a Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) es una institución joven. Fue creada hace apenas 10 años y vive ya un conflicto de gran intensidad. En él pueden identificarse distintos temas: desde una lucha abierta por el control de esta institución que rebasa el marco propiamente universitario y que pone en el centro la permanencia de la doctora Esther Orozco al frente de la misma, hasta un debate que puede ser muy provechoso sobre el perfil y los objetivos de la propia institución. Es necesario dejar en claro que por tratarse de una entidad autónoma, son los integrantes de la misma quienes tendrán que decidir sobre su futuro en el corto, mediano y largo plazos; pero la capacidad de opinar sobre lo que sucede en ella no puede limitarse sólo a su comunidad, especialmente si se considera que algunos de sus miembros han buscado y conseguido que el actual conflicto adquiera una resonancia de carácter nacional.
Por eso mismo, sus integrantes, y especialmente algunos de sus profesores, tienen que ser conscientes que con sus alegatos o comunicados no se están dirigiendo a una asamblea de estudiantes o maestros, en las que se puede encontrar la aprobación y el aplauso fáciles, sino que el futuro de una institución de educación superior en la capital del país y los argumentos empleados para definirlo, se encuentran ya bajo el escrutinio de la sociedad.
Entre los temas que llaman la atención destaca el de la eficiencia terminal. Las cifras sobre el número de egresados no dejan lugar a dudas de que existe aquí un problema serio que debe ser enfrentado y resuelto. Preocupan las tesis que tratan de restar importancia a este asunto. Se esgrimen argumentos sobre el bajo nivel socioeconómico de los estudiantes y las grandes limitaciones de la educación en México en los niveles previos, desde la primaria hasta la enseñanza media superior, que impiden a los alumnos de la UACM tener un adecuado aprovechamiento. Por tanto, se afirma, es necesario un trato especial que permita subsanar estas deficiencias. He leído con sorpresa afirmaciones sobre supuestas ventajas de este modelo, pues –se dice– resulta mejor que tener a miles de jóvenes en las calles sin educación ni empleo, aunque no se cumpla con una de las funciones esenciales de una universidad: Formar profesionales.
Estoy convencido de que los jóvenes con deficiencias en su formación previa deben tener una segunda o más oportunidades, pero entonces, ¿para qué hablar de una universidad? ¿Por qué no crear instituciones especiales para subsanar esas deficiencias?, o bien, por qué no pensar en un nivel propedéutico que puede ser individualizado y durar uno o más años, después de los cuales los estudiantes tengan un nivel de exigencia que les permita competir en el mercado de trabajo con los egresados de otras instituciones públicas o privadas de educación superior… Sí, competir. Utilizo este término deliberadamente, aunque sé que es considerado por algunos como neoliberal
o eficientista
, calificativos que abundan en este conflicto y que tienen un gran impacto en las asambleas, o que sirven para aderezar discursos de apariencia teórica que suenan bien, pero que al carecer de una mínima demostración terminan siendo vacíos.
Los jóvenes que se inscriben en una universidad y sus familias buscan que se les brinde una formación sólida. Algunos de ellos buscan la opción de la UACM al no encontrar cabida en otras universidades cuyos exámenes de admisión tienen una línea de corte que excluye a miles de aspirantes, que cuentan con un gran talento y que no requieren ser apapachados
, sino de una oportunidad para expresar a plenitud su potencial y sus capacidades. Está justificado pensar que la baja eficiencia terminal en una universidad como la UACM no está determinada por las características de sus estudiantes, tampoco en sus maestros, entre los que se encuentran especialistas muy destacados en las ciencias, las humanidades, y las artes; sino en la organización y formas de funcionamiento de la misma. Defender a ultranza un modelo poco claro y que no está funcionando en uno de sus objetivos esenciales como la formación de profesionistas, no tiene sentido. Más que rasgarse las vestiduras, habría que discutir el problema con toda seriedad y resolverlo con criterios académicos.
La ciudad de México es en muchos aspectos una de las más avanzadas en el país y en el mundo. Se esperaría que su universidad pudiera desarrollarse en concordancia con estas características. Se ha insistido mucho en el enfoque social en la formación de los estudiantes, algo que resulta muy importante, aunque ésta es una responsabilidad no sólo de la UACM, sino de todas las universidades, especialmente las públicas. Pero sería lamentable que el resultado de este conflicto fuera una institución muy buena para la proclama política, pero con poco que aportar a la formación de profesionales de alto nivel y a la investigación científica y humanística.