Opinión
Ver día anteriorDomingo 17 de abril de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El Despertar

Estar hasta la madre

L

os mexicanos inconformes han introducido a la retórica política una expresión altisonante: ¿qué quiere decir hasta la madre? No es sólo una frase grosera sino exasperada. Quizás la Real Academia, dentro de 50 años, la admita como mexicanismo. Implica llegar al colmo, hasta al gorro, hasta el copete; me colmaron el plato… estar hasta la madre cala profundo, invita a investigar a filólogos y antropólogos. Algún día organizarán un simposio para explicarla.

¿Es compresible que el gobierno nos tenga hasta la madre? Calderón no está de acuerdo. Como respuesta a la manifestación encabezada por el poeta Javier Sicilia para protestar el terrible asesinato de uno de sus hijos y otros jóvenes quería contestar… El que está hasta la madre soy yo (véase Magú. La Jornada, 14/4/11) pero sus asesores lo obligaron a dar una contestación menos sincera y ante un grupo empresarial benévolo exigió que la protesta fuera contra los criminales y no contra las autoridades. Esta réplica demuestra que Felipe no debió aprobar su examen de teoría del Estado en la Benemérita Escuela Libre de Derecho, porque todo mundo sabe que es el gobierno, y no el crimen organizado, el responsable de garantizar la seguridad de los particulares. Además no olvidemos que Calderón se lanzó a la guerra no para combatir al crimen, sino para intentar legitimarse después de un fraude electoral.

El hartazgo de la gente no sólo se debe al fracaso de la lucha contra la delincuencia sino al desplome de México bajo el actual gobierno, el que es patente no sólo en las cifras sobre el tamaño de la economía, el PIB per cápita, el índice de desarrollo humano, de educación, sino en lo que la gente sufre en su vida cotidiana. Lo peor es que el gobierno no acepta los hechos. Miente, elude sus responsabilidades, acusa a otros y esto irrita todavía más. Percibimos que la guerra contra los cárteles es una empresa que el gobierno cumple por cuenta de los estadunidenses, cuyos costos, cada más altos, los absorbemos nosotros. También sabemos que, como afirma Lorenzo Meyer, no se ganará mientras los gobiernos no controlen el flujo de dinero de las organizaciones criminales y mientras el estadunidense no impida el tráfico masivo de armas hacia México.

Deberíamos preguntarnos qué tanto hartazgo puede soportar la población. ¿Qué tanta irritación pueden manejar las instituciones? ¿Qué tanto descontento pueden manipular los medios? Nos acercamos junto con las elecciones presidenciales a la crisis final de un sistema que se pudrió hasta la madre.