Aurora
or qué corre Amok el señor V.? Valga esta paráfrasis del título de una perturbadora película de Fassbinder, de 1969, sobre un súbito arranque de locura homicida, para abordar no sin riesgos en la interpretación azarosa, el posible propósito de Aurora, extensa exploración (tres horas) del comportamiento de Viorel (Cristi Puiu), un ingeniero metalúrgico que en poco tiempo desarrolla los signos de un desequilibrio mental que le lleva a asesinar sin motivo aparente a cuatro personas.
La historia la ha contado el cine en múltiples ocasiones. Baste señalar tres muy notables, a modo de referencia: Tiempo de mentir (Laurent Cantet), Taxi driver (Martin Scorsese) y ¿Por qué corre Amok el señor R.?, donde la expresión utilizada alude a una vertiginosa carrera hacia la patología criminal. Las explicaciones de la conducta neurótica de los personajes en esas cintas tenían que ver con el desempleo, la despersonalización en una metrópolis caótica, o un vago malestar antiburgués vuelto delirio.
En el caso de la cinta rumana Aurora, la cuestión es más compleja e inasible, por lo mismo más fascinante, si entendemos la fascinación como un desasosiego permanente frente a lo que ocurre en la pantalla.
Las claves de interpretación que ofrece el también director de La muerte del Sr. Lazarescu (quien aquí interpreta de modo magistral el papel protagónico) son escasas y posiblemente equívocas. La película registra de modo documental todos los movimientos del personaje y también su contacto con personas cuya identidad resulta misteriosa.
Viorel es un hombre solitario y taciturno (¿marido abandonado, profesionista despedido, enfermo desahuciado?). Él mismo resuelve en parte el enigma: Tengo una condición terminal
, confía impávido a la maestra de su hija. En una escena se le ve desnudo bajo la ducha, largo tiempo, explorándose detenidamente los genitales, sin expresión de alarma, sólo con el gesto duro e impenetrable que no le abandonará en lo sucesivo, y que acentuará ante las personas que tendrán la mala suerte de cruzarse con él en su itinerario homicida.
Viorel no soporta el maltrato infantil, tampoco las preguntas retóricas de empleadas o policías, o los tropiezos de un pensamiento confuso. Busca lucidez y respuestas claras y sólo encuentra sordidez y vulgaridad en las personas y en el mundo que le rodea.
Según declaraciones del director, se trata de un mundo que, recién salido de la oscuridad del totalitarismo, ensaya torpemente el modelo neoliberal. La desesperanza social y la frustración colectiva, temas recurrentes en el cine rumano actual, se concentran en la figura emblemática de Viorel y en su rabia contenida. Este enigmático asesino serial bien puede decir a Occidente lo mismo que le repite a los policías en su declaración final: Ustedes parecen pensar que entendieron. No sé si entendieron algo
. La confesión se ha vuelto cuestionamiento irrebatible.