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Mar de Historias

Tsunami

S

on las 11 de la mañana. Apoyados contra la reja que circunda la iglesia de Santa Inés, un grupo de trabajadores espera la llegada de clientes que contraten sus servicios. A unos metros de distancia, sentadas en las jardineras que adornan la banqueta, cinco mujeres aguardan también la oportunidad de trabajar.

I

Tendido en el pretil, Juan (yesero) cabecea con los brazos cruzados sobre el pecho. En cuclillas Hilario (pintor) ordena las brochas en su caja de herramientas. Porfirio (carpintero) mira hacia los bicitaxis que circulan por la avenida. Ladino (fontanero) frota la cicatriz que tiene en la mano izquierda mientras Mauro (soldador) lee el periódico en voz alta:

Mauro: Hasta el momento son mil los fallecidos a causa del tsunami y se calculan en más de 80 mil los desaparecidos. Es de suponerse que estas cifras aumentarán conforme avance la remoción de escombros.

Ladino: ¡Eso que ni qué! Por lo que pasaron anoche en la tele calculo que los muertitos van a ser millones.

Juan (con los ojos cerrados): ¿Se fijó la manera en que el agua arrastraba los coches? Parecían de juguete.

Hilario: Y las casas todas caídas. ¡Lástima!

Mauro (enrolla el periódico): Esas sí son desgracias.

Ladino: Y luego uno se queja por no tener trabajo.

Juan (se incorpora): Miren quién lo dice: el que se la pasa chillando.

Ladino: Oiga, carnal, es que también la cosa no está para menos. Hace cuatro días no agarro ni una méndiga chambita. A veces ya hasta ni quiero regresar a la casa. Me da pena salirle a mi señora siempre con lo mismo: No gané nada. Creo que mejor voy a buscarle por otro lado.

Mauro: Váyase a Japón. Con todo ese desastre allí va a encontrar harto trabajo.

Ladino: Me cae que si pudiera me iba.

Porfirio (burlón): ¿Y en qué se va a comunicar con aquellas gentes? O qué, ¿a poco sabe japonés?

Ladino (después de un breve silencio): Pues me hago el sordomudo y les hablo a señas.

La broma provoca las carcajadas de los trabajadores. Las mujeres se vuelven a mirarlos desde las jardineras.

II

Junto a los pies, las trabajadoras exhiben las cartulinas con sus especialidades. Esther (cocinera) teje una servilleta; Taide (recamarera) hojea el Tv Notas; Otilia (niñera) se remete la falda entre las piernas; Carmen (galopina) le hace una trenza a Paula (trabajo doméstico entrada por salida).

Esther (interrumpe su labor): ¿De qué se reirán aquellos?

Taide (sin apartar los ojos de la revista): Pregúnteles.

Esther: No tengo ganas de hacerles conversación. Estoy como espantada con eso del tsunami.

Paula: Por lo que vi en la tele no pude dormir, y eso que en Japón no tengo familia.

Taide (cierra de golpe la revista): Uno de mis hermanos trabaja de albañil en Oregon. Cuando vi que allá se había muerto un hombre por lo mismo del tsunami recé porque no fuera Pancho (se persigna). Y gracias a Dios no fue él.

Esther: Oregon no queda cerca de Japón y ya ven, también los alcanzó la desgracia. ¿Por qué será?

Carmen: Pues porque Dios nos está castigando a todos. Ya verán que aquí cualquier día…

Taide: Ni lo diga, porque hace que me acuerde de lo que nos pasó en el 85. Entonces yo trabajaba en un hotel del centro. Se cayó. De milagro me salvé, pero una compañera murió. La pobre Clementina dejó un chamaquito de brazos. ¡Quién sabe qué habrá sido de él!

Otilia: Cuando pasan desgracias a mí lo que más me duele son los niños. ¿Se imaginan la cantidad de huerfanitos que van a quedar en Japón?

Paula: Si fuera rica me traería uno a vivir conmigo.

Taide: No sé si yo podría acostumbrarme a tener un niño que no fuera mío.

Otilia: Yo sí. Será porque ya estoy impuesta a cuidar criaturas ajenas, y aparte las mías.

Esther: ¿Cuántas tiene?

Otilia: Cuatro. Todos hombres. Mi esposo pensaba en que me embarazara otra vez para ver si nos salía la niña. Le dije que no. Si así apenas puedo con mi alma…

Paula: ¡Válgame! Habla como si fuera una anciana.

Otilia: Pero tampoco puedo echármelas de jovencita.

Paula: ¿De qué edad es usted?

Taide: Contéstele usted lo que respondía una patrona que tuve en Echegaray cuando le preguntaban eso: Tengo los que represento y digo los que se me da la gana.

Esther, Otilia, Carmen y Paula celebran con risas la ocurrencia de su amiga.

III

Al escucharlas, los trabajadores abandonan sus lugares junto a la reja y a la distancia entablan conversación con ellas:

Juan: Se ve que estuvo bueno el chiste. Vengan a contárnoslo.

Taide: Mejor acérquense ustedes. ¿O qué, les damos miedo?

Ladino (inmóvil): A mí no, pero tengo que cuidar la caja de mi herramienta.

Esther: Son puros fierros. ¿Quién los va a querer?

Ladino: No se crea. Ya una vez me los volaron.

Otilia: ¿De veras? Pobre.

Mauro (acercándose a Otilia): No le haga caso, la perdió en una pulquería apostando en el rentoi.

Taide: ¿Qué es eso?

Hilario: Un juego. No lo conozco bien porque nunca voy a las pulquerías.

Carmen: ¿No le gusta el pulque?

Hilario: No.

Carmen: Es bien sabroso y muy nutritivo.

Hilario: A lo mejor, pero yo no le entro.

Juan: ¿Pero qué tal al Don Pedro?

Hilario: ¿Qué te pasa, güey? Si hace un chorro que ni lo pruebo. (Confidencial, a Carmen): Estoy jurado.

Esther: ¿Y de veras los hombres que juran en la Basílica dejan de tomar? (Hilario besa la señal de la cruz que forma con su mano.) Pues entonces le voy a decir a mi cuñado que jure, a ver si así se compone.

Paula (a Porfirio): ¿Qué hace allí solito? Véngase a platicar. Aquí cabe.

Taide: Nada más que no se te repegue mucho…

Porfirio: ¿Y por qué no?

Taide: Ya sabemos que es casado.

Porfirio: La casada es mi mujer. (Todos ríen y él se inclina hacia el oído de Paula.) Y su amiga, la que siempre llegaba con usted, ¿por qué ya no ha venido?

Paula: Le salió un trabajo de planta. Ella quería que fuera de entrada por salida, pero la patrona le dijo que la necesitaba de tiempo completo. Ángela tuvo que aceptar porque como mantiene a sus papás, que ya son grandes, y a su hijo enfermo…

Porfirio: Ángela es bonito nombre.

Paula: Y de veras que le queda muy bien a mi amiga, porque es un pan de Dios.

Porfirio: Se notaba. A ver si luego me da la dirección donde está trabajando, para ir a visitarla.

Paula: Uh, le va a dar mucho gusto verlo.

Porfirio: A lo mejor ni tanto. (Ve que Mauro les muestra el periódico a Esther, Otilia, Carmen y Taide.) Aquel ya está hablando del tsunami otra vez.

Paula: Es que fue algo terrible. No dejo de pensar en eso. (En tono más bajo.) Carmen dice que fue castigo de Dios y que a lo mejor al rato a nosotros también nos tocan un terremoto y un tsunami. ¿Usted qué piensa?

Porfirio: No creo en esas cosas. Para mí, las desgracias nos están sucediendo por todas las chingaderas que le hemos hecho a la Tierra. Si no, ¿cómo se explica lo del calentamiento y todo eso?

Ladino (grita): Porfirio, aquí hay un señor que busca un carpintero.

Porfirio (se levanta) ¡Voy con mi hacha! (Da dos pasos y regresa junto a Paula.) A ver si al rato me da la dirección de Angelita. Me gustaría verla antes de que nos caiga un tsunami.

Paula: O su esposa.

Porfirio: No le haga. ¡Prefiero el tsunami!