urante la dinastía Ming había un verdugo de nombre Wang Lun cuya fama consistía en esperar a los condenados a muerte al pie de la escalera del patíbulo y degollaba a sus víctimas mientras subían los escalones. Acariciaba una ambición: decapitar a una persona con un golpe tan certero que ésta no se diera cuenta. Al fin le llega el gran momento. Habían rodado 11 de 12 cabezas. A pesar de que la espada de Wang relampagueó, la víctima siguió subiendo los escalones y al llegar al final exclamó: Cruel Wang Lun por qué prolongas mi agonía, habiendo decapitado a los otros de manera rápida y piadosa. Wang, al oír que por fin la ambición de su vida se había cumplido dijo con exquisita cortesía: Simplemente haz una reverencia, por favor.
Ahora que se presencia otra explosión de la crisis larvada que aqueja a las izquierdas partidistas nada más alejado que suponer que su cabeza está cortada y que aún no se han dado cuenta.
El PRD ha significado un salto cualitativamente positivo para todas las izquierdas y para la propia sociedad. La gran aportación de Cuauhtémoc Cárdenas fue haber inspirado una ejemplar transición de las movilizaciones sociales de los 80 a una institución crucial en la transición democrática, el propio PRD. Muchos se han decepcionado empero en los años siguientes ante los caudillismos sofocantes, los descarados clientelismos y la carencia de una cultura política compartida que habría fortalecido diálogo y deliberación sustantiva. A pesar de estas deformaciones el PRD ha aportado experiencias de gobierno importantes, políticas públicas inovadoras y en ocasiones ha jugado como contrapeso en un ambiente político determinado por un fuerte conservadurismo.
El PRD ha estado marcado por dos contradicciones. Una es producto de su mismo nombre no porque se piense necesariamente en la revolución como un proceso de ruptura violenta, sino porque aun en un horizonte de democracia real se piensa en actos fundadores. Tanto en 1988 como en 2006 –y después– se acarició la idea de supuestos interinatos en el Poder Ejecutivo con parte de un antes y después nítido entre el autoritarismo y la democracia, o entre las derechas y las izquierdas.
Esta contradicción transporta una segunda que se deriva de la anterior. Formulada simplemente esta contradicción se resume en la idea de un partido que al mismo tiempo aspira a ser un movimiento social. Esta contradicción es insuperable. O se es partido político que participa en elecciones, incide en el ámbito Legislativo y aspira a gobernar municipios, entidades federativas y eventualmente el Ejecutivo federal. O se es movimiento social de carácter gremial, de causas específicas de carácter ciudadano o movimiento social, que se plantea transformaciones desde abajo y desde la sociedad como lo planteó con nitidez el EZLN y la otra campaña. Cuando se quiere ser ambas cosas a la vez, un concepto termina por dominar al otro. O el partido domina y convierte a los movimientos en correas de trasmisión, o el movimiento domina y entonces se diluye la relevancia del partido electoral que se vuelve testimonial. Si el partido está en el gobierno conforma un corporativismo estatal, si no se está en el gobierno se desarrollan redes de clientelismo.
Las visiones que conviven en las izquierdas partidistas son expresiones de esas contradicciones. Una está pensando en cómo ganar unas elecciones en 2012 para iniciar un proceso gradual de transformaciones desde el Ejecutivo federal y el Congreso. Otra está pensando más allá de 2012 en cómo construir un movimiento que impulse transformaciones desde abajo y desde la sociedad.
Es mejor que encuentren formas de convivencia así sean transitorias. En 2012 se juegan cosas esenciales para el país y se necesita la presencia del PRD. Después quizás valga la prueba de la reverencia a la que se refería el verdugo chino.
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