abría suponer que el PRI ha pretendido ser un partido de izquierda que históricamente representaría los rotundos aspectos sociales de la llamada Revolución de 1910 y que se reflejaron en la multitud de leyes de trabajo que el Ejército constitucionalista impuso en los estados en que había derrotado al porfirismo. De todas esas leyes merece una referencia especial la que Salvador Alvarado impuso en Yucatán, inspirada en una ley neozelandesa y que iluminó, al ser discutida, los momentos más intensos del Congreso constituyente.
Hay que reconocer, sin embargo, que una vez derrotado Victoriano Huerta y estabilizada de alguna manera la sucesión presidencial, correspondió al presidente Emilio Portes Gil, con su ley de Tamaulipas, establecer las bases de lo que luego sería la Ley Federal del Trabajo (LFT) de 1931, puesta en vigor por Pascual Ortiz Rubio.
Sin duda nuestra primera legislación laboral adolecía de serios defectos. El peor de todos, en ejercicio de la reglamentación del mandato constitucional, fue la creación de las que primero fueron denominadas comisiones de trabajo
para acabar en el texto definitivo como juntas de conciliación y arbitraje.
Nuestros tribunales de trabajo han tenido mala suerte. No tengo la menor duda que bajo la inspiración del sistema fascista de Benito Mussolini, las juntas reflejaron en México lo que fue la magistratura del trabajo con el dictador italiano, copiadas textualmente en la legislación franquista.
Sin embargo, España suprimió la magistratura y creó los jueces de lo social que ya no dependerían del Poder Ejecutivo sino del Judicial (Ley Orgánica del Poder Judicial, primero de julio de 1985).
En un proyecto de la LFT que preparamos Carlos E. de Buen y yo, a petición de senadores del PAN, se planteaba la desaparición de las juntas para ser sustituidas por jueces de lo social, además de varias alternativas para suprimir los contratos de protección. El PRI impidió que pasara a comisiones. Hoy se tendría que volver a ese proyecto absolutamente democrático y favorable a los trabajadores. Lo cierto es que sirvió de base para los proyectos del PRD y de la Unión Nacional de Trabajadores que tampoco prosperaron.
Es una verdadera vergüenza que el PRI haya hecho suyo el proyecto del PAN. Y aún se asombran –yo también– de las alianzas del PAN con el PRD. En realidad estamos viviendo una etapa frustrante, sin partidos políticos representativos de la izquierda, hoy dejada a un lado de tal manera que las alternativas de inclinarse por algún candidato el próximo año, para la Presidencia de la República, empiezan a ser preocupantes.
Yo confieso mi parcialidad en favor de Andrés Manuel López Obrador aunque me temo que le falta un partido de apoyo. En esa alternativa Marcelo Ebrard parecería el candidato posible. Aunque me temo que el PRD no tendrá fuerzas suficientes para apoyar al actual jefe de Gobierno del Distrito Federal que, en todo caso, podrían estar divididas.
Ciertamente las perspectivas políticas para el próximo año adolecen de un negro oscuro, como decía alguien hace tiempo, en una etapa en la que la presidencia de la República tendrá que superar los años del PAN que nos han dejado maltrechos.
Por lo pronto la tarea inmediata es hacer todo lo posible porque no prospere el proyecto del PRI-PAN para la modificación de la LFT.
No creo que el movimiento obrero pudiera soportarlo. Hay grupos razonablemente unidos y con razones más que suficientes para oponerse a ese proyecto y aunque no se puede dudar de que ambos partidos constituyen una mayoría legislativa, a lo mejor hay que considerar que algunos de sus miembros demostrarán que por encima de la lealtad partidista está el amor por la justicia social. De otro modo viviremos movimientos sociales de gran alcance.
Corren rumores, sin embargo, de que el PRI ya se está arrepintiendo de sus diabluras. Ojalá sea cierto y no apruebe el proyecto panista.