l 11 de septiembre de 2001, en una soleada mañana en Nueva York, me dirigí a una reunión en el piso 22 de un edificio a unas cuadras de las Torres Gemelas. Llegué antes de que se estrellara el primer avión, dejando una enorme estela de humo negro que salía de un agujero en forma de diamante. Vi cómo se estrelló el segundo avión, y la escena dantesca de quienes en su desesperación se echaban al vacío como muñecos de trapo. Después presenciamos con un estruendo formidable el derrumbe de la primera torre. Cayó a pedazos desordenadamente. La segunda se derrumbó con una implosión que parecía una enorme flor de lis. La gente se alejaba como podía de la zona cero, algunos cubiertos con un polvo gris oscuro: fantasmas en una película de ciencia ficción. Flotaba en el ambiente la certeza de que habría más ataques.
George W. Bush señaló un culpable: Osama Bin Laden, el líder de Al Qaeda que había atacado las embajadas de Kenia y Tanzania. El presidente lo quería vivo o muerto. Por eso entendí la euforia de los estadunidenses cuando Obama anunció la muerte del terrorista que de un solo golpe había matado a 3 mil inocentes y cambiado para siempre el American way of life. Desde entonces aprenderían a vivir con el miedo a cuestas.
Diez años después Obama informó que un comando de fuerzas especiales (Navy Seals) había matado a Bin Laden: ¡misión cumplida! Pero las contradicciones y el deplorable manejo de los medios convirtieron la euforia en una red de mentiras
, como en la película de Di Caprio sobre Al Qaeda. ¿Dónde estaban el cadáver, las fotos y las pruebas de ADN? La gente pedía pruebas, porque el presidente había asegurado que las fuerzas especiales tomaron posesión de los restos de Bin Laden
. Se le enterró
en el mar, fue la respuesta. Ahí se desenredó la madeja. Todo se volvió sospechoso.
Se ofrecieron demasiados detalles innecesarios. La Casa Blanca informó voluntariamente que el cuerpo había sido lavado con agua limpia y amortajado en una sábana blanca
, como exige el Islam, y que se habían pronunciado los rezos tradicionales. Increíble. Pensaron en todo: ¿el portaviones transportaba un imam y copias del Corán?
Para proteger la reputación de los Navy Seals se dijo inicialmente que Osama murió peleando contra los intrépidos comandos en medio de una lluvia de balas. No eran asesinos que aprovecharan las sombras de la noche. Pero en forma incomprensible, y también de manera voluntaria, el vocero presidencial reconoció que Osama iba desarmado al momento de su muerte. ¡Asesinato a sangre fría!, clamaron rápidas y furiosas
las organizaciones de derechos humanos y algunos famosos penalistas. ¿Por qué no juzgarlo como a otros genocidas y afrontar las consecuencias de un juicio internacional? Ahora, congresistas, periodistas y activistas de derechos humanos exigen detalles puntuales: cómo, cuándo y dónde murió Osama Bin Laden.
Se dijo que Osama se resistió al arresto, y que por eso lo mataron. Después (aquí siempre hay un después
), la mujer supuestamente acribillada
en el tiroteo resultó ser la joven esposa de 29 años. Noam Chomsky sugiere con sutileza que ella pudo causar la muerte de Osama: impulsada por el amor se abalanzó sobre los comandos para impedir el arresto: http://bit.ly/lSFuZj. ¿A quién le encargará Obama el guión cinematográfico?
Mientras su historia hollywoodense se desmorona a pedazos, junto con la credibilidad de Pakistán, el presidente se rehúsa a proporcionar pruebas y a mostrar fotos del cadáver: No es un trofeo de caza; eso no es lo que somos
. Es su palabra contra la nuestra. Un artículo de fe. Su postura inflexible abre las puertas a la especulación. Muchos creen que el operativo se presentó como estrategia para contribuir a la relección presidencial. Exageran la importancia actual del decrépito líder de Al Qaeda, que en cierto modo emitió su canto del cisne en las Torres Gemelas en 2001, y murió políticamente con el surgimiento de la primavera árabe.
Cuando la Casa Blanca comenzó a explicar la muerte con monitos de computadora decidí que era válido hacer conjeturas. Por eso recordé que no hace mucho escribí en La Jornada (http://bit.ly/i5N2XZ) que Obama, como asegura The New American Foundation, había autorizado cientos de targeted killings (asesinatos ilegales por control remoto) de miembros de Al Qaeda desde aviones militares no tripulados en Pakistán: http://nyti.ms/8yfNSP. Curiosamente, una semana después de la muerte de Bin Laden se anunció que Anwar Al-Awlaki, joven clérigo musulmán nacido en Estados Unidos, probable sucesor de Osama, escapó milagrosamente de un targeted killing autorizado por Obama en Yemen: http://bbc.in/mlD7u6.
Quizá un ataque similar es lo que observaban absortos los miembros del gabinete de seguridad nacional el día del ataque a Bin Laden: una pantalla gigante que proyectaba la mira de un avión de combate, momentos antes de disparar el misil que eliminó a Bin Laden y a sus acompañantes. Por eso es que no hay fotos ni pruebas de ADN, ni testimonios de la valiente y joven esposa
. Sólo humo, especulación y la palabra de Obama.
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