l panorama global de la energía, visto hacia 2030 y 2050, cambió mucho tras el terremoto y el tsunami en Fukushima, de acuerdo con los dirigentes y los científicos japoneses. Una de las decisiones verdaderamente fuertes que se han visto obligados a tomar, en previsión de lo que pudiera suceder en algunas zonas en las que se estima que se corre un gran peligro de que vuelva a ocurrir una tragedia, ya para entonces, muy pronto o dentro de largo tiempo, completamente fuera del control del gobierno, y sobre todo, si en Fukushima se ha podido explicar, por lo menos, aunque no justificar del todo el haber construido una central nuclear en zona sísmica, esta vez sería tan inexplicable como injustificable ante su propio pueblo, como ante todo el mundo, ya que, como se está viendo, la contaminación que es consecuencia de las filtraciones de materiales nucleares es muy nociva a grandes distancias, pues las aguas del mar las llevan hasta otros países que se sentían a salvo de una contaminación de estas dimensiones, como las que se están dando provenientes de Fukushima. No se trata de especulaciones en abstracto sobre algo que eventualmente pudiera suceder, sino de algo que ya sucedió y que en estos momentos que escribimos este artículo es una realidad muy preocupante.
Las complicaciones de muy diversa índole que se están produciendo, tanto físicas como económicas, y ambas de grandes dimensiones, también han resultado ser incontrolables en buena medida, pues en vez de simplificarse con el paso del tiempo se hacen más complejas y más difíciles de controlar o de contrarrestar, pues sobrevienen otras circunstancias. De esta manera se han tenido que revisar la ubicación de otras plantas nucleares generadoras de energía, que ya se contaban como hechos concretos y tangibles, que habiendo proporcionado ya soluciones industriales importantísimas, se consideraba que ya eran parte del paisaje industrial y aun de la sociedad japonesa, que contaba, pues, con un nivel muy alto de generación de energía, que resolvía de una manera satisfactoria la demanda del fluido mágico, al tiempo que también estaba permitiendo un alto nivel de vida, tanto de los obreros como de sus familias, como de la población en general, que demandaba y obtenía las ventajas del avance social y económico, que ubicaba a todo el pueblo japonés, como se dice más arriba, en un singular nivel económico que le daba incluso seguridad hacia el futuro.
Claro ejemplo de estos efectos negativos, como aquellos a los que nos estamos refiriendo, es el paro decretado a la central nuclear de Hamaoka, ubicada en plena zona sísmica del país, cuyo cierre ha tenido graves consecuencias sobre la industria y una parte grande de la población. La planta se ubica sobre la confluencia de tres placas tectónicas, y ni el pueblo ni el gobierno japonés pueden darse el lujo de lanzar semejante desafío (El País, 7/5/11).
Según la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), en un estudio que previene, conjuntamente con el gobierno de Japón, en un periodo de 30 años que existe un riesgo sísmico en la zona donde se encuentra Hamaoka, con tres reactores nucleares que, en la confluencia de las placas tectónicas, resultan, a juicio de sismólogos y gobernantes, demasiado altos.
Japón había apostado a la solución nuclear para la escasez extrema de combustibles fósiles que ha padecido. Después del lanzamiento de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, en 1945, se empeñaron, pueblo y gobierno, en una asombrosa carrera de desarrollo industrial en la que se dio la paradoja que el único país bombardeado con energía atómica –en ese entonces no existía propiamente dicha la nuclear– se lanzó precisamente por este camino, el de la energía nuclear, para resolver sus necesidades sociales e industriales de energía para el progreso. El viernes 6 de mayo, el primer ministro Naoto Kan dio instrucciones a la empresa eléctrica administradora de la planta, de que pare indefinidamente los tres reactores nucleares que estaban en uso en Hamaoka (El País, 7/5/11).
El primer ministro informó por televisión que esta decisión se tomó en vista de las dudas fundadas acerca del riesgo de 87 por ciento de probabilidades de que se produzca allí, en ese lugar, un terremoto de magnitud superior a 8 en la escala de Richter, dentro del periodo estudiado de 30 años, poniendo el acento en las graves consecuencias que se presentarían como consecuencia de tal temblor, a 200 kilómetros de la capital. De esta manera fueron escuchados por el gobierno de Tokio los políticos y sismólogos que señalaron el riesgo que representaba la operación normal de Hamaoka, dando una muestra de sentido de responsabilidad, y escucharon también las manifestaciones antinucleares en Tokio. Queda ahora por delante la gigantesca tarea de remplazar los reactores nucleares de Hanaoka, por una o varias plantas generadoras de la energía equivalente a la que producían por medio de los combustibles nucleares, que no es poca cosa.
Según se ve, el problema no es propiamente con el combustible nuclear, sino con la ubicación de las plantas generadoras, en las que se debe cuidar al extremo que no queden ubicadas en zonas sísmicas.
El ejemplo de lo que se puede cosechar con esta semilla mal sembrada, donde las placas tectónicas acusen algún riesgo extraordinario, como fue el caso de Fukushima, donde llegó al terreno de los hechos y el terremoto se potenció con el tsunami que éste produjo, y como el caso de Hamaoka, donde se llegó a parar los reactores para cancelar el riesgo que se estaba corriendo, debido indudablemente a la mala ubicación de la planta, en una geografía sísmica en la que nunca debió haberse construido una integrada con generadores nucleares.