Extraña sociedad
as expresiones de júbilo que en varias partes, particularmente en EU, suscitó la muerte de Osama Bin Laden son dignas de estudio sociológico y aun sicológico que explicara algo más que su significado aparente. Miles de personas festejaron haberse liberado, por fin, de la pesada carga de que Bin Laden anduviera por el mundo perpetrando atentados. Parece que fue una reacción natural, aunque no deja de ser un poco extraño que se festeje ruidosamente la muerte de una persona. Como muy bien expresó una mujer cuyo hijo murió en una de las Torres Gemelas, la muerte de Bin Laden no cambia el que mi hijo continúe muerto: no hay nada que festejar
.
Tal vez lo más curioso fue el efecto político que el hecho tuvo en un número considerable de ciudadanos en ese país. De acuerdo con los sondeos de opinión, la maltrecha imagen del presidente Obama de pronto se iluminó, y su popularidad subió como la espuma, por lo que sin eufemismos fue la venganza que el país, o buena parte de él, esperó por 10 años. Para los estadunidenses encuestados, ahora sí hay un comandante en jefe
en la Casa Blanca. La afirmación se puede entender en términos militares, aunque bien a bien no lo que significa en términos políticos. Causa extrañeza que la muerte de una persona, por muy odiada que haya sido, resulte más importante que, por ejemplo, el profundo efecto de la reforma de salud, mediante la que 35 millones accedieron a servicios médicos.
No se puede quitar el mérito a quienes planearon y realizaron la operación contra Bin Laden; el primero de ellos Obama, pero, ¿no sería más saludable que su popularidad, o la de cualquier persona, creciera por acciones más relacionadas con la vida que con la muerte? Aunque parezca extraño, en muchos sectores de la sociedad sigue pesando la idea de que la vida es una eterna competencia en la que sobrevive el más fuerte o el más audaz. Hollywood se ha encargado de crear superhombres cuya misión es salvar al mundo y también personajes que son capaces de acumular fabulosas riquezas mediante el esfuerzo y el genio
de un individuo. El único problema es pretender que esa visión mesiánica del mundo se materialice en el acontecer cotidiano, minimizando o pasando por alto hechos, muchos de ellos simples gestos, que son los que en el fondo modifican, para bien, la vida de los seres comunes.
Vale ser optimista y esperar que los miles de jóvenes que se reunieron en las plazas para celebrar la muerte de Bin Laden hallen motivos para manifestarse en favor de la cada vez más escasa solidaridad que nos debemos los seres humanos. Sería maravilloso que las ilusiones no sólo viajaran en tranvía y fuéramos capaces, junto con esos miles de jóvenes, de rescatar los paradigmas perdidos en las postrimerías del siglo que dejamos atrás.