penas ayer el director del FMI alertó que la crisis alimentaria aún no había terminado. Estamos en una zona peligrosa, opinó, sobre el mismo tema, Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial. Más aún el economista en jefe de esta institución señala que el factor exógeno que más estragos puede causar en la región es la fuerte elevación de precios socialmente sensibles, que son los de alimentos y combustibles. De hecho el Banco Mundial reporta que en los últimos tres meses en México es el país donde más se ha incrementado el precio final del maíz en 37 por ciento más del doble del incremento en Brasil y Argentina.
Desde 2008 el consenso era que los precios de los alimentos alcanzaron una cúspide y no regresarían a los niveles prevalecientes. Después de la crisis de 2008 varios analistas señalaban que la respuesta de la oferta será insuficiente para seguirle el paso a la demanda por limitaciones en la frontera agrícola y lento crecimiento de la productividad agrícola. La crisis alimentaria está impactada además por limitadas inversiones, el aumento sistemático de la demanda de alimentos derivada del crecimiento del ingreso por habitante, así como el cambio climático que hace cada vez más frecuentes inundaciones y sequías.
Lo anterior se agrava por la política de subsidios a biocombustibles (etanol en Estados Unidos y biodiesel en Europa). Y también por la reasignación de capital financiero hacia la bolsa de futuros en alimentos.
¿Qué hacer frente a esto? Por un lado está lo que podemos y debemos hacer desde nuestro país. Un seminario internacional convocado como lo ha hecho por casi 20 años la maestría de desarrollo rural de la Universidad Javeriana en Bogotá impulsada por la extraordinaria maestra Edelmira y por Manuel Pérez, nos ha congregado a un buen número de colegas latinoamericanos, así como a representantes de organizaciones campesinas. A través de las experiencias de la Confederación Agrosolidaria, Asociación del Valle Río Cimitarra, de la Asociación de Productores Indígenas y Campesinos de Río Sucio y de la Asociación de la Ciénaga Grande del Bajo Sinú, hemos encontrado más y más pruebas de dos hechos ya sabidos: paga para nuestros países invertir en la agricultura familiar y es en los ámbitos locales donde en principio encontraremos la energía social y el ímpetu productivo que construya una auténtica soberanía alimentaria.
Por otro lado, en el ámbito internacional es necesario fortalecer y renovar a la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) cuyo director general será electo en junio próximo después de 34 años en que sólo dos personas la han dirigido. El programa de la renovación de esa institución requiere colocar la erradicación del hambre en el mundo como el centro de los propósitos de países y sociedades, para lo cual es necesario impulsar sistemas productivos realmente sustentables –la revolución doblemente verde, ha sido llamada–, un efectivo sistema mundial de gobernabilidad en temas de hambre, pobreza y nutrición y el renovado impulso a la cooperación Sur-Sur.
Entre los candidatos que compiten por ese puesto se encuentra justo promoviendo el programa anterior José Graziano da Silva ex ministro de Seguridad Alimentaria en el gobierno de Lula, promotor del programa Hambre Cero y hasta hace poco director regional de la FAO para América Latina y Caribe. Todos los países de América Latina y el Caribe lo están apoyando y es muy probable que sea el primer latinoamericano en dirigir la FAO. Todos los países latinoamericanos salvo dos: Honduras y México. Hago votos porque mi país, México, se sume a esta candidatura que no sólo es latinoamericana, ni sólo de los países en desarrollo sino también de los países emergentes y de muchos desarrollados que ante la gravedad de la crisis mundial demandan nuevos aires pero expertos en la FAO para atender esos retos.
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