eí en la prensa de difusión de este enunciado: Primera muestra individual de Rosa Rolanda, artista a la altura de María Izquierdo y Lola Álvarez Bravo
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Incluyendo turistas italianos y estadunidenses, que van al ex taller de Diego en las calles de Altavista y Diego Rivera persiguiendo a Diego y a Frida una mañana dominguera, muchas personas disfrutaban las dos casas funcionalistas, unidas por un corredor-puente, diseñadas y construidas por Juan O’Gorman y restauradas a fondo en 1996. Poquísimas echaban ojo a la muestra de Rosa Rolanda.
Ella vale más que nada debido a su largo vínculo con Miguel, El Chamaco Covarrubias, quien la insertó en un ámbito de elite, tanto en Estados Unidos como en México, donde conoció y trató a la crema y nata de una sociedad regida culturalmente por personas como Diego, Carlos Chávez, Adolfo Best Maugard, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, etcétera.
Que El Chamaco fue un genio principalmente en la caricatura, no se pone en duda, pues fue reconocido en Estados Unidos en las principales publicaciones del momento, incluido el New Yorker y Vanity Fair; exhibió internacionalmente y sus ilustraciones han hecho época.
Rosa fue su mujer, fiel colaboradora y aprendiz. Quizá su etapa dancística la acercó a Covarrubias, habida cuenta de la maestría con la que éste calibró tal arte, que incluyó la visión de Harlem y de Rodolfo Valentino.
Como pintora y dibujante, Rosa es menor. Toma los recursos de su marido, los maneja
más o menos y realiza autorretratos –todos parecidísimos entre sí– y pocas naturalezas muertas que con buena voluntad puede decirse que poseen algún encanto. Eso sí, Rosa era bellísima, quizá en su tiempo, a la par de Liz Taylor.
Es fatal alabar a las artistas sólo por ser mujeres, se crea confusión. María Izquierdo es de envergadura, puede comparársele con Frida Kahlo y si no llegó a sus alturas míticas fue porque ni su vida ni su paraplejia tardía ni su ingenio verbal ni su personalidad pública le dieron categoría de personaje.
Remedios Varo y Leonora Carrington son figuras de primera magnitud (leamos a Elena Poniatowska, quien hoy presenta su libro sobre Carrington en Bellas Artes).
Rosa Rolanda no se equipara ni con Nahui Olin, quien sin duda ofrece mucho mayor interés como pintora. Su valía estriba en su propia belleza y seguramente en su danza, que no conocemos. Es loable su interés por la antropología, por el arte prehispánico y el popular, por la obra del Chamaco Covarrubias, por el peregrinaje a sitios lejanos y por la permanencia en Bali.
¿De modo que fue innecesaria la exhibición vigente en las casas-estudio? De ninguna manera. Hay allí cabida para exhibiciones y varias de las que se han montado son notables. Es lógico que tengan que ver con la época y el uso inicial al que se destinaron las construcciones o’gormianas, y Rosa Rolanda cabe en tal contexto. Pero lo que no hay que creer es que brille como pintora.
En cambio, resultaría conveniente explorar su vida, sus acciones y su comportamiento con lo que Covarrubias dejó y procurar una biografía de su persona. Ya lo sabemos: no equivale a Tina Modotti o Lola Álvarez Bravo, aunque aludir a sus pinturas y fotografías es inevitable. Entre las primeras, las menos malas pertenecen a la Fundación Blaisten, otras constituyen parte del acervo del Museo Mexicano de San Francisco, cuyo aniversario se celebra en estos días.
Para aquilatar de algún modo lo que digo, puede observarse un muy buen dibujuo y compararlo con otros, mediocres, sin salir del mismo recinto, situación que alecciona. En el tercer piso hay un dibujo al carbón y sanguina de Diego Rivera, Retrato de Juanita Rosas, 1934. Es una obra menor, sin pretensiones de ninguna especie, pero es un buen dibujo.
Rosa formuló arquetipos atractivos
inspirados en el Covarrubias pintor, pero salvo en un cuadro, El hueso, El Chamaco estuvo a años luz de alcanzar los niveles que tuvo como caricaturista e ilustrador.
Las tomas de Rosa Rolanda no son cosa del otro mundo, pero principalmente debido a sus modelos son algo más interesantes que sus pinturas. Se exhiben en los dos niveles de la casa de Frida, pero allí casi nadie entra. La señorita custodia, sumamente amable y entendida, proporciona la información debida y si acaso alguien busca allí a Frida Kahlo, remite a la Casa Azul y a la Fundación Dolores Olmedo.
El verdadero nombre de Rosa fue Rosamunda Cowan Ruelas; nació en Los Ángeles, era mayor que El Chamaco Covarrubias, pero este murió en 1957 a los 52 años, diabético y con una cardiopatía. Sus últimos años, ya separado de Rosa, transcurrieron como compañero amatorio de la talentosa Rocío Sagaón, quien muy joven fue compañera dancística del coreógrafo y bailarín Guillermo Arriaga, en Zapata. Rosa Rolanda murió en 1970.