a certificación de conocimientos en el ámbito escolar –lo que erróneamente se llama exámenes y calificaciones– es la materialización del valor de cambio de la educación. En la medida en que esta certificación está entremezclada y confundida con el proceso educativo, pierden importancia los conocimientos, el maestro queda convertido en funcionario público cuya firma tiene valor legal y monetario, se pervierte la relación del maestro con los estudiantes y toda la atención se centra en lo que va a venir en el examen
. En la medida en que esta certificación se asocia con premios y castigos se convierte en ocasión de angustia, humillaciones y vanidades. En la medida en que en la certificación se valora no solamente los conocimientos demostrados sino otros méritos
(como la asistencia a clases o la buena conducta) se adultera el significado de certificar conocimientos y se generan el comercio y las negociaciones. Evitar esto último no es fácil, el ethos
de la sociedad contemporánea es comerciar.
Una condición necesaria para que los estudiantes valoren el conocimiento por su utilidad social y personal, y no solamente por su valor de cambio (los certificados), consiste en separar el tiempo y el espacio del aprendizaje, del espacio y el tiempo de la certificación de conocimientos. Pero por supuesto no es condición suficiente, son muchas las medidas y acciones que deben tomarse en el sistema educativo para que los estudiantes se entusiasmen en estudiar y aprender.
Hay mucho escrito acerca de las estrategias y técnicas que deben aplicarse para lograr la motivación de los estudiantes, su atención prolongada y su permanencia en las aulas (véase por ejemplo el programa Galatea de la UACM). Más importante que las estrategias pedagógicas son las actitudes de los maestros: su pasión por el conocimiento, su compromiso con la educación de sus estudiantes, su honestidad. Pero mucho ayudaría a los maestros el que la certificación se separe del proceso educativo que tienen bajo su responsabilidad. Hace años, un ocurrente funcionario de la SEP y de la UNAM proponía que para que los estudiantes universitarios se interesen en los conocimientos y no en los exámenes, habría que darles su título en el momento de ingresar a la universidad; buen chiste, pero no solución.
Lo que sí puede hacerse en nuestras escuelas y universidades es lo que se hace en muchas partes del mundo: los maestros tienen la responsabilidad de hacer exámenes y evaluaciones a los estudiantes a lo largo de los cursos, pero sus resultados tienen solamente valor pedagógico, no tienen valor de cambio (lo que eufemísticamente se llama valor curricular
). En otro tiempo y espacio se hacen los exámenes para la certificación. Otra medida indispensable es quitarles su función desahuciante
, esto es, dejar responsablemente abierta la posibilidad de repetirlos. También es indispensable que los exámenes sean a libro abierto
, que es la forma como se trabaja en la vida real. Otra medida muy útil es la de hacer la certificación por ciclos y no por cursos.
La Universidad Autónoma de la Ciudad de México ha alcanzado avances muy importantes en estas líneas. De conformidad con lo que establecen la ley que le da autonomía y el Estatuto general orgánico, la certificación de conocimientos no es responsabilidad del profesor que imparte el curso sino de cuerpos colegiados llamados Comité de certificación
. La misma ley establece que la condición única e ineludible para otorgar certificados, grados y títulos es que el estudiante demuestre que tiene los conocimientos correspondientes.
Otro avance de la UACM ha sido la elaboración y puesta a prueba de un examen global para la certificación del Ciclo Básico de Humanidades y Ciencias Sociales. Un grupo de académicos de filosofía, historia, creación literaria, ciencias sociales y arte elaboró un procedimiento integral para examinar, evaluar y certificar los conocimientos correspondientes a los primeros semestres que comprenden ese ciclo básico
.
La doctora Florencia Addiechi hizo un análisis de esta experiencia y advierte “La tarea no era sencilla, sobre todo por la apuesta de que todo ello resultara del diálogo y el intercambio efectivo entre los representantes de las distintas áreas y carreras (…) Una apuesta ambiciosa en un medio universitario como el nuestro en el que priman visiones disciplinarias demasiado celosas de su especialidad y fronteras profesionales”.
Addiechi concluye: Al margen de las objeciones particulares que pudiesen resultar de un escrutinio experto y de las mejoras que en el futuro pudiesen hacerse, una de las enseñanzas de esta experiencia es que es posible formular e implantar estrategias de evaluación iguales o más efectivas que las que mandatan los contabilizadores de reactivos; que es posible idear y emprender una reforma académica de la educación superior cuyo contenido resulte de refrendar el compromiso de la universidad y los universitarios con el saber y la educación. Enmarcada por una realidad en la que, pese a que todos coinciden en un diagnóstico negativo, insisten en seguir haciendo lo mismo, la UACM ofrece un ejemplo de que es factible hacer cosas distintas sin renunciar a la aspiración de ofrecer una educación de buena calidad
(ver Suplemento Educación UACM, La Jornada 5 junio 2010).