Opinión
Ver día anteriorDomingo 15 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La política y la sensibilidad
E

l asesinato de jóvenes en Cuernavaca, dentro de los cuales estaba el hijo del poeta y colaborador semanal de Proceso Javier Sicilia, conmovió y conmocionó a buena parte del cuerpo social mexicano. Ojalá pudiera decirse lo mismo del político, pero debe admitirse que esto está por probarse a la luz de su desempeño y de que sus miembros lo comprueben, no sólo en los hechos sino por la asiduidad que presten al tema central planteado por esos crímenes y por la reacción desatada en el país.

Estamos, más que en un nuevo principio o el arranque de la hora ciudadana de la que han hablado varios comentaristas, en medio, o debajo, de una marea turbulenta y enturbiada que condensa la profunda escisión que desde hace años vive el espíritu público mexicano. Brutal y grave, ésta es la situación que hoy nos define.

Como suele pasar cuando estas cosas ocurren y se agravan, como es nuestro caso, la dimensión política no puede separarse de las cuestiones morales y éticas, públicas y privadas, que ensanchan la brecha entre discurso y comportamiento de los grupos dirigentes y los llevan a parecer subconjuntos separados entre ellos y de la sociedad y sus ciudadanos que mal que bien, en tiempos normales, constituyen la base del Estado, la política y la propia movilización y el cambio de la sociedad.

Hoy, la observación de esta gran división entre política, políticos y sociedad, lleva a pensar en una disgregación o una ruptura a lo largo y ancho de la pirámide nacional, siempre marcada por la herida histórica resumida en la desigualdad de la distribución del ingreso y la riqueza, que sólo en plazos muy largos y a ritmos muy lentos, ha cambiado de faz pero no necesariamente de histología.

Las clases y grupos que reclaman solución a temas que no les aquejan directa e inmediatamente y que por ello deben inscribirse en el plano de la acción política, les guste o no a sus protagonistas esta calificación, inevitablemente buscan trascender las determinaciones primarias que los llevan a proceder así y a volverse parte de lo público. Así ha ocurrido con varias personas, cuyas pérdidas familiares atribuibles a una criminalidad desbocada las han incitado a emprender acciones heroicas individuales para después ser inscritas en el discurso estatal y colectivo sobre la cuestión criminal y de la inseguridad que nos abruma.

Dejar de ser o de hacer política puede ser más pernicioso que pretender que lo que se hace no es político. En cualquier caso, lo que sobreviene es una confusión contagiosa y con ella la posibilidad de que las iniciativas y convocatorias sean manipuladas y refuncionalizadas por los poderes de hecho y de derecho, para quienes la política sólo es concebible si la hacen, la comandan y la usufructúan ellos y sólo ellos.

Sin duda, el llamado al silencio vuelto grito tumultuoso el domingo ha movido y conmovido sensibilidades; ha planteado agudos y hasta agresivos desafíos a los principios y los conceptos a partir de los cuales nos ubicamos en la sociedad y frente a los poderes. Y desde la sensibilidad es preciso, indispensable, plantearse la pregunta de si otra política es posible y si para siquiera imaginarla es conveniente buscar el borrón para la cuenta nueva, gracias a lo cual las sutilezas y las imperfecciones, los titubeos y los cálculos de la política normal salen sobrando.

Recomponer tejidos de relación y entendimiento en medio de, o rumbo a, la barbarie, va a ser más difícil que lo que puede imaginarse ante la opacidad morbosa del crimen que es impensable sin la presencia grosera de la impunidad que supone complicidad. Pero generalizar para evitar encarar al diablo que ineludiblemente está en los detalles no trae consigo la mínima garantía de que el estímulo inicial a la acción, que es redentor y justiciero, va a desembocar en resultados congruentes con la moción primigenia. Más bien, puede esperarse que la importación extralógica del que se vayan todos pueda aterrizar en territorio más agreste y hostil que el que hoy tenemos que cruzar.

Por lo demás, la sensibilidad convertida en sana indignación y furia moral y ciudadana, porque apelan al nosotros indispensable, y del que siempre buscan huir los mandatarios para convencerse de que en realidad son mandantes, tendrá que ampliarse al acercarse a los bajos fondos de la violencia contemporánea y, por lo visto y sabido, cotidiana. Los sacrificios recurrentes, siempre impunes, de migrantes mexicanos y centroamericanos; las ejecuciones sistemáticas, una a una, de que han sido objeto; la complicidad inmunda de funcionarios denunciada en estos días por sobrevivientes de este grotesco acercamiento al crimen serial, nos remiten a espacios y honduras de nuestra capacidad de percibir y recibir impulsos que como sociedad política, como conjunto aspirante a la ciudadanía, apenas hemos explorado. Hacerlo es impostergable en esta larga y penosa marcha para rehabilitar la vida en común y darle a la política democrática una impronta humana y humanista que no ha podido adquirir y que muchos de plano pretenden negarle.

El panorama que emana de estas imágenes y vivencias de la violencia como hecho público es ya el dominante de la política normal. Por recurrente y porque sin pedir permiso marca y reconfigura nuestros reflejos elementales, lleva a muchos al cinismo corriente como defensa vulgar frente a una realidad bien distinta de la que imaginan desde las alturas reales o virtuales donde habitan y piensan.

Nadie que aspire a estar, influir y hasta cambiar la vida pública, que es la del Estado sin desmedro de la sociedad organizada, puede o podrá evadir esta cuestión fundamental, intelectual y moral, que nos plantean a todos la criminalidad convertida en brutal aniquilamiento y la impunidad vuelta devastación de lo poco que hemos logrado ser como comunidad nacional.

Asumirlo como dificultad encanijada, como encomienda fundamental con nuestros prójimos que cada vez son más, por distantes que sean o estén, es lo que la situación exige de todos nosotros. Poco caminaremos en esta dirección si empezamos a caminar inventando más y más divisiones, en una partenogénesis interminable, más allá del fondo.