scribo el lunes 9 de mayo. Mañana salgo de viaje y no quiero perder la oportunidad de escribir a tiempo mi colaboración. La verdad es que me ocurre siempre en estas fechas. El famoso Día de las Madres, que nunca me ha hecho gracia porque es más bien el día de las compras, tiene para mí recuerdos poco gratos.
Un 10 de mayo, precisamente en 1940, el ejército alemán invadió Holanda, Bélgica y Luxemburgo, con la sana intención
de entrar en Francia de ladito, evitando la famosa Línea Maginot que los franceses habían levantado en su frontera con Alemania, después de la guerra de 1914-1918. Ciertamente era una fortaleza nada fácil de pasar, razón por la cual el ejército nazi prefirió seguir un camino más tranquilo, por supuesto que sin declaración de guerra contra los países invadidos. A los franceses no se les había ocurrido que eso pudiera pasar y sus fronteras con los vecinos inmediatos no presentaban ninguna dificultad o defensa militar.
Los integrantes de la familia De Buen vivíamos en París, una nueva etapa del exilio que originalmente se produjo en la misma España, particularmente en Barcelona, Valencia y de nuevo Barcelona, de donde en 1938, de terribles bombardeos de los junkers alemanes sobre la capital de Cataluña, mi padre había decidido dejarnos en Francia, precisamente en Banyuls-sur-mer, donde además de ser en verano una zona de descanso, había un laboratorio de oceanografía en el que mi abuelo Odón de Buen había trabajado intensamente en su especialidad.
En Banyuls estuvimos hasta mediados de abril de 1939, cuando la República fue finalmente derrotada por las fuerzas franquistas y mi padre se reunió de nuevo con nosotros. De allí nos pasamos a Toulouse, donde vivimos en una Casa de los Bomberos preparada para los refugiados españoles.
A mi padre le encargó el gobierno republicano que atendiera en París problemas urgentes. Se trasladó a París y abrió una oficina en el bulevar Haussman, cerca de la iglesia de la Madeleine. En Toulouse, de acuerdo con las costumbres de mi padre, estudiamos los hermanos en diversos liceos, pero el 12 de julio de 1939 nos fuimos todos a París hospedándonos en un modestísimo hotel, el Paris Home Building, en el que nos acomodamos en tres habitaciones muy pequeñas.
Recuerdo lo grato que me resultó estudiar el quatriéme en el liceo Buffon, donde nació mi amor absoluto por la historia y la literatura.
El primero de septiembre Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania. Ese invierno transcurrió tranquilo, sin novedades guerreras, pero el 10 de mayo de 1940 las cosas se complicaron mucho. Los alemanes se dirigieron hacia Dunquerque con la intención de pasar el canal e invadir Inglaterra, pero la fuerza aérea inglesa no lo dejó pasar. Hitler decidió ir a París, que ciertamente tenía un valor histórico fundamental.
Tuvimos que dejar París en un tren que abordamos en la estación de Austerlitz, por cierto que con muchas dificultades, y viajamos a Burdeos para embarcarnos a República Dominicana. Conseguimos hacerlo en el Cuba, de la Compañía Transatlántica Francesa, y con los riesgos de los submarinos atravesamos el Atlántico. A bordo viajaban alrededor de quinientos españoles procedentes de los campos de concentración.
El generalísimo Trujillo no nos dejó desembarcar. Nos mandaron a la Martinica y allí, gracias al general Cárdenas, otro barco, el Saint Domingue, nos trajo a México, a lo que en las cartas de navegación era Puerto México pero que en realidad tenía un nombre imposible: Coatzacoalcos. Desembarcamos el 26 de julio, otra fecha simbólica.
Después de quince días viajamos a la ciudad de México, previa breve estancia en Veracruz a donde nos llevó un barco petrolero. A bordo un señor ya mayor nos preguntó a Odón y a mí si íbamos a la ciudad de México. Al contestarle afirmativamente, nos dijo: Muchachos; cuando la terminen va a quedar estupenda
.
Tenía razón nuestro amigo. Aún no la terminan. Pero el 10 de mayo sigue siendo simbólico y no por las madres.