onocí Lima en 1966, era una ciudad pequeña, con su plaza de armas, su catedral, sus balcones de madera y sus celosías, su garúa, esa lluvia tan fina. Me hospedé en el hotel Bolívar, muy hermoso, estilo colonial, fui a cenar a un chifa, restorán chino: había apartados, cerraban la puerta y un mesero se acuclillaba fuera, esperando con paciencia a que se le requiriera; visité la legendaria librería de Mejía Vaca, quien nos obsequió un ejemplar de su revista Hueso Húmero, en honor de Vallejo; oí valses peruanos, muy románticos, ¿La flor de la canela?; fui de luna de miel al Cusco y consumí cantidades astronómicas de té de coca para resistir la altura; recité a Neruda en el Machu Picchu, visitado aún por escasos turistas y muy pocos guías que hablasen inglés, portugués, italiano, ruso o japonés. Era en tiempos del general Velasco, en un autobús oí conversar a la gente, dos –supongo– hacendados se quejaban de seguir recibiendo golpes
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Volví en 1981, insistí en alojarme en el centro, en el mismo hotel Bolívar, descuidado, desvencijado, la Plaza de Armas convertida en un estercolero, allí acampaban los campesinos que habían bajado de las montañas, desalojados de sus tierras: era la época de Sendero Luminoso, todo, el aire, las casas, la gente, tenía un color terroso, mi compañera de viaje Elena Urrutia comentó: parece México
, comentario que me produjo gran indignación: era profético.
He vuelto varias veces más, hace cinco años me invitaron a la Feria del libro, mi llegada coincidió con la toma de posesión de Alan García, un presidente que había terminado su periodo de gobierno acusado de peculado y de atentar contra los derechos humanos; regreso ahora un día después de las elecciones, los peruanos se preparan para una segunda vuelta, han quedado dos candidatos entre los que tienen que elegir su destino, Keiko Fujimori, la hija del dictador encarcelado y Ollanta Humala, el militar mestizo que acusan de populismo y de ser discípulo de Hugo Chávez. En caso de ganar la primera, su padre sería excarcelado, él gobernaría y las clases privilegiadas lo seguirían siendo; el segundo seguiría el modelo venezolano, o ¡quién sabe!, el brasileño, pues en estos cinco años dicen que ha preferido seguir los métodos del ex presidente Lula. Toledo, que encabezaba las encuestas y fue derrotado por razones misteriosas, es para muchos quien debiera haber ganado, él, autor de la recuperación económica que hoy vive el país
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Entre discusión y discusión, cebiches de pescados, tiraditos, causas y otras delicias de la cocina peruana pasan los días de este nuevo congreso organizado por la revista Eñe y la editorial La fábrica de Madrid; nos trasladan de recinto en recinto cultural, nunca nos vemos, a veces en el desayuno, están Alberto Ruy Sánchez y Xavier Velasco, de México; Alan Pauls, de Argentina; Antonio Skármeta y Alejandro Zambra, de Chile. En Perú sólo hay 18 librerías en todo el país; El Virrey, una de las más hermosas, en Miraflores, dirigida por una familia uruguaya, ha tenido que cerrar y trasladarse a un barrio menos frecuentado y más barato.
Nos han alojado en Miraflores, barrio que se transforma a ojos vistas, las casas decó o de los años 50 se destruyen y en su lugar se levantan enormes edificios, algunos en el malecón. Cuando la visité hace años, Lima no tenía mar, como en Cuba que, cuando estuve allí hacia 1961, era una isla sin mar
. Los limeños le daban la espalda. Ahora pueden verse, como en California, los surferos, los voladores, los buzos, los nadadores, los restoranes más elegantes dan sobre la playa, un supermall, Larcomar, está enteramente circundándola, se compran chompas de alpaca y objetos artesanales, carísimos, pero mirando el mar.
Y allí me quedo oyendo, pensando que los pueblos padecen de Alzheimer, incapaces de recordar aún lo más reciente, o, también, obvio y superficial: el neoliberalismo es productor de líderes enanos ¿qué otra cosa serían si no Sarkozy, Berlusconi o Calderón?