l 16 de agosto de 1914, en Santa Rosalía, Chihuahua, un enviado del presidente Wilson se entrevistó con Pancho Villa y trazó este retrato:
Villa es un hombre extraordinariamente tranquilo, de maneras amables, que habla lentamente y en voz baja, cuidadoso y a veces emotivo en su expresión, pero siempre en tono apagado, con una subterránea corriente de tristeza.
En junio de ese año un médico estadounidense informaba al general Hugh Scott acerca de Pancho Villa:
Posee el par de ojos cafés más notables e impresionantes que haya visto en mi vida. Parecen mirar a través de uno; habla con ellos y todas sus expresiones son primero anunciadas y dominadas por ellos; y cuando se enfurece o cuando trata de enfatizar algo, parecen arder y escupir chispas y destellos por entre los párpados gruesos y entrecerrados. Es un notable jinete, se sienta sobre su caballo con la gracia y la naturalidad de un vaquero, cabalga erguido y con las piernas tiesas, al estilo mexicano, y sólo monta en silla mexicana. Adora a su caballo.
Un mes antes, en mayo de 1914, un camarógrafo de la Mutual Life que había estado filmando escenas de guerra durante la toma de Torreón lo describió así:
Villa nunca tiene prisa. A veces, durante una acción de guerra, se ha acercado a caballo hasta nosotros para contemplarnos trabajar. Taciturno por naturaleza, nada decía, pero su sonrisa franca indicaba que lo divertíamos enormemente. Cuando lo queríamos fotografiar, rayaba su caballo un instante e inmediatamente después volvía a cabalgar.
Las tres descripciones estadunidenses son tan contradictorias como verdaderas: un hombre tranquilo, de hablar pausado, con una subterránea corriente de tristeza, dice el primero; ojos que lo atraviesan a uno y en la furia parecen echar chispas y destellos, dice el segundo; taciturno de franca sonrisa que se divertía mucho al vernos filmar, dice el tercero.
Los tres observadores son agudos y el observado es uno, siempre diferente y siempre igual a sí mismo: Pancho Villa, el mexicano tranquilo y taciturno que habla con sus ojos dominadores y penetrantes, nunca tiene prisa y se ríe divertido viendo a los gringos filmarlo con sus cámaras.
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Friedrich Katz, con su oficio de gran historiador, dedicó años y años y lo mejor de su trabajo y su talento a seguir la huella de ese enigma, intuyendo primero y sabiendo después que en él se encerraba la clave del secreto de la Revolución Mexicana, esa saga que tantos se empeñaron en describir y definir por sus hechos políticos y guerreros, y Friedrich la persiguió, la descubrió y la explicó por sus hechos humanos, crueles, heroicos, burlescos, compasivos o tiernos.
Estudiar, escudriñar, imaginar y explicar la figura única de Pancho Villa le permitió dar razón y medida de todo lo demás, ese demás que, en la monumental biografía que fue escribiendo durante años, iba acomodándose en su preciso lugar y color como un gran fresco en movimiento, que eso es su Pancho Villa en las 985 páginas del original inglés de Friedrich Katz y las 1074 páginas de la traducción castellana de Paloma Villegas.
Muchas peripecias, vicisitudes y figuras tiene la Revolución Mexicana y otros historiadores y escritores las han narrado con pericia y con brillo. Katz no ignora a ninguno. Pero a mí se me hace que del sonido y la furia, el horror y la burla, la crueldad y la ternura que, como en toda rebelión de un pueblo, se desbordan y desmandan en la Revolución Mexicana, son el estudio minucioso y el estilo tranquilo y un sí es no es burlón de Friedrich Katz los que más hondo han dado cuenta de ese turbulento todo.
Que una biografía alcance al mismo tiempo a dar razón de un mundo y a conectar las lógicas dispares de sus hechos y sus protagonistas en torno a los hechos de una vida, es una hazaña de la investigación, la paciencia, la imaginación y la escritura. Friedrich Katz, el huellero incansable, lo logró en su Pancho Villa. Allí está enterita la Revolución Mexicana; y lo que allí no está es muy posible que nunca haya ocurrido.
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Friedrich preparó largamente en su obra, su estudio y su vida, esta su historia de la revolución bajo la especie de una biografía. Nombraré cuatro de esos pasos.
Uno fue su estudio sobre La servidumbre agraria en México, es decir, sobre la expresión candente de la injusticia y del agravio donde se incubó lo que después sería furia en la revolución y en la aventura de Villa y de su gente.
Otro fue su investigación sobre La guerra secreta en México, que dará los marcos internacionales al México de la década revolucionaria y los condicionamientos reales, no imaginarios ni ideológicos, para ese México de entonces.
El tercero fue una obra maestra del difícil arte de la compilación: el libro colectivo que él coordinó, Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, donde un conjunto de historiadores investiga y reflexiona, en estudios de caso, sobre esos tres distintos procesos que el pensamiento político suele confundir o subsumir en uno solo, la revolución. Pero el estudio histórico está obligado a distinguirlos entre sí en cada uno de sus rasgos específicos y a estudiarlos en su devenir y su tránsito en el tiempo y la geografía. Es lo que este libro hizo.
Ahora bien, desde aquel primer estudio hasta su magistral culminación en el Pancho Villa, la mirada de Friedrich Katz sigue una huella, esa que conduce de la protesta a la revuelta a la rebelión a la revolución. Esa huella, a veces visible y a veces no, está marcada por la humillación, el despojo, el agravio hasta en sutiles formas del que puede al que no puede, esa línea de fractura que siempre corre por debajo de las relaciones sociales aceptadas como naturales y que, de repente, irrumpe en la superficie como un hecho de la naturaleza o un acto de Dios, cuando en realidad responde a ese sentimiento de dignidad humana ofendida o ninguneada que cuando se acumula termina por estallar en ira colectiva.
Lo explican Barrington Moore, Edward P. Thompson, Ranajit Guha, Marc Bloch y tantos otros; lo sienten y lo describen C.L.R. James y Frantz Fanon; lo dijo alguna vez Czeslaw Milosz cuando a propósito de la insurrección de Varsovia en 1944 recordó “la fórmula con que protesta el pueblo desde siempre: ‘Esto no es justo”’.
La hazaña historiográfica de Katz en su Pancho Villa es ir develando pausadamente, sin perder nunca el hilo narrativo, la figura y el genio de cada uno, la estructuración de los aparatos, la capacidad de Villa para atraer y poner a la tarea a quienes saben administrar recursos, echar a andar gobiernos, adquirir armas y pertrechos o conducir hombres y ganar batallas según las reglas del arte de la guerra.
Inteligencia, astucia, ternura, crueldad, compasión, lealtad y valentía, junto a la angustia del ignorar, pues una sociedad de privilegios no le permitió estudiar; y a la ira de saberse superior y tener que soportar la burla o el ninguneo de los que pueden porque esa misma sociedad fue pródiga con ellos: ese turbión de sentimientos que se desatan en una insurrección se condensaban en la vida y el carácter de Pancho Villa.
Friedrich Katz quiso y supo verlo y demostrarlo y describirlo. Con la calma que le dio la aventura de su propia vida, con la antigua experiencia de la humillación y el silencio mientras la indignación arde silenciosa en el alma, fue a escudriñar hasta el fondo del enigma de la revolución mexicana no las fórmulas de la política, sino la clave espiritual de la revuelta.
Pancho Villa, tal como lo vieron en contradictoria armonía los tres estadunidenses que hice hablar al principio, esconde en su figura la respuesta al enigma.
Friedrich Katz, ese sobreviviente austriaco, judío, socialista y sabio, supo encontrarla y nos la regaló a todos en su obra como objeto de conocimiento y de disfrute.
Gracias te damos, Friedrich.
16 de marzo de 2011
Texto leído por el autor, anoche, durante la presentación del libro Revolución y exilio en la historia de México: homenaje a Friedrich Katz, en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México