y poco verosímil, ya que Anna aparece como muy enamorada de Franz, en contraste con el juego del principio en que el hombre mayor va tendiendo sus redes hasta lograr que el joven de sexualidad incierta caiga en ellas (Y aquí hay que señalar que ese acercamiento un tanto lascivo de Leopold ante los rechazos iniciales de Franz suscita muchas risas del público, lo que constata que no sólo en los años 70 del siglo pasado, en que se ubica la acción, la homofobia estaba presente, sino que dura entre nosotros, porque esas risas son en verdad homofóbicas).La feliz convivencia entre los dos es pronto alterada por los cambios de humor de Leopold que agrian la relación hasta la llegada de las mujeres que precipita el fatal desenlace.

Martín Acosta dirige la escenificación con un diseño no realista, aunque las actuaciones lo sean, posiblemente porque algunas partes del texto, como la seducción fast track de Anna, no puedan ser tratadas de manera realista. La escenografía de Jorge Ballina, cuyos códigos son muy difíciles de descifrar, con el piso inclinado, los muebles de estilo disímbolo en hilera contra una pared tapizada, las medias puertas arriba y abajo del escenario con las verdaderas en los extremos, todo dentro de un marco rectangular, constata este afán no realista. El director alterna momentos como la salida de Vera de la consola –los discos a escuchar han sido parte de las disputas de los dos amantes– como un fantasma o un recuerdo que vaticina a Lepold una muerte cercana, con detalles como el de la ropa nueva de Franz que son evidentes regalos de Lepold y que el joven luce al atravesar el escenario en bicicleta en un momento de eufórica libertad. También contrasta el realismo del primer ataque que sufre Franz con las medias puertas abiertas, en una se ve una anticuada tina, en todas mucha salida de vapor, o la entrada por una media puerta baja de Vera con una aspiradora con su actitud de aspirar polvo en todas partes, a pesar de la tragedia ocurrida y el momento de histeria que tuvo antes. La escena de la aspiradora se explica con el deseo de Vera de tener una vida doméstica y mostrar que es la legítima mujer de Leopold, aunque en el momento en que canta acompañándose del acordeón se da la seducción de Anna por Leopold.Y al final es la única que aparece vestida ante los semidesnudos de los otros.

Leopold es encarnado con su maldad y sus cambios de humor por Tomás Rojas. Ricardo Polanco interpreta a Franz con su gama de actitudes que oscilan entre la timidez y posterior felicidad a sumisión desdichada. Inés de Tavira es una Anna convincente y la espléndida Laura Almela es Vera en un papel pequeño pero que le permite mostrar su gama histriónica. La iluminación es de Matías Gorlero, el vestuario de Mario Marín del Río y la musicalización de Xicotécatl Reyes.