l teatro El Milagro ocupa ya un lugar muy importante como espacio en el que se ofrecen montajes de alta calidad sin concesiones, lo que le está atrayendo un público cada vez más numeroso y el respeto del gremio que se iguala con el que siempre han merecido sus ediciones, que es otra de sus líneas. En el marco del Festival de México estrenó, para hacer enseguida temporada que continúa, la versión de Daniel Giménez Cacho a la novela del afgano Atiq Rahimi La piedra de la paciencia. Giménez Cacho realiza una adaptación que se inscribe un tanto en la corriente del teatro narrado –que algún ingenio llamó entre nosotros narraturgia– y sobre todo en el monólogo de la segunda parte. El director y adaptador juega con el tiempo, no sólo el de la narración dramatúrgica, sino con el real de la escenificación en escenas del principio que marcan esos primeros 16 días del relato, en momentos que se alargan y se repiten, rotos solamente por la presencia de las niñas (Cristina y Marisol Jiménez Carrera) que se espantan por una mosca que ronda al padre herido, por la entrada y salida de algunas personas y las voces (de Julieta Egurrola como la vecina y de Fatini como el Mula) y los cantos que se mezclan con ruidos de batalla en la ambientación sonora de Miguel Hernández (que incluye a los músicos Oleg Gouk violín 1, Anna Litvinenkova violín 2, Érica Ramírez viola, Bozena Slavinska chelo y Fernando Domínguez clarinete). El experimento de mostrar en lento tiempo real lo que podría ser el devenir de esos días en esta primera parte, aunado a los oscuros más largos de lo habitual, contrastan con la cascada de confidencias de la parte segunda.
No conozco el original, pero de la escenificación se desprende que es un alegato contra la condición femenina en Afganistán, probablemente por el islamismo extremo debido a los talibanes (La ley que ustedes aprobaron
dice en un momento la protagonista), aunque la marginación de la mujer no nos es ajena –no hablo de los feminicidios– en casi todos los estratos sociales, aun en los altos que la cosifican y sobre todo en los usos y costumbres de algunas etnias, aunque ya el EZLN puso un alto en sus zonas de influencia al matrimonio no deseado por las muchachas. El tema no resulta tan lejano como pareciera.
Se trata de una escenificación sumamente cuidada. La escenografía de Gabriel Pascal que reproduce una casa afgana, con sus alfombras y ese compartimento con techumbre que separa el lecho del herido, y el vestuario de Beatriz Russek, quien incluso se encargó del teñido de las telas, lo atestiguan. Y fluye la historia en la segunda parte. El guerrillero en coma, con una bala alojada en el cerebro (Adonay Guadarrama) es cuidado por su mujer (Daniela Schmidt, en quien recae el peso del montaje). Luego de monótonos días y días de atenderlo, empieza a hacerle confidencias, cada vez más libres, cada vez más reveladoras de esa otra vida oculta de la mujer. Ella habla de una piedra mágica que recibe confesiones y libera la conciencia y le dice al marido inmóvil: Tú serás mi piedra mágica
. La mujer habla de todo, recuerda cómo ha sido penetrada sin quererlo –incluso una noche en que menstruaba y el hombre fue humillado por regresar con el pene ensangrentado– y del desprecio con que ha sido tratada, o del hijo recién nacido que quiso ahogar entre sus piernas porque conocía sus secretos desde que estaba en su vientre. Se refiere a su padre y hermanos, a su amor antes del matrimonio, cuenta viejas leyendas acerca de una reina que le narró la tía dueña del burdel. Y es en las confidencias acerca del burdel donde resalta la confidencia más devastadora.
El director interrumpe los relatos con entradas de soldados (José Cremayer, Luis Mora y Daniel Victoria) que tienen diferentes actitudes, casi siempre violatorias, hacia la mujer, que se desplaza hacia diferentes áreas, aunque el poder de su presencia consiste primordialmente en su voz. Daniela Schmidt la maneja de manera excelente, desde los primeros llantos, casi alaridos, hasta el sarcasmo o el dolor contenido en sus relatos. Resulta muy interesante la liberación interior de una mujer marginada cuyo destino es incierto.