invitadosde Kadafi
Martes 1º de marzo de 2011, p. 4
Ras Jdir, frontera Libia-Túnez, 28 de febrero. ¡Queremos al ejército egipcio! ¿Por qué no está aquí?
, gritaban por miles: los refugiados, los pobres, los enfermos –los ricos huyeron hace mucho de la agonizante dictadura de Kadafi–, al agolparse en torno a la estación fronteriza, a la que llegaron cruzando por la basura y la porquería. Son originarios de El Cairo, de Alejandría, Sohag, Assiut y mil poblados del delta, todos con su monstruoso, ridículo y excesivo equipaje de ropa y cobijas baratas.
El ejército egipcio no puede venir a Túnez, claro, a salvar a las decenas de miles de compatriotas que se abren paso hacia la frontera. Sólo la marina egipcia vino este lunes, en forma de una fragata pintada de negro que se llevó apenas a un millar de hombres, mujeres y niños surcando un mar embravecido por el viento.
Pero la miseria en la frontera era mayor que cualquier navío de piedad. Unos 7 mil migrantes –tal vez 8 mil, las cifras son tan imperfectas como incapaces de dar idea del sufrimiento– se apretujaban en la última barrera libia antes de entrar en Túnez. Los libios los golpearon, y también los jóvenes de la cercana población tunecina de Ben Gardene porque creen que vienen a quitarles sus empleos. Pero los egipcios no buscan trabajo, como tampoco los miles de inmigrantes de Bangladesh, que no tienen embajada en Túnez, ni los chinos o los filipinos. Son los miserables de lo que alguna vez llamamos el tercer mundo, ahora despojados de empleos y hogares por un verdadero dictador tercermundista.
Un joven policía tunecino, de chamarra negra de piel y lentes oscuros, que portaba un rifle Steyr, se puso a gritar a los periodistas: ¿Ven cuántos hay? ¿Cómo puede Túnez cuidar a tantos miles? ¡Vayan a verlos!
Y pudimos verlos en el lado libio, empujándose contra un muro de concreto, empequeñecidos por la cúpula verde brillante de la aduana libia. Oficiales tunecinos maldijeron al policía por mostrar el predicamento en que se encuentra su país.
Sin embargo, los tunecinos se mostraban amables. Llevaban en sus propios autos a los jornaleros egipcios a un campo de refugiados recién instalado. Sellaban visas temporales para quienes habían llegado en automóvil al aeropuerto de Jerba, para volar a El Cairo, o al puerto de Jerjes. Llevaban a la frontera panes, agua y frazadas.
Un funcionario de la cancillería egipcia, cuya playera blanca tenía bordada la bandera de su país, nos contó que se había ofrecido de voluntario para ayudar a sus connacionales –cosa que no se hubiera esperado en el viejo y corrupto régimen de Mubarak– y también él elogió a los tunecinos.
Y si ahora 100 mil refugiados han escapado de Libia hacia Túnez y Egipto, ¿cómo evadir a la última figura de responsabilidad, la del déspota de Trípoli, quien en su Libro Verde supuestamente dio el poder el pueblo? “‘No hay democracia sin el pueblo’ significa congresos y comités en todas partes”, decía una de las líneas insensatas que leí en un cartel en Trípoli la semana pasada. ¿Y toda esta gente en Ras Jdir? Para ella no hay congresos ni comités: sólo el duro camino a casa. O los mares embravecidos.
Cierto, la fragata Shalatein, enviada por la marina egipcia, tenía capacidad sólo para mil, pero su llegada a Jerjes, con ondeantes banderas y apuestos marinos, de algún modo libró a esta crisis de ser sólo dolor y despojo. Fue la primera operación militar egipcia desde el derrocamiento de Mubarak, y los marineros sabían que las cámaras del mundo estaban enfocadas en ellos. Llevaban en brazos a los niños a bordo, ayudaban a ancianos que caminaban con bastón, rodeaban con los brazos al robusto fellahin (campesino) del alto Egipto.
El sonido local del barco tocaba Al-Helmel Arabii –El sueño árabe, la vieja canción de la unidad árabe– mientras cientos de trabajadores migrantes egipcios llegaban en autobuses desde la frontera, distante 80 kilómetros.
Hasta el reportero del órgano interno de la marina egipcia tomó fotos de los campesinos, algunos de mediana edad, otros ancianos; casi todos apretaban sucias frazadas y bolsas de plástico que contenían todos sus bienes terrenales. Hace menos de dos décadas Kadafi echó de Libia a la mitad de los trabajadores migrantes palestinos: fue como un ensayo de este éxodo mucho más numeroso.
Pero, ¿qué ocurrirá cuando estas masas amontonadas en la frontera tunecina lleguen a su patria? La economía de Egipto recibirá un duro golpe, y lo mismo ocurrirá con las de Bangladesh y Turquía. Pero ninguna más que la de Libia misma, cuyas obras en construcción, plantas de energía e instalaciones de gas y petróleo ahora han quedado paradas.
Otras cuatro naves egipcias vienen en camino a Túnez, una fuerza mucho mayor de las que británicos y estadunidenses enviaron para evacuar a los suyos. Pero no serán suficientes para sacar de esta frontera a las multitudes cada vez mayores.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya