Sábado 5 de marzo de 2011, p. 27
Arabia Saudita enviaba este viernes hasta 10 mil agentes de seguridad hacia sus provincias chiítas del noreste, congestionando las autopistas hacia Dammán y otras ciudades con camiones cargados de tropas, por temor al día de ira
convocado para la semana próxima por lo que ahora se llama la revolución Hunayn
.
La peor pesadilla saudiárabe –la llegada de un nuevo despertar de rebelión e insurrección en el reino– proyecta ahora su larga sombra sobre la casa de Saud, provocada por el levantamiento de la mayoría chiíta en la vecina isla de Bahrein, dominada por los sunitas, donde los manifestantes llaman al derrocamiento de la gobernante familia Al Jalifa. Hay abundantes reportes de que el rey Abdulá de Arabia Saudita ha dicho a las autoridades bahreiníes que si no aplastan la revuelta, sus propias fuerzas lo harán.
La oposición espera que al menos 20 mil sauditas se reúnan en Riad y en las provincias chiítas del noreste del país dentro de seis días para demandar el fin de la corrupción y, de ser necesario, el derrocamiento de la casa de Saud. Las fuerzas sauditas de seguridad han desplegado soldados y policías armados en la zona de Qatif –donde vive la mayoría de los chiítas saudiárabes– y este viernes los organizadores de la protesta circularon fotografías de vehículos blindados y autobuses de la policía de seguridad estatal en una autopista cercana a la ciudad portuaria de Dammán.
Aunque desesperados por evitar cualquier noticia sobre la extensión de las protestas en el extranjero, los oficiales sauditas de seguridad han sabido durante más de un mes que se esperaba que la revuelta de los chítas en la minúscula isla de Bahrein se extendiera hacia Arabia Saudita. Dentro del reino, miles de mensajes de correo electrónico y en Facebook han alentado a los sunitas saudiárabes a unirse a las manifestaciones que se planean en todo el reino conservador
y sumamente corrupto. Sugieren –y es una idea claramente coordinada– que durante las confrontaciones con la policía armada o el ejército, el próximo viernes, se coloquen mujeres en las primeras filas de manifestantes para disuadir a las fuerzas de seguridad de abrir fuego.
Si la familia real saudita decide emplear máxima violencia contra los manifestantes, el presidente estadunidense Barack Obama se verá confrontado por una de las decisiones más delicadas que deba tomar su gobierno respecto a Medio Oriente. En Egipto sólo apoyó a los opositores después de que la policía usó fuego a discreción contra ellos. Pero en Arabia Saudita –supuestamente aliada clave
de Washington y uno de los principales productores petroleros del planeta– detestaría proteger a los inocentes.
Hasta ahora, las autoridades han tratado de disuadir a su pueblo de apoyar las protestas del próximo 11 de marzo, aduciendo que muchos manifestantes son iraquíes e iraníes
. Es la misma vieja historia usada por Ben Alí, de Túnez; Mubarak, de Egipto; Bouteflika, de Argelia; Saleh, de Yemen, y los Al Jalifas de Bahrein: manos extranjeras
están detrás de toda insurrección democrática en Medio Oriente.
La secretaria de Estado, Hillary Clinton, y Obama cruzarán los dedos el próximo viernes con la esperanza de que, o los manifestantes se presenten en números reducidos o los sauditas contengan
a sus policías y agentes de seguridad; la historia sugiere que esto último es improbable. Cuando en el pasado académicos sauditas se han limitado a pedir reformas, han sido acosados o arrestados. El rey Abdulá, aunque muy anciano, no tolera que señores rebeldes o siervos inquietos le digan que debe hacer concesiones a los jóvenes. El soborno de 43 millones de dólares que ofreció en subsidios a la educación y la vivienda no logrará satisfacer sus demandas.
Una indicación de la seriedad de la revuelta contra la familia real saudita es el título que ha escogido: Hunayn. Se trata de un valle cercano a La Meca, escenario de una de las últimas grandes batallas del profeta Mahoma contra una confederación de beduinos, en el año 630. El profeta ganó por estrecho margen, cuando al principio sus hombres temían al enemigo. La referencia en el Corán contiene una lección para los príncipes sauditas: “Dios les dio la victoria en muchos campos de batalla. Recuerden el día de Hunayn, cuando ustedes (los seguidores de Mahoma) imaginaban grandes números.
Y entonces la tierra, en toda su ancha extensión, se estrechó ante ustedes, y ustedes recularon y huyeron. Luego Dios hizo descender su serenidad sobre su Mensajero y los creyentes, envió tropas que ustedes no vieron, y castigó a los infieles.
Los infieles, por supuesto, a los ojos de la revolución Hunayn, son el rey y sus mil príncipes.
Como casi todos los otros potentados árabes en los tres meses pasados, el rey Abdulá ofreció sobornos económicos y prometió reformas cuando tenía el enemigo a la puerta. ¿Se puede sobornar a los árabes? Tal vez sus líderes pueden, sobre todo cuando, en el caso de Egipto, Washington ponía la mayor cantidad de dólares –mil 500 millones– después de Israel. Pero cuando el dinero difícilmente gotea hasta la empobrecida juventud, y ésta cada vez tiene menos acceso a la educación, las promesas pasadas se recuerdan y son objeto de escarnio. Ahora que los precios del petróleo rozan 120 dólares por barril y la debacle en Libia reduce hasta en 75 por ciento la producción de ese país, la pregunta seria económica –y moral, si esto interesara a las potencias occidentales– es: ¿cuánto tiempo el mundo civilizado
puede seguir apoyando al Estado del cual salieron casi todos los atacantes suicidas del 11 de septiembre de 2001?
La península Arábiga dio al mundo al profeta y la revuelta árabe contra los otomanos, así como el talibán, el 11/S y –digamos la verdad– Al Qaeda. Por tanto, las protestas de esta semana en el reino nos afectarán a todos, pero a nadie más que al supuestamente conservador y definitivamente hipócrita seudoestado manejado por una compañía sin accionistas, llamada la casa de Saud.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya