unque se ha escrito mucho sobre el surrealismo no encuentro nada más vibrante ni que nos acerque más a esa corriente que sacudió al mundo con sus pinturas, esculturas, poemas, novelas, películas y manifiestos que Leonora, de Elena Poniatowska.
Leonora es una novela biográfica y autobiográfica, porque Poniatowska compartió con Leonora Carrington, personaje de su libro, la forma europea en que las educaron a las dos. Donde el inglés y el francés, por ejemplo, eran la lengua de todos los días y los buenos modales casi un rasgo de carácter.
Esta novela por la que su autora mereció el premio Biblioteca Breve de Seix Barral es la biografía de un ser excepcional atravesado por la estética surrealista desde su juventud, cuando vivió con Max Ernst, pero también es parte de la biografía espiritual –si tal cosa puede decirse– de esa corriente estética que creyó en el amor loco y padeció la pesadilla de la guerra.
Octavio Paz acostumbraba decir que había llegado tarde al surrealismo. Es cierto, pues el apogeo de este movimiento ocurrió entre 1924 y 1945. Pero aunque tardíamente, el surrealismo deslumbró al poeta: guardaba intactos sus poderes de revelación y subversión. Era un arte pero también una ética, una moral pública y privada. Leonora da cuenta de ello al contarnos la vida de Leonora Carrington.
No es pecado decir que Leonora es uno de los libros más ambiciosos de Elena Poniatowska (el otro es La noche de Tlatelolco) porque en esa novela total cabe todo: el amor loco y la guerra, la vida en la Inglaterra y la Francia de hace un siglo, la dictadura de Franco en España, la vida campirana y los manicomios, un Portugal atiborrado de judíos perseguidos por Hitler, la ciudad de Nueva York enloquecida por las olas de migrantes que huían de la guerra en Europa y por un efervescente mercado del arte y un México donde los muralistas con su consigna no hay más ruta que la nuestra
imponían una manera de pintar.
En las páginas de Leonora están el minuto y el milenio, las antiquísimas leyendas celtas con sus shides y los chaneques, los elfos y los nahuales, la aguja del instantero y la eternidad que se abre como un cielo gracias al amor, la realidad de hierro y el mundo de los sueños.
Por su estructura lingüística y porque sus líneas nos muestran la otra cara de la realidad, la otra orilla, Leonora es también un extenso poema donde la prosa se encabalga como el verso y las instantáneas de personajes como Picasso, Diego Rivera, Max Ernst, Benjamin Peret, Remedios Varo, Luis Buñuel, Salvador Dalí, André Breton, César Moro y Renato Leduc hacen un gran fresco de lo que fue la estética surrealista y su amor loco. Leonora es una novela donde la imaginación está cargada de memoria y los recuerdos de una luminosidad desbordante. Mucho se ha escrito sobre Leonora Carrington, dudo que se escriba un texto más bello sobre ella que Leonora, de Poniatowska.
En la leyenda de Leonora Carrington, donde sueños y fantasías convergen, y los seres se metamorfosean (ella es una yegua) el poeta Renato Leduc aparecía sólo como una relación de conveniencia: gracias a él había logrado escapar de la guerra y asentarse en nuestro país después de una larga travesía por mar de Portugal a Nueva York y que habría de concluir en México. Eso sucedió, es cierto, se casó con Leduc y llegaron a México pero gracias a la novela de Poniatowska hoy sabemos que en su relación existió la llama móvil del amor.
Los close ups de las emociones de Carrington sorprenden al lector de Leonora; las pinceladas sobre Max Ernst, Pegy Guggenheim, Joan Miró, Marcel Duchamp, Edward James los pintan de cuerpo completo. Escribió Octavio Paz que Leonora Carrington no era una poeta sino un poema que camina, que sonríe, que de repente abre una sonrisa que se convierte en un pájaro, después en pescado y desaparece. Para el poeta la pintora fue un personaje delirante. La novela Leonora, de Poniatowska, es delirante en el mejor sentido, porque fluyen cartas, sueños, fechas exactas, manicomios y los estertores negros de los cuerpos sacudidos por la guerra.
Leonora es un gran lienzo en movimiento. También es un homenaje a un personaje que hechiza, que toma el té por las tardes, hace mole, pinta con una mano o con la otra en medio de una nube de acertijos, símbolos, sortilegios que encantan al lector. Leonora también es un homenaje a la novela, a la gana de contar historias aunque sean reales, a la prosa imantada que se convierte por momentos, por muchos momentos, en poesía.