Jueves 10 de marzo de 2011, p. 8
Buenos Aires, 9 de marzo. Unos pocos compases lo delatan. Astor Piazzolla dejó un sello inconfundible en la música con su nuevo tango que aún ahora, al cumplirse los 90 años de su nacimiento, revoluciona la música ciudadana porteña.
El tango diría que es casi como el jazz, tiene misterio, profundidad, dramatismo. Es religioso, puede ser romántico y puede alcanzar una agresividad que el folclor nunca podría tener, salvo la chacarera. Cuando empezamos con el octeto, por ejemplo, parecíamos salidos de un grupo de combate. ¡Éramos ocho guerrilleros subidos al escenario!
, describió el propio Piazzolla.
“Yo ‘rompía’ el bandoneón todas las noches y el gordo (Leopoldo) Federico también. Cada uno, en lugar de un instrumento, tenía una bazuca. Habíamos convertido el escenario en un ring de box”, recordó.
Piezas convertidas en himnos
Adiós Nonino, Libertango, Balada para un loco y Fuga y misterio son algunas de sus grandes composiciones, que permitieron a la música ciudadana cruzar las fronteras del estilo y se convirtieron en himnos.
Astor Piazzolla nació el 11 de marzo de 1921 en el balneario argentino de Mar del Plata.
Cuatro años después, se radicó junto a sus padres, Vicente Nonino Piazzolla y Asunta Manetti, en Nueva York. Fue allí donde la nostalgia tanguera de su padre se combinó con el jazz que flotaba en los sótanos de la gran manzana y los estudios de la música clásica que décadas después explotarían en su revolucionario nuevo tango.